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La reina de Estados Unidos

23 de octubre de 2024 21:31 h

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El otro día nos preguntó mi hija Candela de casi cinco años: “Mamá, papá, ¿las reinas existen de verdad?” Bueno, en realidad nos lo dijo en inglés, porque es lo que tiene esto de vivir en Estados Unidos: da igual cuánto español les hable yo, mis hijos me contestan en inglés. 

Su padre y yo nos miramos de un lado a otro del asiento delantero del coche y sonreímos, disfrutando de uno de esos (raros) momentos de la vida con niños muy pequeños que son disfrutables. 

Mi marido, Miles, que es estadounidense muy americano en el sentido más hollywoodense de la palabra (si te lo estás imaginando con camisa hawaiana, calcetines y chanclas, vas encaminado) se preparaba para echar la diatriba de que en Estados Unidos no hay reinas. 

“En España sí hay”, le respondí yo. “Pero aquí en Estados Unidos no”, apostilló Miles. 

Yo le miré por encima de las gafas. “Bueno, la Primera Dama, es un poco como una reina. O, si gana Kamala Harris en las elecciones a la presidencia, será la reina”, añadí yo. 

Ahora le tocaba el turno a Miles de echarme la mirada de what the hell are you saying (que se traduce qué infiernos dices. Y sí, hablamos así, la vida del inmigrante bilingüe es muy rara). 

Mi marido cogió aire y empezó con el discurso, que tengo ya muy escuchado porque llevo viviendo en los Estados Unidos de América la friolera de casi 10 años, de que este país está basado en la oposición a la Tiranía y yada yada yada (que es como los americanos dicen blablabla). 

Y ahí ya le tuve que parar. 

A grandes rasgos, en el sistema bipartidista presidencial donde los dos partidos mayoritarios tienen más en común que muchos matrimonios no hay tantas opciones

Verán ustedes, no peco yo de ser monárquica ni muchísimo menos, pero quizás de cínica, un poco sí. Entonces, a dos semanas de unas elecciones en las que van a elegir (digo “van” porque, como residente permanente, no me dejan votar) entre Málaga y malapeor, pues no veo yo que sea el momento de discursos pro-democracia bipartidista y neocapitalista. 

Y es que, aunque en unas semanas Kamala Harris pueda hacer historia convirtiéndose en la primera presidenta mujer, y la primera presidenta mujer negra de Estados Unidos, no nos engañemos. Las diferencias entre demócratas y republicanos en muchos aspectos (financiación del estado de Israel, tratamiento de inmigrantes, políticas de conciliación familiar y apoyo a familias, masificación de las cárceles, seguros médicos y un largo etcétera) no son tanto. 

Dicho esto, y después de haber vivido cuatro años bajo la presidencia de Donald Trump, debo decir que me pongo a temblar pensando que pueda gobernar otra vez. Es que tengo una manía: no quiero que si me quedo embarazada me dejen morir en un hospital porque a los médicos les da miedo darme el tratamiento que necesito. Quiero que, la poquita influencia que pueda tener en que el dinero que pago de impuestos no se lo gasten en bombas para matar a niños palestinos, la ejerzan. 

Con esto quiero decir: vale, en Estados Unidos no hay monarquía. Incluso puede que haya un poco de opción de elegir cómo queremos vivir. Al fin y al cabo, no solo es el presidente al que se va a elegir en estas próximas elecciones. Pero, a grandes rasgos, en el sistema bipartidista presidencial donde los dos partidos mayoritarios tienen más en común que muchos matrimonios no hay tantas opciones. 

Después de todo esto, mi Candela, en el asiento de atrás, nos llamó la atención. “Pero mamá, ¿las reinas existen de verdad, o no?”.

El otro día nos preguntó mi hija Candela de casi cinco años: “Mamá, papá, ¿las reinas existen de verdad?” Bueno, en realidad nos lo dijo en inglés, porque es lo que tiene esto de vivir en Estados Unidos: da igual cuánto español les hable yo, mis hijos me contestan en inglés. 

Su padre y yo nos miramos de un lado a otro del asiento delantero del coche y sonreímos, disfrutando de uno de esos (raros) momentos de la vida con niños muy pequeños que son disfrutables.