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Papá, cuéntame otra vez

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Son las cuatro de la mañana y Guille y yo volvemos en coche a Sevilla desde el aeropuerto de Málaga. Venimos de Edimburgo, donde hemos estrenado nuestro último documental. Estamos agotados, exhaustos. En la radio suena Ismael Serrano: “Papá cuéntame otra vez esa historia tan bonita...”. La cantamos entera porque la letra no se nos ha olvidado en décadas, nos reímos con aquello de “ahora mueren en Bosnia...”, porque nos damos cuenta de que estamos algo mayores, porque nos recordamos entonces: melenas, camisetas del subcomandante Marcos, guitarras y esa ingenuidad maravillosa de la juventud en la que uno piensa que puede cambiar el mundo. Reímos muchísimo, cantamos a voz en grito y la noche se hace más bonita. Pertenecemos a esa canción y todo lo que significa.

También nosotros crecimos con las historias que nos contaron nuestros padres y las recreamos una y mil veces en nuestra imaginación hasta que se convirtieron en parte de nosotros. Porque estamos hechos de historias, incluso de las que no vivimos.

Como rituales, en las familias suelen repetirse. Las sabemos de memoria, pero no nos cansamos de escucharlas. En las cenas de Navidad, en los cumpleaños, en las sobremesas.

El padre de Guille, el abogado laboralista Paco Rojas, solía contarle cómo la noche del 23F, los compañeros del despacho con sus parejas, atemorizados, sacaron un montón de papeles y se escondieron en una casa de campo a la espera de los acontecimientos. Con el velo del encantamiento que da el paso del tiempo a los recuerdos, solía decirle con una sonrisa pícara: “Esa noche tu madre y yo te concebimos a ti”. Guille nunca supo si aquello era verdad o fanfarronería, pero qué más da, le encantaba escuchar esas historias de sus padres, tan jóvenes, tan llenos de ganas de celebrar la vida tras los tiempos oscuros, tan comprometidos y valientes. Papá, cuéntamelo otra vez.

Nosotros, que miramos a nuestros padres como eso, padres, escondemos otra mirada más profunda, una llena de orgullo y admiración por el compromiso social y la valentía que mostraron

En esos momentos de risas y conversaciones familiares, mi madre suele contar aquello del día en que yo nací: “Yo estaba hecha polvo de la anestesia, entonces el médico dijo: ¡es una niña! ¿Cómo le vas a poner? Laura, le dije en el lecho del dolor. ¡Anda, qué bonito. Como la niña de La casa de la pradera! No, le contesté. Laura como la hija de Carlos Marx”. Y entonces yo me muero de la risa y me imagino la cara del aquel médico de 1981, y me gusta mucho más mi nombre. 

Quisiera uno a veces viajar en el tiempo y conocer a sus padres en aquellos años, incluso hacerse su amigo, aunque fuera solo una noche. Esa hermosa ensoñación es la que ha creado Guillermo Rojas en “Solos en la noche”, la película que ha escrito y dirigido y que ha llegado hoy a los cines. Una comedia tierna y bella que cuenta aquellas horas del golpe de Estado vividas por un grupo de jóvenes abogados de izquierda, un acercamiento que no es una recreación histórica, sino sentimental, y que lejos de frivolizar, rinde un homenaje a una generación que se la jugó por conquistar y defender la democracia. Con miedo, pero también con unas ansias irrefrenables de libertad.

Nosotros, hijos de aquellos jóvenes, que nacimos ya en democracia, compartimos un hilo que nos une, una cultura común de canciones de viejos cantautores que escuchamos en cintas de cassette cuando nuestros padres nos llevaban a las primeras vacaciones en coche. Nuestras casas las poblaban libros de Lorca, de Alberti, de Miguel Hernández, vinilos de Lole y Manuel, de Silvio Rodríguez y Mercedes Sosa, y crecimos con ellos como si fueran miembros de nuestra familia.

Nosotros, que miramos a nuestros padres como eso, padres, escondemos otra mirada más profunda, una llena de orgullo y admiración por el compromiso social y la valentía que mostraron. Nuestros padres pasaron por cárceles franquistas por tirar panfletos contra la pena de muerte, se exiliaron de su país tras el secuestro y desaparición de sus seres queridos, defendieron los derechos y las condiciones dignas de los trabajadores cuando aquello suponía jugarse la vida, levantaron la voz, no callaron, salieron a la calle aún cuando eso suponía pasar por calabozos y recibir palos.

Y yo quiero darle las gracias a él por construir una caja mágica en la que todo eso que tanto queremos, el legado de las historias de nuestros padres, permanezca vivo para siempre

Hoy, a nuestros padres con el pelo cano y sus achaques, a los que ya no están, pero dejaron una huella indeleble en sus hijos, compañeros y amigos, podemos decirles: os queremos, os admiramos, gracias. Guillermo Rojas nos ha regalado una película para hacerlo.

Y yo quiero darle las gracias a él por construir una caja mágica en la que todo eso que tanto queremos, el legado de las historias de nuestros padres, permanezca vivo para siempre. Quizá ya nadie cante 'Al vent', que decía Ismael Serrano, pero nosotros lo haremos cada vez que veamos esta película, porque les estaremos cantando a ellos.

Para ellos y para nosotros, disfrútenla en el cine. Gracias, Guille.

Son las cuatro de la mañana y Guille y yo volvemos en coche a Sevilla desde el aeropuerto de Málaga. Venimos de Edimburgo, donde hemos estrenado nuestro último documental. Estamos agotados, exhaustos. En la radio suena Ismael Serrano: “Papá cuéntame otra vez esa historia tan bonita...”. La cantamos entera porque la letra no se nos ha olvidado en décadas, nos reímos con aquello de “ahora mueren en Bosnia...”, porque nos damos cuenta de que estamos algo mayores, porque nos recordamos entonces: melenas, camisetas del subcomandante Marcos, guitarras y esa ingenuidad maravillosa de la juventud en la que uno piensa que puede cambiar el mundo. Reímos muchísimo, cantamos a voz en grito y la noche se hace más bonita. Pertenecemos a esa canción y todo lo que significa.

También nosotros crecimos con las historias que nos contaron nuestros padres y las recreamos una y mil veces en nuestra imaginación hasta que se convirtieron en parte de nosotros. Porque estamos hechos de historias, incluso de las que no vivimos.