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Plan de vivienda 13 Rue del Percebe
En un país donde cuesta bien morir porque la eutanasia es un quinario, tampoco nos lo ponen fácil para vivir. Un verbo que viene de vivienda, o viceversa, digo yo. Quien puede pagar una hipoteca o un alquiler, empeña en ello buena parte del sueldo, o de la vida, que me disculpe el mundo latino. Tan preocupante resulta ser ese problema que hasta Felipe VI nos lo recordó en su alocución navideña, desde el Palacio Real de Madrid: debe estar preocupado el hombre y no me extraña, con lo caras que le tienen que salir las derramas para mantener el edificio en pie y que no se incendie como el antiguo Castillo de los Moros, que estuvo allí mismo y con cuyas llamas pusieron festivamente fin los Borbones a la dinastía de los Austrias.
Habrá tenido el Rey que acordar una tarifa plana con Desokupa por si a los republicanos nos da por tomárnoslo en serio y le hacemos unas Tullerías el día menos pensado. ¿Se desgravará la Casa Real la Zarzuela como primera vivienda? Siempre me lo he preguntado, como si tienen derecho, por otra parte, al carné de familia numerosa.
En las últimas lunas, al Partido Popular le ha dado la bulla por proponer un nuevo plan de vivienda, que no es tan nuevo, pero mola que proponga algo, aunque sea vintage: la liberalización de suelo público para que los promotores urbanísticos construyan viviendas privadas guarda un cálido aroma a remake, de esos que siempre están de moda y que suele consistir en rodar de nuevo películas peores con actores nuevos. A Aznar le preocupaba tanto el problema de la vivienda que no gastó un ministerio propio en ello sino que metió sus competencias en el zurrón de Francisco Álvarez Cascos, aquella especie de John Wayne de la burbuja inmobiliaria, que en estos días vuelve a purgar la pena de banquillo y de telediario por uno de esos pufos del Foro Asturias a los que la España de orden llama negocios.
Difícilmente puede abordarse el abaratamiento o la simple existencia de un parque de viviendas a precio razonable, desde la bondad de un palacio, sea ese o el andaluz de San Telmo. Y mucho menos desde el ático hiperfashion que le sirve como nido de amor a Isabel Díaz Ayuso
La propuesta formulada por Alberto Núñez Feijoo, tras el retiro espiritual del PP, curiosamente también en un hotel asturiano, recuerda sobramanera a la que ya enunció el llorado José María Aznar en 2002, ante la carestía de la vivienda en aquella época: “Más suelo disponible, más viviendas y a menores costes para las familias”. ¿Les suena ese mantra? En aquel caso, la Ley del Suelo volvió al corral después de que el Tribunal Constitucional de entonces tumbara 200 artículos, dejando las competencias de la cosa en manos exclusivas de las comunidades autónomas y de los ayuntamientos.
“O se hace un buen acuerdo para aumentar la oferta de suelo disponible y de liberalización, que es por donde hay que enfocar este asunto, o las posibilidades del Gobierno son muy limitadas”, presagió Aznar veintitantos años atrás, cuando Lemon Brothers nos sonaba todavía a una variante del Frigodedo.
Vuelven a ser limitadas esas competencias, por más que Pedro Sánchez proclame su propio plan, como si al PSOE le quedaran gobiernos autonómicos para aplicar sus recetas inmobiliarias. Al presidente del Gobierno le asiste el hecho de que sea inquilino: de la Moncloa. Pero malicio que difícilmente puede abordarse el abaratamiento o la simple existencia de un parque de viviendas a precio razonable, desde la bondad de un palacio, sea ese o el andaluz de San Telmo. Y mucho menos desde el ático hiperfashion que le sirve como nido de amor a Isabel Díaz Ayuso. Si bien no es necesario padecer una dolencia para aplicar políticas públicas con las que afrontarlas, tampoco hace falta haber vivido en el número 13 de la Rue del Percebe –disculpen la antigualla boomer--, para procurar que la vivienda deje de ser un problema para convertirse, por fin, en un derecho, como la Constitución predica.
Ahora que han puesto de moda a Franco aquellos que les molesta recordar la guerra civil, se nos caen dos lagrimones melancólicos por aquellos “pisos del sindicato” donde la dictadura sacó de la intemperie a los tiesos de solemnidad
Cuando uno era joven, si alguna vez lo fuimos, los únicos modelos habitacionales que conocíamos eran los de aquella serie de historietas creada por el inconmensurable Francisco Ibáñez. O los puentes bajo los que se guarecía Carpanta, aquel hambriento profesional que crease José Escobar en tiempos todavía sobrados de apetito y faltos de motivos para mover el bigote: aquel representante de los sin techo se vería muy identificado, por cierto, con las chabolas precarias de La Cañada o el Vacie, o con los asentamientos de inmigrantes que sospechosamente arden cada dos por tres en Huelva o en Almería.
Ahora que han puesto de moda a Franco aquellos que les molesta recordar la guerra civil, se nos caen dos lagrimones melancólicos por aquellos “pisos del sindicato” donde la dictadura sacó de la intemperie a los tiesos de solemnidad, con su correspondiente cupo, muy propio de la época, para policías y militares con graduación.
Hoy, somos los supuestos bolivarianos quienes reclaman que el Estado pague palaustres y no sólo misiles. Ceder suelo público a las promotoras privadas, soluciona el problema, sí, pero de las inmobiliarias. Bonificar la venta o el alquiler a los jóvenes supondrá que las subidas de precio, de arrendamiento del IBI devoren las ayudas. Seguirán ahí, unos y otros, lejos de palacio, cerca de la calle, pagando lo que cobran por no dormir en el cajero de un banco. Sin saber dónde guarecerse, como escribiese Mario Benedetti, porque todas las puertas dan afuera del mundo.
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