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Pedro Sánchez, en el callejón del Gato
Injustamente desapercibido transcurre el centenario de la edición definitiva de Luces de Bohemia, la obra de Ramón María del Valle-Inclán que consagró el esperpento, a partir de los espejos deformantes que unos cristaleros instalaron años antes en el Callejón del Gato de Madrid, esos azogues que durante largo tiempo viajaron por las ferias españolas menguando, alargando o engordando a quienes se asomaran a ellos.
“Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada”, escribía el maestro de Vilanova de Arousa, al que hubieran inspirado sobremanera los excesos de los narcos y sus barcos de recreo transportando tabaco o fariña, o a presidentes de la Xunta.
Valle-Inclán la palmó en enero del 36, con lo que nos dejó sin caricaturizar in articulo mortis al Frente Popular y al mayor ejemplo de esperpento hispano: la dictadura franquista, con sus generales bajitos y sus curas trabucaires, con ministros a sueldo del Imperio británico y un caudillo más bien de sainete, eso sí, por el imperio hacia Dios.
¿Qué sería de nuestra estirpe sin las emisiones de Queipo de Llano, sin los obispos cantando brazo en alto el Cara al Sol, sin Fraga en bañador y en Palomares, sin el turista un millón y sin la canción del verano?
¿Qué sería de la bizarra España sin el esperpento? No somos nada sin el caballo de Espartero, sin las películas porno de Alfonso XIII, sin los estibadores anarquistas impidiendo que los suyos quemaran imágenes porque les iba en ello la soldada de las procesiones… ¿Qué sería de nuestra estirpe sin las emisiones de Queipo de Llano, sin los obispos cantando brazo en alto el Cara al Sol, sin Fraga en bañador y en Palomares, sin el turista un millón y sin la canción del verano, sin los programas de Monseñor Escrivá de Balaguer en blanco y negro pero en prime time, sin la guardia mora o la cabra de la Legión, sin la sonrisa del régimen y las navidades de El Pardo?
Pero tampoco le van a la zaga el tejerazo, los tirantes rojigualdas, la peluca de Carrillo, los ministros socialistas codeándose con la beautiful people o casándose con Miss Porcelanosa, Ruiz Mateos vestido de Superman, los rojos con tarjetas black, las bodas de El Escorial, la foto de las Azores, los posados de Ana García Obregón cruzándose en la historia con los de José María Aznar, todo un país pendiente o dependiente de un tipo al que llamaban El Bigotes, el tocomocho y la estampita conviviendo con el Forum Filatélico, la cocaína pagada con parte de la pasta de los ERE, la maletita con ruedines de la jueza Alaya, la ceja de ZP queriendo ser Jimmy Carter en Venezuela, el Pequeño Nicolás, la libreta de Bárcenas y la carpetita del comisario Villarejo, los vecinos y los alcaldes de Rajoy su niña de las elecciones, su primo del cambio climático, los hilitos de plastilina del Prestige, la batalla del Perejil, un barco pintado con el canario Piolín transportando a los antidisturbios para reprimir el paripé de un referéndum, la corte de Puigdemont saliendo del maletero en una ciudad belga con nombre de derrota, las indemnizaciones en diferido, los ordenadores rotos a martillazos, los ancianos muertos en las residencias como un remake siniestro de arsénico por compasión, los campeones de lanzamiento de huesos de aceitunas, Abascal y sus jinetes del Apocalipsis, el gran visir Iznogud Núñez Feijoó que quiere ser sultán en lugar del sultán, la izquierda remedando a Pimpinela, un tal Alvise recreando En la fiesta me colé, el gobierno progresista haciéndose el longuis por un puñado de muertos junto a Melilla...
En fin, don Ramón, que nunca se puso el traje de luces de la cortesía ni temió el rebuzno libertario del honrado pueblo, tendría materia sobrada para sus hipérboles, en un país donde cada día es un escándalo y la clase política ha sustituido a Maquiavelo por las exageraciones de Paco Gandía. Maldita la gracia que tenía, eso sí, el tiro en la nuca y los 9 milímetros parabellum, por una comparsa de encapuchados con un logotipo parecido al de las farmacias.
¿Será por adulterio?, preguntaría Max Estrella a don Latino de Hispalis. Es lo más lógico si se trata de poner a cualquier marido contra las cuerdas de la ley
La judicatura española, tan vistosa con sus togas y manguitos, con su venda de croché en los ojos supuestamente ciegos, con su balanza escorada y con su jerga de Antonio Ozores, no ha dejado escapar la efeméride y ha programado para este martes un esperpento propio de Els Joglars: un juez de instrucción que investiga a gente que aún no sabe por qué se le investiga, va a entrevistar a La Moncloa al presidente del Gobierno, pero no como presidente del Gobierno, sin Falcon y a calzón quitado. No por su papel de inquilino de todos los españoles, sino en su condición marital, como cónyuge de Begoña Gómez, que es una de esas acusadas sin más acusación que la particular de Vox, y ante la mano inocente de las cámaras de la Comunidad de Madrid.
¿Será por adulterio?, preguntaría Max Estrella a don Latino de Hispalis. Es lo más lógico si se trata de poner a cualquier marido contra las cuerdas de la ley. Si fuera por prevaricación, que vaya usted a saber si eso es lo que investiga el investigador, tendría que interrogarlo como presidente del Gobierno y para eso necesitaría el B1 del Tribunal Supremo, que es donde presumiblemente terminará el sumario después de esta entretenida gira por otras provincias judiciales. Pedro Sánchez de Gómez visitará hoy el callejón del Gato, pero el esperpento pareciera haberlo escrito Miguel Ángel Rodríguez y/o Isabel Díaz Ayuso. No teman: la función será televisada en cuanto convenientemente se filtre a la opinión pública o a la opinión publicada.
¿Qué diría Valle-Inclán de un tiempo en el que una imagen vale más que mil sentencias? Que los agradadores de todos los Segismundos quieren que Pedro Sánchez tenga la misma profesión que Max Estrella: cesante.
“Cesante de hombre libre y pájaro cantor. ¿No me veo vejado, vilipendiado, encarcelado, cacheado e interrogado?”. Esas palabras podrían haberse escrito hoy mismo. Por eso es un clásico. Entresaco frases de Luces de Bohemia: “Soy lo que me han hecho las Leyes”. “Son desgracias inevitables para el restablecimiento del orden”. “La Leyenda Negra, en estos días menguados, es la Historia de España”. “Nuestra vida es un círculo dantesco. Rabia y vergüenza”. “España es una deformación grotesca de la civilización europea”. “¿Qué dirá mañana esa canalla de los periódicos?”. “El mundo es una controversia”.
Un clásico. De ayer y de hoy, don Ramón. Como ya empiezan a serlo también el “váyase señor González”, el último annus horribilis de Zapatero o un Parlamento despreciado por quienes lo consideran de su propiedad y al que ya –por fortuna, eso sí– no hace falta dispararle al techo ni sacarle a los tanques en las calles de Valencia. Cráneos previlegiados.
Injustamente desapercibido transcurre el centenario de la edición definitiva de Luces de Bohemia, la obra de Ramón María del Valle-Inclán que consagró el esperpento, a partir de los espejos deformantes que unos cristaleros instalaron años antes en el Callejón del Gato de Madrid, esos azogues que durante largo tiempo viajaron por las ferias españolas menguando, alargando o engordando a quienes se asomaran a ellos.
“Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada”, escribía el maestro de Vilanova de Arousa, al que hubieran inspirado sobremanera los excesos de los narcos y sus barcos de recreo transportando tabaco o fariña, o a presidentes de la Xunta.