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Patriotismo de balcón

Siempre he tenido un gran respeto por las banderas, sobre todo por las que van prendidas de un palo al extremo del brazo de un energúmeno, que suele ser el caso, ya sea un etarra con su ikurriña o un guerrillero de Cristo Rey con la rojigualda, que algo tienen en común: siempre eligen un palo igual de duro, como he podido comprobar en mi misma coronilla. De ahí que cuando veo una bandera me agarro la cartera y pongo pies en polvorosa, “no vayamos a pollas”, que dicen los granadinos.

Y estos días con más razón ya que, a mi miedo atávico por los palos se une el temor de que tanto despliegue de gallardetes logre ocultar nuestras miserias y la impudicia del PP, que la corrupción con banderas parece que se digiere mejor. Además, con tanta banderola se está echando más leña al fuego, ya que esta demostración de patriotismo balconero no hace sino separarnos más de los catalanes de a pie, a mayor beneficio de Rajoy y sus cuarenta conmilitones.

Tampoco ayuda el entusiasmo que han puesto los independentistas en esto de lucir trapos, que también es una forma de señalar a los que no son catalanes ‘pata negra’, aunque en esto también hay clases, ya que la ‘estelada’ fetén es la que lleva la estrella sobre el triangulito azul, y representa a los catalanes buenos, más bien de la derecha burguesa, en concreto del PdCAT, que bien podría incluir dentro del campo azur el símbolo que mejor representa al partido: un ‘3%’.

Las que tienen un triangulito amarillo con estrella roja son más para rojos y si lo lleva rojo con estrella amarilla, son comunistas del todo, hasta llegar a las del triangulito blanco, que son del PSAN (Partit Socialista d'Alliberament Nacional-Provisional), un partido ya más antiguo, de tendencia rojo sangre. Lo que no he visto son ‘esteladas’ con el arcoíris. Se ve que todavía hay gente sensata.

Bandera con colgantes

En el otro lado también hay clases, que esto de las banderas patrias es lo que tiene, que casi hay tantas como ideologías. Si es roja y amarilla con escudo constitucional, la enarbolarán los militantes y votantes del PP, los que se sienten mucho españoles y muy españoles, sobre todo cuando no hay que hacer la declaración de la renta. Si no tiene escudo, que es más barata, será enarbolada por gentes humildes y de orden, siempre que no haya partido del Madrid, que entonces se ponen más revoltosos y patrióticos, a por ellos, oé. Para los más convencidos, está la bandera con el aguilucho franquista, que todavía quedan muchas guardadas en los armarios. Y luego está la de los legionarios y asimilados, que es la que lleva el toro con dos cojones colganderos.

En el caso de la bandera de España, al igual que ocurre con la ‘estelada’, se podría hacer una variante para que la enarbole el PP: sólo habría que cambiar el escudo nacional por una calavera y dos martillos cruzados, sobre todo después de los procesamientos dictados por los jueces a cuenta de las cajas B y los ordenadores de Bárcenas.

Cualquiera de estos coloridos trapos exhibidos donde no deben, no hacen sino echar sal en la herida. Lucirlas para echárselas en cara a los otros es como hacerse un Froilán, o sea, pegarse un tiro en el pie propio. Como esa manía que le ha dado a algunos patriotas de balcón de boicotear los productos catalanes, casi todos ellos elaborados con materia prima del resto de España. En este caso el tiro en el pie se lo darán a los cientos de miles de obreros andaluces y extremeños que trabajan en las fábricas catalanas y en las españolas que elaboran los componentes.

Por todo ello, me declaro furibundamente contrario a las banderas y a los boicots, que las penas con pan tumac y jamón de jabugo, acompañados de un brut, son menos penas.

Siempre he tenido un gran respeto por las banderas, sobre todo por las que van prendidas de un palo al extremo del brazo de un energúmeno, que suele ser el caso, ya sea un etarra con su ikurriña o un guerrillero de Cristo Rey con la rojigualda, que algo tienen en común: siempre eligen un palo igual de duro, como he podido comprobar en mi misma coronilla. De ahí que cuando veo una bandera me agarro la cartera y pongo pies en polvorosa, “no vayamos a pollas”, que dicen los granadinos.

Y estos días con más razón ya que, a mi miedo atávico por los palos se une el temor de que tanto despliegue de gallardetes logre ocultar nuestras miserias y la impudicia del PP, que la corrupción con banderas parece que se digiere mejor. Además, con tanta banderola se está echando más leña al fuego, ya que esta demostración de patriotismo balconero no hace sino separarnos más de los catalanes de a pie, a mayor beneficio de Rajoy y sus cuarenta conmilitones.