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Pasión por la Borriquita
Al final, la historia, como los mitos, se repite con apenas variantes, eso sostenía Claude Lévi-Strauss. Es como si tuviéramos en la cabeza una plantilla que estamos condenados a repetir, apenas se inventa nada. Nos repetimos porque no aprendemos ni estamos dispuestos a acabar con la plantilla, el molde, no hay nada de determinismo.
Sobre esas cosas medito, rebino, en estos días de Pasión ritual y trompetera. Se sobrevive en el barullo con la pasión de siempre por pensar, da igual que estemos en una bulla, entre la multitud huidiza de Chamartín en busca de cañas lejanas, víctima de la radialidad o centralismo ferroviario, debajo de un paso o tras el antifaz de un capirote; uno tiende a pensar por analogía, sigo ahora a Pierre Bourdieu. Las analogías valen para todo, las religiosas son útiles y sirven para pensar la política.
Todo empieza el Domingo de Ramos con la Borriquita. Dicen que fue la entrada triunfal del mesías en Jerusalén, aclamado por la gente, un dominguito soleado, rodeado de miles de palmeros con sus palmas y de los paveros que cuidan de los niños. Fue en la capital de Judea pero el hecho se repite, podría ser en Madrid, la gente no tenía ni idea, solo unos comentarios de sus sucedidos, ni se habían leído ni oído su prédica pero les habían dicho que era el mesías. Gritaban, ¡hosanna, hosanna! Un vecino leído de El Arenal me dijo un día que de ahí viene nuestra proverbial ojana de estas comarcas bajoandaluzas, pero no sé.
En algún momento, el mesías decidió su destino y se reunió para cenar con los suyos después de haber dado por concluida su gira de predicación de hechos asombrosos por los andurriales palestinos; eran doce. Me disculparán los datos pero hace más de dos mil años y las versiones son a veces contradictorias. Leonardo Da Vinci que tampoco estuvo allí pero al que se le atribuyen pinceles celestiales, reprodujo la escena como Dios y muchos han querido ver a una mujer entre los comensales. Hasta conjeturan que era Magdalena. Otros lo niegan y afirman que era Juan, su preferido.
En todo caso, Magdalena o Magdaleno, no parece que Jesús se sintiera incómodo en ninguno de los casos; no es cuestión de género. Fue una cena de fieles, todos los presentes acabaron con el tiempo bien colocados tras la subida a los cielos del profeta, incluso uno llegó a papa. Se habían ganado estar para siempre en todas las listas de la gloria, menos el desdichado Judas: se cayó de las listas. Algunas versiones insisten en que fue en realidad el suyo un papel generoso, alguien tenía que traicionar para que la misión del mesías fuera posible y creíble y le tocó a él, un acto de amor. En otras versiones, Judas fue incluso el que murió en lugar de Jesús y, por eso, no tuvo ni que resucitar. Cada uno tuvo su papel en el nuevo proyecto.
A pesar de que los judíos estaban escarmentados de tanto profeta falso, siguieron aquellos acontecimientos con mucha atención aunque no se lo creyeran, por ser seguidores devotos de la Torá y no del nuevo mesianismo que incluiría más tarde a tanto gentil. Además, no eran los macabeos, eran unos revolucionarios raros porque querían prevalecer pero sin combatir a los romanos. Qué clase de buena nueva era esa que se plegaba ante el opresor. Tanto esperar para eso.
Desde el respiradero del paso, entre chicotá y chicotá, se observa con discreción, veo las caras de todos los años, la escena es la misma, toda la representación se repite. Como entonces no había televisión ni encuestas, no se sabe mucho más de la historia. Si hubo más traiciones, trampas, rivalidades, pero lo cierto es que Jesús tenía todas las papeletas, por el ambiente político y porque así lo había preparado su padre celestial. Aquí, en este momento del relato, las personalidades se pueden intercambiar, superponerse, se observa en los mitos repetidos, según te vas alejando del núcleo irradiador, pero estas historias que contamos los hombres siempre tienen el mismo significado.
Desde el paseo por el olivar, después del ágape, todo había sido un reguero de penalidades. Pero recordemos que lo prendieron, allí fue la traición de Judas el de Keirot, más querido por Jesús que lo que se cuenta; eso dicen las fuentes apócrifas. Apareció la autoridad y se acabó. Luego vino el camino al calvario, hoy itinerario turístico de éxito, el cirineo, el paño de la Verónica, la corona de espinas del cachondeito de los mismos que le había dado ojana el domingo. Y la lanzá de un legionario, que ya ven hoy con el fervor que desfilan. Todo está en los pasos.
Lo de Barrabás no se cuenta tampoco bien, es confuso, quién no ha tenido alguna vez un delincuente a su lado, en la cruz o en un yate. Acabó todo mal, lo que vino después no se sabe a ciencia cierta si tiene que ver con lo que de verdad sucedió en aquellos días agitados pero Dios es quien tiene el guión, dicen. A los pobres humanos, a los que se resignan cada año, en cada ocasión, a los menos santos, solo nos queda saber, otra vez, quién es hoy el Jud@s, por analogía, ahora que somos más paritarios que en la divina cena, y quién se lavará las manos en una vulgar palangana como Poncio Pilatos.
Poco después de la crucifixión, aparecerá Saulo, se caerá del caballo, se cambiará de nombre, no tengan prisas, siempre ha sido así. Veo venir, ahora entre la bulla, precedido de unos músicos vestidos con aires marciales de Macondo, el paso de Las Aguas y, sin embargo, no quiere decir que vaya a llover.
Al final, la historia, como los mitos, se repite con apenas variantes, eso sostenía Claude Lévi-Strauss. Es como si tuviéramos en la cabeza una plantilla que estamos condenados a repetir, apenas se inventa nada. Nos repetimos porque no aprendemos ni estamos dispuestos a acabar con la plantilla, el molde, no hay nada de determinismo.
Sobre esas cosas medito, rebino, en estos días de Pasión ritual y trompetera. Se sobrevive en el barullo con la pasión de siempre por pensar, da igual que estemos en una bulla, entre la multitud huidiza de Chamartín en busca de cañas lejanas, víctima de la radialidad o centralismo ferroviario, debajo de un paso o tras el antifaz de un capirote; uno tiende a pensar por analogía, sigo ahora a Pierre Bourdieu. Las analogías valen para todo, las religiosas son útiles y sirven para pensar la política.