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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Privatiza, que algo queda

Lo siguiente forma ya parte de la Historia: en 1996 el primer ministro británico conservador John Major, como colofón a una serie de grandes privatizaciones de servicios públicos llevadas a cabo por su predecesora en el cargo, la también conservadora Margaret Thatcher, hacía lo propio con la British Rail (la RENFE británica). Dinero efectivo, contante y sonante para las arcas públicas del Reino Unido. Dos años después comenzaron los graves accidentes ferroviarios (en uno de ellos hubo 31 muertos) y ya con el laborista Toni Blair en el Gobierno, en 2001, el Estado tuvo que volver a hacerse cargo de una compañía desastrosa que había llevado a la UVI al servicio ferroviario más antiguo de Europa.

Lo que viene a continuación ocurrió el viernes pasado. No, no tiene nada que ver con la derrota de la selección española de fútbol ante la holandesa, sino con los acuerdos del Consejo de Ministros, algo mucho más aburrido, qué duda cabe. Mientras tres cuartas partes de España soñaba con, y se preparaba para la que tenía que haber sido una nueva tarde gloriosa de La Roja, el Gobierno de Rajoy y sus muchachos acordaban la entrada de capital privado en AENA y en RENFE. Así, nada de nocturnidad ni alevosía, sino todo lo contrario: a plena luz del día, con luz, taquígrafo y grandes dosis de demagogia.

Porque, nos contaba la ministra Ana Pastor, con ello se dota “al mercado de mayor oferta y precios competitivos para el uso del transporte ferroviario”, que se busca “incrementar el uso de las infraestructuras y optimizar la gestión de RENFE” y que “la mayor eficiencia de Aena será un estímulo al sector del transporte aéreo en España y a los sectores estratégicos vinculados, como el turismo y el comercio”.

Una vez más, nos sueltan el soniquete de que se mejorarán los servicios, se controlarán los costes, se incrementará la eficacia, se ganará en eficiencia, seremos más competitivos, con lo cual generaremos más riqueza, más empleo y seremos un poco más felices. Así del tirón suena la mar de bien, pero una mentira, por mucho que se repita, sigue siendo una mentira. No está demostrado que una gestión privada sea, per se, mejor que una pública. Hay buena y mala gestión (y gestores) pública, lo mismo que buena y mala gestión (y gestores) privados.

Hace algunos años, con Aznar al frente, aquí también se privatizó la luz y el teléfono y, que sepamos, los únicos que han salido ganando con ello son sus directivos multimillonarios, con mención de honor para aquellos que entraron por la famosa puerta giratoria. Que, por cierto, debe de tener los goznes desencajados, porque mira que gira la dichosa puerta de las narices. Que si ahora un cargo en Telefónica, que si ahora una presidencia honorífica en Iberdrola, que si después un sillón en el consejo de administración de Endesa… pero eso es otra historia.

Volviendo al Consejo de Ministros de la pasada semana: tras esos lugares comunes (eficiencia, eficacia, competitividad, excelencia, etc), se esconde una verdad que, resumiendo, podría ser algo así como “señoras y señores, somos un gobierno de derechas, que por definición está en contra de la intervención del Estado y que valora sobre todas las cosas la propiedad privada, la libertad de mercado y el sálvese quien pueda. Además, vendiendo estos activos conseguimos hacer caja, con la falta que nos hace. Privado bueno. Público malo.” Reduccionista pero efectivo. Y ya está, para qué darle más vueltas.

Sin embargo, se empeñan en convencernos de unas presuntas bondades privatizadoras que, a la postre, la tozuda realidad termina por tirar por tierra en muchas ocasiones. Si no, que le pregunten a los británicos.

Lo siguiente forma ya parte de la Historia: en 1996 el primer ministro británico conservador John Major, como colofón a una serie de grandes privatizaciones de servicios públicos llevadas a cabo por su predecesora en el cargo, la también conservadora Margaret Thatcher, hacía lo propio con la British Rail (la RENFE británica). Dinero efectivo, contante y sonante para las arcas públicas del Reino Unido. Dos años después comenzaron los graves accidentes ferroviarios (en uno de ellos hubo 31 muertos) y ya con el laborista Toni Blair en el Gobierno, en 2001, el Estado tuvo que volver a hacerse cargo de una compañía desastrosa que había llevado a la UVI al servicio ferroviario más antiguo de Europa.

Lo que viene a continuación ocurrió el viernes pasado. No, no tiene nada que ver con la derrota de la selección española de fútbol ante la holandesa, sino con los acuerdos del Consejo de Ministros, algo mucho más aburrido, qué duda cabe. Mientras tres cuartas partes de España soñaba con, y se preparaba para la que tenía que haber sido una nueva tarde gloriosa de La Roja, el Gobierno de Rajoy y sus muchachos acordaban la entrada de capital privado en AENA y en RENFE. Así, nada de nocturnidad ni alevosía, sino todo lo contrario: a plena luz del día, con luz, taquígrafo y grandes dosis de demagogia.