Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar
Ropa interior roja
Se nos pone de repente cara de almanaque. Devoramos uvas o lentejas quizá para evitar que el tiempo nos devore. Cada fin de año encierra una cierta melancolía del futuro, pero en el fondo festejamos el día de la marmota: a menudo suele morir Jimmy Carter por estas fechas, como mueren cada día sus acuerdos de Camp David, gira en el tocadiscos de Spotify “en la Puerta del Sol como el año que fue” y Felipe González y José María Aznar son los fantasmas de las navidades pasadas y, al mismo tiempo, los Mr. Scrooge que vuelven cada cierto tiempo para hacernos la pascua.
Creemos que a la medianoche de cada 31 de diciembre el espacio tiempo dobla su bisagra y seremos mejores como íbamos a serlo cuando el Covid-19 –cinco años ya-- nos encerró en casa con nuestras huellas de Carbono y aplausos a los sanitarios que, ahora, impasible el ademán, seguimos privatizando o precarizando: la nueva inquisición del neoliberalismo vuelve a condenar a nuestros brujos a la hoguera. Empezarán con los ATS y terminarán con los veganos, los veo venir.
Como veo venir a Donald Trump, que siempre estuvo en mi vida y lo seguirá estando, desde “Solo en casa” a “Tempestad sobre Washington”. Como vemos venir las bombas infanticidas de Israel, la desesperación macabra de Hamás, la ambición de Putin, El Álamo de Ucrania, el Fumanchú de los coches eléctricos y los desechos humanos. Siempre hay un Borbón a punto de tangarnos, siempre una cloaca donde el Estado chapotea como un cerdo; siempre, víctimas que votan democráticamente a sus verdugos.
Ahora, en las bodas se canta el himno de la legión y en las cenas navideñas los vivas a Franco de Joan Garriga vencen al burrito sabanero de David Bisbal, tuki-tuki. Ya no queda tiempo apenas para oír a Ana Belén cómo canta de nuevo “España, camisa blanca de mi esperanza”.
Ahora que hay más famosos que champiñones y más influencers que influenciables, los partidos judiciales cobran más sentido que nunca y los corruptos cobran más que nunca, sencillamente. Detrás de cada fortuna, como nos recordó Honoré de Balzac, sigue habiendo un crimen o un boleto de lotería
Un loco de uno o de otro signo enfila con su furgoneta a la muchedumbre, regalando a los demás la vida eterna en la que él solo cree. En América o en Asia, ensayan golpes de Estado pero en Europa ya no hacen falta: ya ni se queman parlamentos, porque los incendiarios de entonces, o sus testaferros, ocupan ahora buena parte de sus escaños. La izquierda ha cambiado La Internacional por el Namasté. Ahora que hay más famosos que champiñones y más influencers que influenciables, los partidos judiciales cobran más sentido que nunca y los corruptos cobran más que nunca, sencillamente. Detrás de cada fortuna, como nos recordó Honoré de Balzac, sigue habiendo un crimen o un boleto de lotería.
Rezan rosarios, como solían hacerlo, ante Ferraz o las clínicas abortistas en donde solicitan asilo las mujeres que huyen de la casi unánime objeción de conciencia de los hospitales públicos. Como lo rezaban a las puertas de la ley del divorcio o de La Torna de Els Joglars. Ahí sigue el gran visir Alberto Núñez Feijóo, que quiere ser califa en lugar del califa. Ahí sigue Pedro Sánchez, hablando en inglés. El único que nunca se sabe donde está es Carlos Mazón, sin duda el hombre del año, probablemente a punto de ganar una estrella Michelín.
También llueven las mujeres que no mueren sino que las matan. También, la brecha salarial y Jordi Hurtado. Pedro Almodóvar rueda siempre una película sobre Pedro Almodóvar, pero Serrat, incluso jubilado, compone canciones que deberíamos haber escrito cualquiera de nosotros. Seguimos hablando andaluz en la intimidad, pero ahora sabemos que la Inteligencia Artificial acabará con el esperanto. La estrella de oriente son los convoys de satélites de Elon Musk.
Que mueva quien mueva la primera ficha en el ajedrez del mundo, siempre se comen a los peones. Que lo único que cambia son las arrugas del rostro y que ya faltan fuerzas para cambiar el mundo o para amanecer, al menos, cerrando la puerta de los últimos afterhours. A estas alturas, lo único que nos queda de rojos es la ropa interior. Ojalá nos traiga suerte
Y, más allá de los nombres propios, bajo las campanadas, la multitud, la fiel infantería, la puta tropa. La de la Miseria Mínima Universal, la que lucha contra otros pobres porque sabe que los ricos son menos pero son más; la que confía en que el año venidero tendrá que ser mejor porque es prácticamente imposible que sea peor que el pasado.
Al porvenir, no obstante, suele ponérsele cara de saharaui o de causas perdidas, valga la redundancia. Nuestro optimismo reserva un hotel en la playa, pero nuestro pesimismo malicia que se nos puede llenar de espaldas mojadas. Los mismos equipos de fútbol ganarán las copas, los medallistas huirán a Andorra, el Orfeón Donostiarra ganará un importante premio literario haciéndose pasar por el Misterio de las Voces Búlgaras. Todo el año de todos los tiempos serán Camarón y Paco de Lucía, todos los días se nos olvidará ir al gimnasio, todas las horas alguien sentirá mariposas en el estómago.
Quizá bajo los baobabs, hay quien no sepa que un año termina. Quizá, mientras se derrite, el Polo Norte ignora que viene el Año Nuevo. Pero yo estoy aquí, en uno de esos eternos cafés de Cádiz, calibrando que nada ha cambiado demasiado alrededor, desde los tiempos infantiles de la Misa del Gallo y las nocheviejas sin cotillones. Que mueva quien mueva la primera ficha en el ajedrez del mundo, siempre se comen a los peones. Que lo único que cambia son las arrugas del rostro y que ya faltan fuerzas para cambiar el mundo o para amanecer, al menos, cerrando la puerta de los últimos afterhours. A estas alturas, lo único que nos queda de rojos es la ropa interior. Ojalá nos traiga suerte.
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