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Pint of Science en Sevilla: rebujitos de Ciencia y humor
Me siento frente al ordenador con la sonrisa bien puesta, dispuesta a escribir esta columna para hablar de una de las caras menos conocida de mi ciudad, Sevilla, cuando me da por cotillear en las redes sociales, que debe ser el equivalente moderno de asomarse a la ventana antes de ponerse a guisar.
Con tan mala fortuna que se me ha quedado la cara de tonta al ver una presunta traducción al andaluz de uno de mis libros de cabecera. ¿Andaluz? ¿Qué andaluz? Con 46 primaveras (unas mejores que otras) y natural de Coria del Río, un pueblo sevillano, leo un fragmento del texto en voz alta y no entiendo nada. Mira que si al final los de Coria no somos andaluces… No, lo que va a ser es que los andaluces, como la mayoría de los habitantes del resto de este país, aprendemos a leer y leemos en castellano. Mi marcado acento coriano no me ha impedido soñar, enamorarme, sentir miedo, viajar o enfadarme leyendo libros en castellano. También es verdad que desde hace muchos años yo leo en silencio, no necesito escucharme para entender lo que se escribe en castellano. En fin, supongo que este exhibicionismo de caspa legendaria y tópicos manidos es rentable para algunos y contra eso nada hay que hacer. Seguro que habrá a quien le haga gracia y se sienta hasta orgulloso de semejante reivindicación zafia. Pero voy a lo que venía, que se me agria la sangre.
Apagadas las luces del Real de la Feria y antes de que bueyes y carretas inunden nuestras calles, es la hora de la Ciencia en Sevilla. Abróchense los cinturones, comprueben que su asiento está en posición vertical y su mesita plegada porque llega a Sevilla Pint of Science.
Hace casi cuatro años, en septiembre de 2013, Enrique F. Borja, Alberto MárquezAlberto Márquez y la que firma volvíamos del evento anual de divulgación científica de Naukas en Bilbao. Como quiera que el camino hasta Sevilla en coche es largo y volvíamos fascinados por el espectáculo de divulgación y, sobre todo, sorprendidos por las colas que hacía la gente para pillar asiento y ver las charlas, se nos ocurrió que podríamos intentar hacer algo así, pero en pequeñito, en Sevilla: organizar charlas quincenales de divulgación científica en un bar. ¿Por qué en un bar? Porque la gente ajena a la universidad y a los centros de investigación difícilmente iría a una charla en las instalaciones de estos, pero sí a los bares. Miento, no se nos ocurrió, yo era la única que pensaba que en Sevilla (aunque en otras ciudades ya habían probado esta fórmula) no iba a venir nadie a escuchar las charlas y que sin flamenquito o incienso íbamos a fracasar. Me equivoqué. Mucho. Y me alegro.
Embaucamos, sin ningún esfuerzo, a Carlos A. García, colega de la universidad y dueño del Bulebar Café y nació, en octubre de 2013, Ciencia en el Bulebar, con el apoyo de la Universidad de Sevilla y Jot Down. De hecho, el director de esta última, Ángel Fernández, se unió al equipo organizativo inmediatamente. Desde entonces y hasta la fecha, las charlas de Ciencia en Bulebar se han llenado cada 15 días de gente que disfruta escuchando a los expertos hablar de ciencia con pasión y con humor. Por este rinconcito de la Alameda sevillana han pasado muchos de los mejores divulgadores españoles. Y en navidades son nuestros cerebros fugados los que vuelven al Bulebar para contarnos lo que hacen allende nuestras fronteras.
En aquellos días no lo sabíamos pero unos meses antes de empezar nuestra aventura, en mayo del mismo año, se celebraba, por primera vez, en London, Oxford y Cambridge, la primera edición del festival Pint of Science con la misma idea: llevar a los científicos a los bares a hablar de ciencia durante 3 días. Aquel año y en estas tres ciudades fueron 15 los pubs que acogieron estas charlas de ciencia con cerveza. Y todo, gracias a la iniciativa de dos investigadores del Imperial College de Londres: Michael Motskin y Praveen Paul.
Esta original fiesta de la Ciencia llegó a España por primera vez en 2015 y se celebró en ocho ciudades españolas: Barcelona, Madrid, San Sebastián, Pamplona, Murcia, Santiago de Compostela, Valencia y Zaragoza. Y este año, por fin, llega a Sevilla.
El propio Bulebar Café (Alameda de Hércules, 83) junto con la factoría de creación Gallo Rojo (calle Madre María de la Purísima, 9) y la popular Sala Cachorro (calle Procurador, 19) se unen a la convocatoria de Pint of Science 2017 durante los días 15, 16 y 17 de mayo. Durante estos tres días, cada uno de estos establecimientos se llenará de ciencia y humor a partir de las 19.00 horas con dos charlas de divulgación por bar y día.
Mientras que en el Bulebar las charlas serán de sorprendentes aplicaciones de las matemáticas y la física, en el Gallo Rojo se hablará de biología humana y salud y la Sala El Cachorro se llenará de ciencias de la tierra, evolución y zoología.
Durante esos tres días, 18 investigadores de distintos ámbitos tratarán de sorprendernos con temas que van desde las abejas y los linces hasta nuestro cerebro y nuestra barriga cervecera, pasando a través de pompas de jabón y viajes en el tiempo. Ah, y las matemáticas de las redes sociales. El lunes 15 en el Bulebar Café, si les apetece, les cuento cómo se puede analizar y gestionar la huella digital que dejamos cuando compartimos algo en las mismas. Pueden consultar el programa de los tres bares en este enlace o, si prefieren una versión resumida aquí.
Pint of Science llega a Sevilla gracias a la iniciativa de investigadores del CSIC y profesores de la Universidad de Sevilla, con el apoyo de ambas instituciones y la Casa de la Ciencia (también del CSIC).
En esta maravillosa ciudad hay sitio para todos y tiempo para todo y en mayo es tiempo de escuchar hablar de ciencia. Sí, ciencia, con c. Esto es lo que me gusta de Pint of Science, que siendo de Coria digo perfectamente cerveza y ciencia. Anda que no.
Nos vemos en los bares.
Me siento frente al ordenador con la sonrisa bien puesta, dispuesta a escribir esta columna para hablar de una de las caras menos conocida de mi ciudad, Sevilla, cuando me da por cotillear en las redes sociales, que debe ser el equivalente moderno de asomarse a la ventana antes de ponerse a guisar.
Con tan mala fortuna que se me ha quedado la cara de tonta al ver una presunta traducción al andaluz de uno de mis libros de cabecera. ¿Andaluz? ¿Qué andaluz? Con 46 primaveras (unas mejores que otras) y natural de Coria del Río, un pueblo sevillano, leo un fragmento del texto en voz alta y no entiendo nada. Mira que si al final los de Coria no somos andaluces… No, lo que va a ser es que los andaluces, como la mayoría de los habitantes del resto de este país, aprendemos a leer y leemos en castellano. Mi marcado acento coriano no me ha impedido soñar, enamorarme, sentir miedo, viajar o enfadarme leyendo libros en castellano. También es verdad que desde hace muchos años yo leo en silencio, no necesito escucharme para entender lo que se escribe en castellano. En fin, supongo que este exhibicionismo de caspa legendaria y tópicos manidos es rentable para algunos y contra eso nada hay que hacer. Seguro que habrá a quien le haga gracia y se sienta hasta orgulloso de semejante reivindicación zafia. Pero voy a lo que venía, que se me agria la sangre.