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La primera mujer negra en la Corte Suprema de EEUU
De ser confirmada después de superar el trámite de esta semana ante el comité judicial del senado, la jueza Ketanji Brown Jackson, en estos momentos jueza federal de apelación en Washington DC, se convertirá en la primera mujer negra del Tribunal Supremo de los EEUU- ¡La primera en sus 232 años de vida! Ese tribunal, que poco a poco ha ido incorporando algunas de las formas de diversidad del país: con Louis Brandeis, el primer juez judío nombrado en 1918; Thurgood Marhsall, el primer juez negro, y uno de los dos únicos que ha tenido la corte hasta ahora, en 1967; O'Connor, la primera mujer de las solo cinco hasta la fecha, en 1981 y Sonia Sotomayor, la primera hispana, en 2009. Con el nombramiento ahora de una jueza negra (y digo “negra”, porque la expresión “de color” parece sugerir que los blancos somos incoloros) Biden estaría dando cumplimiento a su promesa electoral. No se trata además de un gesto aislado: la presidencia de Biden será también recordada por ser la que por vez primera ha conducido a una mujer negra a la vicepresidencia del país y por las muchas juristas negras a las que ha llevado a los tribunales de apelación federales del país (la mitad de sus 16 nombramientos hasta la fecha).
La historia que desea que el pueblo americano lea en su nombramiento la resumía la propia Jackson en su breve discurso ante el senado el primer día de las audiencias a inicios de esta semana: la de una niña que, bendecida por la gracia de Dios, y afortunada por haber nacido en la gran nación que son los EEUU, tuvo la suerte de criarse en una familia y con unos padres que habrían podido ya disfrutar de los frutos del movimiento de derechos civiles de los años 60 y 70 para convertirse en esa clase media negra trampolín -ambos fueron los primeros en recibir formación universitaria en sus respectivas familias para ocupar cargos docentes y de gestión en la enseñanza pública- que permitiría a su hija aspirar al sueño americano: llegar hasta donde su talento y su tesón la condujeran. (Y no le habría de faltar ni lo uno ni lo otro a una Jackson quien, después de educarse en un instituto público, accedió a la prestigiosa y elitista Universidad de Harvard, donde se formaron también muchos de los actuales jueces de la Corte, para iniciar, tras graduarse, un largo y exitoso recorrido profesional que incluyó el ejercicio de la abogacía en un bufete y su experiencia como jueza de distrito y federal -ambas experiencias que comparte con algunos de los actuales miembros de la Corte- pero también como abogada de oficio, experiencia que sin embargo no han tenido ninguno de los otros jueces).
Madre de dos hijas presentes en el momento de su discurso (y ante las que se disculpó por no haber sabido siempre compaginar bien carrera y maternidad, ¡la eterna culpa de las madres profesionales!), y esposa de un cirujano al que declaró su amor públicamente mientras este, visiblemente emocionado, hacía esfuerzos por contener las lágrimas (¡llore, hombre, que los hombres también lloran!), la jueza apelaba sin duda al patriotismo de su audiencia al mencionar también a su hermano policía que, tras el atentado de las torres gemelas, se alistó como voluntario en el ejército americano.
Las futuras generaciones ya están ahí y se encuentran en el escaso 2% que se estima que representan de entre todos los juristas del país las juristas negras
¿Lo que prometía aportar al desempeño de su cargo?: neutralidad, independencia, respeto al precedente y compromiso con la transparencia en una visión de la ley -tomada prestada del juez Breyer al que citó literalmente, al que reemplazaría en la Corte y para el que sirvió como letrada en los albores de su carrera- como instrumento para alcanzar la convivencia armoniosa de personas diversas y con intereses diversos. Y en todo esto, ella no representaría más que la continuación de los esfuerzos de otras mujeres que la precedieron e inspiraron, rompiendo barreras, franqueando puertas. En particular, Jackson reconocía que su principal fuente de inspiración había sido Constance Baker Motley, la primera jueza negra llevada por el presidente Johnson a un tribunal federal del país, después de una larga carrera de litigio en defensa de los derechos de los afroamericanos. También Jackson esperaba servir de inspiración para las futuras generaciones.
Esas futuras generaciones ya están ahí y se encuentran en el escaso 2% que se estima que representan de entre todos los juristas del país las juristas negras; y, más aún, en las 30.000 seguidoras de la cuenta de Instagram “Black Girls Do Law” en la que las estudiantes negras buscan apoyo online para sortear los obstáculos que encuentran en el camino. Una de esas estudiantes sigue mi curso este año en la Universidad de Nueva York. Solo una en mi clase y no muchas en el resto de la facultad de derecho, a pesar de que, como muchas de las universidades del país, la Universidad de Nueva York actúa de forma proactiva para atraer a minorías y colectivos discriminados aunque, para hacerlo, y por imperativo constitucional, tenga, como el resto de universidades, que justificarlo en nombre de la diversidad de perspectivas que aportan a la experiencia educativa de todos, más que a razones de justicia y a la necesidad de medidas correctoras que permitan, en este caso, superar los efectos de un pasado como el de la esclavitud y la segregación racial, y de un presente en el que, como recuerda el vigoroso movimiento de “Black Lives Matter” la discriminación racial estructural sigue estando al orden del día e impidiendo que la población negra compita en igualdad de condiciones.
Mi alumna afroamericana está embarazada. Tal vez también por eso le afectara de forma especial el vídeo que decidí mostrar en clase hace unos días, cuando, para abordar el concepto de discriminación interseccional, me valí de un Ted Talk de la creadora del término, la profesora Kimberleé Crenshaw. Si lo que había leído recientemente acerca de la importancia de que el docente toque las emociones y no solo las mentes del alumnado si queremos que recuerden nuestras enseñanzas era cierto, ese vídeo, me dije, lo garantizaría. En él, para ejemplificar su teoría de la llamada discriminación interseccional -una teoría que explica cómo el derecho antidiscriminatorio articulado en torno a la prohibición de la discriminación en base a ciertos factores, como la raza o el sexo, acaba siendo insuficiente para captar las formas específicas de discriminación de quienes se ven afectados por ambos factores a la vez- Crenshaw invitaba al público a levantarse al inicio de la charla y le conminaba a que se fuera sentando a medida que dejara de reconocer a quienes correspondían una serie de nombres que ella se disponía a pronunciar en voz alta. El público permanecía mayormente de pie tras pronunciar los primeros nombres, pero pronto empezaba a tomar asiento, quedando, al final del ejercicio, solo dos o tres personas alzadas. Los primeros nombres, revelaría al concluir el experimento, eran los de hombres negros fallecidos en los últimos años, víctimas de brutalidad policial. Los segundos, los que casi nadie lograba identificar, eran los de mujeres negras víctimas del mismo tipo de violencia. La pregunta del millón era por qué el ciudadano o la ciudadana media podía reconocer muchos de los nombres de varón pero casi ninguno de los de las mujeres. El vídeo concluía poniendo rostro a muchas de esas mujeres, explicando las condiciones en las que habían sido asesinadas, e invitando al público a pronunciar sus nombres en voz alta, mientras aparecían en una gran pantalla junto a sus imágenes, como forma, ahora sí, de aprender a reconocerlas. Yo invité a mis alumnos a hacer lo propio y me sumé al ejercicio. Una de las mujeres asesinadas lo había sido de un disparo en un coche en el que también iba su hija pequeña a pocos metros de la Casa Blanca y fue eso, según nos dijo, lo que más afectó a mi alumna. Ni siquiera la maternidad le granjearía inmunidad.
La pregunta que yo formulaba aquel día en clase, aprovechando el anuncio del nombramiento de la jueza Jackson por parte de Biden, era qué diferencia podría hacer, más allá de inspirar a las futuras generaciones y de aumentar la legitimidad social de un tribunal cada vez más diverso, el nombramiento de la primera mujer negra a la Corte Suprema de los EEUU. Y la verdad es que las intuiciones de mi alumnado parecen haberse confirmado incluso antes de que la jueza haya tomado posesión, cosa que se espera que suceda si la mayoría demócrata en el senado (para esta ratificación no hace falta mayoría cualificada) actúa sin sorpresas o incluso si algunos de los republicanos vuelven a apoyarla como ya hicieran en algunas de las confirmaciones previas por las que ha pasado de forma reciente.
La jueza Jackson se encontrará con frecuencia en la minoría, firmando votos disidentes en compañía de las otras dos juezas que nombró Obama, Kagan y Sotomayor. Para que parte de la población del país no pierda fe en la justicia ni en la institución
Nadie se engaña ni puede pedirle peras al olmo: la composición de la Corte, una vez reemplazado el juez Bryer por una Jackson ambos de nombramiento demócrata, no se verá alterada: seis conservadores, frente a tres demócratas significa que, en términos numéricos, seguiremos teniendo durante décadas una corte con la composición más escorada hacia posicionamientos conservadores que haya tenido la Corte Suprema en el último siglo. La jueza Jackson, con toda seguridad, se encontrará con frecuencia en la minoría, firmando votos disidentes en compañía de las otras dos juezas que nombró Obama, la jueza Kagan y Sotomayor. Para que parte de la población del país no pierda fe en la justicia ni en la institución, para que, tal vez, alguno de sus compañeros, con el paso del tiempo, maticen sus posturas, y con la esperanza, quién sabe, de que algunos de esos votos minoritarios de hoy sean reivindicados en un futuro próximo y se conviertan en la visión mayoritaria de un tribunal que sepa apartarse de su doctrina, como ha sucedido en otras ocasiones en el pasado.
Y sin embargo pocos de mis alumnos y alumnas parecían dudar de que la experiencia de vida de Jackson tendría un impacto en su forma de administrar justicia. Y de que, en esa experiencia de vida, su condición de mujer negra serían factores relevantes. Por supuesto no los únicos. Estos días no he podido dejar de pensar que mis alumnos llevaban razón. Lo he hecho mientras escuchaba las intervenciones de muchos de los senadores republicanos. En alusión a su experiencia como abogada de oficio en general, y, en particular, en alusión a una sentencia (que supuestamente habría carecido de la severidad necesaria) y que pronunció en un asunto de consumo de pornografía infantil por un adolescente de 18 años, homosexual, en el seno de una familia religiosa, estos senadores parecían sugerir una predisposición de la jueza a ser demasiado “blanda con los criminales,” tal vez ensayando ya el cántico de guerra de “ley y orden” que el partido ensalzará en las elecciones venideras.
La jueza se defendía alegando que hizo lo que estimó oportuno en atención a las circunstancias específicas del caso y que, al hacerlo, no se apartó de lo que otros jueces habían dictaminado en casos similares. Ignoro los particulares del asunto. Pero, así, de entrada, no me parece implausible que una mujer como Jackson, madre de dos hijas de edades no muy diferentes a la del acusado, con conexiones familiares con las fuerzas de seguridad y el mundo del derecho, pero también sobrina de alguien que acabó en la cárcel con una sentencia a cadena perpetua por tráfico de cocaína, con la experiencia profesional de defender a personas indigentes, y con la preocupación que acompaña a todo ciudadano negro de EEUU por la forma en que el país abusa, y además de forma selectiva, de la privación de libertad, como muestran sus desorbitadas tasas de encarcelamiento y la sobre-representación de la población carcelaria negra y pobre, se lo hubiera pensado bien antes de imponer una condena excesivamente larga de privación de libertad a un joven que declaraba su arrepentimiento y del que no se conocía ningún otro comportamiento delictivo o antisocial, así este no fuera negro. Solo que a mi vista, como seguramente a la de mis alumnos, eso la haría mejor, no peor jueza, y a un tribunal que incluya mujeres con estas experiencias de vida y profesionales, más y no menos ecuánime.
De ser confirmada después de superar el trámite de esta semana ante el comité judicial del senado, la jueza Ketanji Brown Jackson, en estos momentos jueza federal de apelación en Washington DC, se convertirá en la primera mujer negra del Tribunal Supremo de los EEUU- ¡La primera en sus 232 años de vida! Ese tribunal, que poco a poco ha ido incorporando algunas de las formas de diversidad del país: con Louis Brandeis, el primer juez judío nombrado en 1918; Thurgood Marhsall, el primer juez negro, y uno de los dos únicos que ha tenido la corte hasta ahora, en 1967; O'Connor, la primera mujer de las solo cinco hasta la fecha, en 1981 y Sonia Sotomayor, la primera hispana, en 2009. Con el nombramiento ahora de una jueza negra (y digo “negra”, porque la expresión “de color” parece sugerir que los blancos somos incoloros) Biden estaría dando cumplimiento a su promesa electoral. No se trata además de un gesto aislado: la presidencia de Biden será también recordada por ser la que por vez primera ha conducido a una mujer negra a la vicepresidencia del país y por las muchas juristas negras a las que ha llevado a los tribunales de apelación federales del país (la mitad de sus 16 nombramientos hasta la fecha).
La historia que desea que el pueblo americano lea en su nombramiento la resumía la propia Jackson en su breve discurso ante el senado el primer día de las audiencias a inicios de esta semana: la de una niña que, bendecida por la gracia de Dios, y afortunada por haber nacido en la gran nación que son los EEUU, tuvo la suerte de criarse en una familia y con unos padres que habrían podido ya disfrutar de los frutos del movimiento de derechos civiles de los años 60 y 70 para convertirse en esa clase media negra trampolín -ambos fueron los primeros en recibir formación universitaria en sus respectivas familias para ocupar cargos docentes y de gestión en la enseñanza pública- que permitiría a su hija aspirar al sueño americano: llegar hasta donde su talento y su tesón la condujeran. (Y no le habría de faltar ni lo uno ni lo otro a una Jackson quien, después de educarse en un instituto público, accedió a la prestigiosa y elitista Universidad de Harvard, donde se formaron también muchos de los actuales jueces de la Corte, para iniciar, tras graduarse, un largo y exitoso recorrido profesional que incluyó el ejercicio de la abogacía en un bufete y su experiencia como jueza de distrito y federal -ambas experiencias que comparte con algunos de los actuales miembros de la Corte- pero también como abogada de oficio, experiencia que sin embargo no han tenido ninguno de los otros jueces).