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¿Qué prefiere, frío o calor? Yo prefiero un techo
Con los cambios de estaciones, especialmente las que componen opuestos en temperaturas como el calor y frío, en verano e invierno, aparecen los debates de qué prefiere cada persona. Pero existe una realidad oculta: la calle. La imposibilidad de acceder a una vivienda digna deriva para muchas personas en que la única opción de vivir sea una situación de calle, sin hogar, sin techo, mendicidad, indigencia o cualquiera que sea el término con el que se esté familiarizado. Aunque sea importante nombrar correcta y respetuosamente las cosas, hoy no voy a entrar en ese tema.
Las personas que viven en situación de calle, o en lo que en los últimos años se ha popularizado como “sinhogarismo”, se encuentran igualmente expuestas a temperaturas, tanto altas como bajas. Su situación significa sobrevivir a la calle y a sus estigmas, a sus odios y violencias. Violencias basadas en un primer momento en la aporofobia, a la que se le suman el machismo, capacitismo, racismo, xenofobia, etarismo (o edadismo, discriminación por la edad), y que no se detienen en una indiferencia sino en agresiones físicas, robos de sus pertenencias, e incluso asesinatos como el caso de un hombre encontrado en Antequera. A esto habría que sumarle la preocupante generación de odio a la que está expuesta y sometida la juventud sin herramientas críticas.
En mi anterior artículo abordaba las dificultades en que nos encontrábamos la población malagueña para poder acceder a la vivienda, aludiendo a la necesidad de políticas públicas que la blinden como un bien social. Esta vez, y en relación con este punto, podemos observar la falta de políticas públicas en lo que se ha venido llamando “sinhogarismo”, aunque el año pasado la Junta de Andalucía publicaba su I Estrategia de Atención a Personas Sin Hogar en Andalucía 2023-2026 para reducir el número de personas en esa situación a través de un nuevo sistema de atención y prevención, con siete objetivos estratégicos y 20 programas en los que se agrupan 100 medidas de actuación para hacer frente a los principales retos sociales en la atención a las personas sin hogar.
Otro ejemplo de la ineficacia de las acciones políticas por parte de las administraciones públicas han sido los asentamientos de temporeros y temporeras en Lepe, siendo ASNUCI en 2021 quien abriera el primer albergue para temporeros sin hogar tras más de veinte años de discriminación a las trabajadoras del campo migrante
Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), al menos 5.539 personas se encontraban en esta situación en Andalucía en 2022. Si bien podemos tener en mente un estereotipo de qué es una persona sin hogar (un hombre, blanco, con barba, gorro, empujando un carrito, guantes sin dedos, etc), la realidad es muchísimo más compleja y diversa, como las causas que empujan a llegar a esta situación. Nos encontramos con mujeres, personas LGTBIAQ+ que han sido expulsadas de sus casas por sus familias, familias desahuciadas, monoparentales, problemas de salud mental, juventud ex tutelada sin recursos económicos y redes de apoyo, personas con adicciones, personas en desempleo de larga duración, personas en situación administrativa irregular (trabajen o no) o incluso personas migrantes con permiso temporal de trabajo como ha sido durante casi 25 años el caso del municipio de Lepe.
Falta de políticas concretas en esta materia sumada a la dejadez de las administraciones, delegando en su mayoría al sector privado del Tercer Sector la responsabilidad. Un ejemplo está en albergues como el de Málaga (oficialmente Centro de Acogida Municipal) que cuenta con 108 plazas pero que, debido a saturación y falta de medios, poco a poco se han ido suprimiendo servicios en pos de una privatización en vez de un refuerzo de los servicios o mejora de la atención con más plazas públicas para la población. Otro ejemplo de la ineficacia de las acciones políticas por parte de las administraciones públicas han sido los asentamientos de temporeros y temporeras en Lepe, siendo ASNUCI en 2021 quien abriera el primer albergue para temporeros sin hogar tras más de veinte años de discriminación a las trabajadoras del campo migrante.
Nos urgen políticas sociales públicas sobre la vivienda digna para todas pero sobre todo para aquellas que son excluidas y recluidas a la calle (o el chabolismo) como única opción de habitabilidad, y cuyas intervenciones han sido la contención y el maltusianismo.
Con los cambios de estaciones, especialmente las que componen opuestos en temperaturas como el calor y frío, en verano e invierno, aparecen los debates de qué prefiere cada persona. Pero existe una realidad oculta: la calle. La imposibilidad de acceder a una vivienda digna deriva para muchas personas en que la única opción de vivir sea una situación de calle, sin hogar, sin techo, mendicidad, indigencia o cualquiera que sea el término con el que se esté familiarizado. Aunque sea importante nombrar correcta y respetuosamente las cosas, hoy no voy a entrar en ese tema.
Las personas que viven en situación de calle, o en lo que en los últimos años se ha popularizado como “sinhogarismo”, se encuentran igualmente expuestas a temperaturas, tanto altas como bajas. Su situación significa sobrevivir a la calle y a sus estigmas, a sus odios y violencias. Violencias basadas en un primer momento en la aporofobia, a la que se le suman el machismo, capacitismo, racismo, xenofobia, etarismo (o edadismo, discriminación por la edad), y que no se detienen en una indiferencia sino en agresiones físicas, robos de sus pertenencias, e incluso asesinatos como el caso de un hombre encontrado en Antequera. A esto habría que sumarle la preocupante generación de odio a la que está expuesta y sometida la juventud sin herramientas críticas.