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'Querido capullo': Virginie Despentes nos obliga a discutir con nosotros mismos
Querido capullo no es solo una novela. Es, sobre todo, una discusión, pero no la que Despentes establece entre sus dos personajes principales, que a su vez pivotan en torno a otro tercero; sino de manera sobresaliente la que nos obliga a mantener con nosotros mismos y nuestras convicciones. En ello radica el mayor logro de este libro que, con muy poco, podría haber descarrilado.
Escrito en la órbita del #Metoo, de las cancelaciones, de las corrientes enfrentadas en el feminismo, de los inevitables choques generacionales dentro de este, Querido capullo corría el riesgo de naufragar en la misma playa desierta de tantos libros oportunistas que últimamente se publican con la excusa del feminismo: el trazo simple, el panfletarismo sin calidad literaria, la palmadita autocomplaciente o las obviedades que ya no aportan nada. Para resumir: si Rubiales fuera capaz de leer un libro y asimilarlo, encontraría aquí por qué, más allá del furor tontorrón de las redes y las proclamas resultonas, su caso es el de un capullo de manual…, pero que de ello también se sale.
El problema, el agotador problema, es la inconmensurable labor pedagógica que algo así exige. No me refiero a la educación en las escuelas, sino a esa labor titánica a las que las feministas parecen obligadas para reeducar a adultos recalcitrantes. No hay fuerza humana que pueda con eso, no hay fuerza humana que pueda, uno a uno, coger a ese tipo de hombre y establecer una larguísima relación epistolar como la de esta novela. Y ese es otro de los aciertos de Despentes: a través de estas cartas, de estos mails, no es solo el capullo de manual (un escritor de éxito, ya entrado en los cuarenta) el que reconfigura toda su subjetividad, sino también su interlocutora, una célebre actriz en la cincuentena. En medio, las entradas en el blog de la joven que, en última instancia, ha motivado el intercambio de cartas.
Eso es lo que necesitábamos: buena literatura para problemas que no se resuelven con cuatro post y decenas de títulos cuya sincera indignación no basta para explorar las nuevas formas del patriarcado actual
Despentes deja el punto de partida claro: quién es la víctima y quién el capullo. Pero muy pronto cada una de estas páginas comienza a desplegar una multitud de aristas que abren el abanico sobre las masculinidades tóxicas, sobre los “minusculistas”, o sobre la mirada ciertamente escéptica que algunas mujeres, por lo general bien encuadradas en sus privilegios de clase, tienen acerca del feminismo. Bucear en esas personalidades, adentrarse hasta encontrar el punto de comprensión, no significa ni por asomo la justificación (otro peligro bien sorteado por Despentes) pero sí nos abre el espectro, nos da nuevas perspectivas. En definitiva, nos remueve y saca a colación cuestiones que, quizás, no pesaban en nuestro bagaje antes de leer esta novela. Lo hace, además, anclada en el presente, con buena parte de la novela ambientada en plena pandemia y sus confinamientos en Francia, lo que le proporciona a los personajes el momento propicio para enfrentarse a sus miserias, sin necesidad ya de fingir en el teatro social.
Entre esas miserias hay largas reflexiones en torno a la droga, que a mi juicio se hacen algo extensas y no terminan de destellar del mismo modo. También sobre el trabajo, la salud mental, la clase, la raza, el acoso en las redes sociales, convertidas en tantos casos en un vertedero sin demasiado valor, ni siquiera ya sociológico. Hay también paternidad, maternidad, dinero… Porque no hay capullo, porque no hay mujer agredida, porque tampoco hay gestión de la pandemia, si a eso vamos, que se pueda entender sin nada de ello. Y Despentes logra, en una novela sin apenas trama, que sus personajes se vuelvan tan sólidos, tan verdaderamente humanos, como para encarnar el mundo y la época que les ha tocado vivir.
Si este libro es una verdadera conversación, una discusión, se debe a que su autora es una novelista de primer orden. Y eso es lo que necesitábamos: buena literatura para problemas que no se resuelven con cuatro post y decenas de títulos cuya sincera indignación no basta para explorar las nuevas formas del patriarcado actual. Qué pena que los rubiales de turno nunca lo vayan a leer.
Querido capullo no es solo una novela. Es, sobre todo, una discusión, pero no la que Despentes establece entre sus dos personajes principales, que a su vez pivotan en torno a otro tercero; sino de manera sobresaliente la que nos obliga a mantener con nosotros mismos y nuestras convicciones. En ello radica el mayor logro de este libro que, con muy poco, podría haber descarrilado.
Escrito en la órbita del #Metoo, de las cancelaciones, de las corrientes enfrentadas en el feminismo, de los inevitables choques generacionales dentro de este, Querido capullo corría el riesgo de naufragar en la misma playa desierta de tantos libros oportunistas que últimamente se publican con la excusa del feminismo: el trazo simple, el panfletarismo sin calidad literaria, la palmadita autocomplaciente o las obviedades que ya no aportan nada. Para resumir: si Rubiales fuera capaz de leer un libro y asimilarlo, encontraría aquí por qué, más allá del furor tontorrón de las redes y las proclamas resultonas, su caso es el de un capullo de manual…, pero que de ello también se sale.