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Se queda

Pedro Sánchez y Nadia Calviño, escuchando en el Senado una intervención del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo
10 de diciembre de 2023 21:21 h

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Se va Nadia Calviño. Desde tiempo se barruntaba. Es como si hubiera venido al gobierno de España, con formación y mentalidad eurócrata, de stagiaire. Los más malvados dicen hasta que se la mandaron a Pedro Sánchez. Una especie de cesión sin derecho a compra. 

Ahora uno tiene la sensación futbolera de quedarse sin una buena jugadora sin que el traspaso a un grande suponga que viene otra igual o mejor. Sus críticas han procedido particularmente desde la izquierda. Siempre se ha visto en ella una stopper frente a las veleidades izquierdistas que pusieran en un brete la directriz europea y agriasen la imagen prudente y centrista que quería dar Sánchez. El presidente tendrá que buscar alguien que haga el mismo papel, porque no pienso que Sánchez haya cambiado de rumbo. Además, tiene su ala izquierda, es un decir, neutralizada y a los grandes empresarios a lo suyo, a la tórtola, es decir, al benéfico BOE.

En todo caso, Calviño ha sido el cordón umbilical del gobierno de Sánchez con Bruselas. Todo ello sin despreciar otros liderazgos emergentes en la UE, inopinadamente en un principio, pongamos que Teresa Ribera o el propio Sánchez, más querido en la UE que en el Reino. 

Calviño nos ha dejado por otro y se va. España tendrá, dicen los del patriotismo institucional, a una española en el BEI, que podría ser lo mismo que tener un español en el BCE con Luis de Guindos

En fin, que Calviño nos ha dejado por otro y se va. España tendrá, dicen los del patriotismo institucional, a una española en el BEI, que podría ser lo mismo que tener un español en el BCE con Luis de Guindos. No conocen Europa ni a los eurócratas. Lo curioso es que, una vez que no se queda Calviño, las críticas menguan, sin agradecimiento, desde las derechas, -los profetas mediáticos andan por ahí barzoneando- y ni siquiera el PP se ha atrevido a presumir de lo suyo, es decir: para cargo el del príncipe de la economía popular, Rodrigo Rato, en el FMI. Calviño acabará mejor. 

La parte menos neutralizable, bizcochable, de la izquierda de la coalición de Gobierno, Podemos, se va también, se separa. Se veía venir, no sé si será verdad que Sánchez estaba dispuesto a que tuvieran algún ministerio. En la teoría de las coaliciones (la de gobierno es de un partido con una coalición de coaliciones, partidos menores sólo orgánicos y uno madrileño con split), se afirma que una de las artes a cultivar para la buena marcha de una coalición es la habilidad de trato. No ha habido ni habilidad ni trato.

No la ha habido, por eso se ha producido la espantá. Lo más curioso es que toda la derecha y la izquierda ecuménica está muy preocupada por la profetizada desaparición de los recién divorciados, como si no se hubieran empleado ya a fondo en el empeño. Todos menos el que más sabe y quizá piloto mayor de la operación. 

Alberto Núñez Feijoo, sin embargo, se queda. Reconozco que lo infravaloré. Pensaba que se iría pero, adónde

Pedro Sánchez tendrá buenas relaciones con su aliado, ahora no de gobierno sino de legislatura. De camino, ha comprobado, y lo hará presente, que la lideresa del grupo matriz no controlaba a sus coaligados en fuga y aún queda por saber si controla lo que queda. Incluso ha tenido la genialidad de no mostrar preocupación alguna porque la estabilidad de su gobierno no está en peligro y se trata de un partido, Podemos, no coalición, como ellos, progresista, dijo.

Esta legislatura será tranquila por esa parte, se van pero se quedan. Sánchez se garantiza un referente progresista y buen sueño; sus nuevos aliados parlamentarios, por su parte, no mueren en el anonimato de una residencia parlamentaria. El grupo mixto dará su juego y ambiente y, tal vez, es un mal poner, crezca.

Alberto Núñez Feijoo, sin embargo, se queda. Reconozco que lo infravaloré. Pensaba que se iría pero, adónde. Mientras que la izquierda va y viene, la derecha se queda y se acantona, entre lawfares y rebeliones. Si algo identifica y es seña de identidad de la derecha española actual es su capacidad de quedarse, de no moverse. Ahí tenemos al CGPJ, quieto e insurrecto al grito, entre rosario y rosario, de ¡no nos moverán! 

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