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Radicales

Lucrecia Hevia

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Quiero ser radical. Es que hoy si no te llaman radical no eres nadie, caray. No tienes nivel, ni caché, ni nada de nada. RADICAL. Parecería una palabra de amor que te lanzan, porque lo que quieren decir es que te están haciendo caso, te están mirando. Y, bueno, la atención está bien; a veces. Y además es que resulta cómodo. Porque en función de quién te llame radical ya sabes donde estás. No te exige pensar mucho. Que te dicen blanco, tú ya sabes que lo tuyo tiene que ser el negro. Que sueltan “con España”, ya sabes que, por lo visto, digas lo que digas estás contra España. Y así todo. Conmigo o contra mí. Conmigo o contra España, conmigo o contra toda la fresa de Andalucía… La cuestión está en reconocer que solo hay que elegir entre dos opciones y que eso siempre es mucho más sencillo que acordarse de que la vida está llena de matices.

Es que si no eres radical no eres nadie, te aviso. Porque ahora son radicales los que defienden la salud pública (qué locura). Son radicales dos hombres o dos mujeres que se besan. Radicales también los que quieren explicar en su pueblo, en Lebrija por ejemplo, conceptos LGTBI. Radical que lo hagan en una plaza llena de familias. Porque las familias no, esas no son radicales (pero solo un tipo de familias). Son tradicionales. Ni se contempla la remota posibilidad de que las familias sean diversas. Eso es radicalidad máxima. Aunque a mí me parezca bastante radical el hecho de hablar de paguitas a los migrantes, de menores no acompañados delincuentes, decir que las mujeres queremos tener más derechos que los hombres o que la violencia de género no existe. Bueno, es que mentir me parece una posición bastante radical.

Radical es ahora hasta Miguel Delibes, que con la ciencia en la mano una y otra vez repite que Doñana se seca si seguimos así; que habla de incertidumbre, paz social, el futuro. No hay más que verle para saber cómo son los radicales. No tienes más que escuchar sus extremas posiciones.

Si la cosa va por ahí, yo me apunto. A la banda de los radicales. Esos que quieren que los hombres y las mujeres tengamos los mismos derechos y oportunidades. Qué bestia. O los que creen que los ecosistemas hay que conservarlos para conservarnos a nosotros mismos; los que creen en la democracia radicalmente (porque, seamos sinceros, todavía no hemos encontrado nada mejor).

Pero sé que no. Que todo esto no es radicalidad. Ya lo dice la RAE (que sí, a veces también se pone radicalona): intransigente, extremoso.

No digo yo que no haya radicales en todas las sociedades. Extremos. Siempre ha habido, siempre habrá. Tiran de los límites. Pero perder el sentido del lenguaje es una lástima y que todo lo que no nos guste se convierta en radical es peligrosamente absurdo.

Igual lo más radical que puedo hacer hoy es proponer el debate de ideas y propuestas. Que nos paremos en los matices. En los detalles. Que no nos conformemos con el trazo grueso: esto bueno, esto malo. Que nos atrevamos a escuchar sin el objetivo de ganar. Que no todas las conversaciones se conviertan en un combate. Pero entiendo que esto… es demasiado radical.

Quiero ser radical. Es que hoy si no te llaman radical no eres nadie, caray. No tienes nivel, ni caché, ni nada de nada. RADICAL. Parecería una palabra de amor que te lanzan, porque lo que quieren decir es que te están haciendo caso, te están mirando. Y, bueno, la atención está bien; a veces. Y además es que resulta cómodo. Porque en función de quién te llame radical ya sabes donde estás. No te exige pensar mucho. Que te dicen blanco, tú ya sabes que lo tuyo tiene que ser el negro. Que sueltan “con España”, ya sabes que, por lo visto, digas lo que digas estás contra España. Y así todo. Conmigo o contra mí. Conmigo o contra España, conmigo o contra toda la fresa de Andalucía… La cuestión está en reconocer que solo hay que elegir entre dos opciones y que eso siempre es mucho más sencillo que acordarse de que la vida está llena de matices.

Es que si no eres radical no eres nadie, te aviso. Porque ahora son radicales los que defienden la salud pública (qué locura). Son radicales dos hombres o dos mujeres que se besan. Radicales también los que quieren explicar en su pueblo, en Lebrija por ejemplo, conceptos LGTBI. Radical que lo hagan en una plaza llena de familias. Porque las familias no, esas no son radicales (pero solo un tipo de familias). Son tradicionales. Ni se contempla la remota posibilidad de que las familias sean diversas. Eso es radicalidad máxima. Aunque a mí me parezca bastante radical el hecho de hablar de paguitas a los migrantes, de menores no acompañados delincuentes, decir que las mujeres queremos tener más derechos que los hombres o que la violencia de género no existe. Bueno, es que mentir me parece una posición bastante radical.