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La sartén de España

6 de enero de 2023 21:39 h

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Clama al cielo, literal, el despropósito de la avalancha de megaparques fotovoltaicos en la España rural, en la España vaciada. Sin ton ni son proliferan de la noche a la mañana macroproyectos de estas instalaciones llamadas de la energía limpia, limpiando de cuajo campos de olivos u otras especies arbóreas y herbáceas. Nos estamos volviendo locos y nadie acude a poner un poco de equilibrio en esta salvajada. Puede que sea energía limpia, e incluso brillante con reflejos metálicos como un vestido hortera de Nochevieja, pero verde, verde, no me lo parece en absoluto. Así que, gobernantes de todas las instancias que os colocáis atravesada al pecho la banda de verdes 2030, quitáosla ya, que no cuela. En 2030, si no le echamos valor a una instalación de placas solares y aerogeneradores equilibrada y compatible con el patrimonio natural y cultural, en parte de la España rural, como parte de mi Andalucía, no habrá monte sin ventiladores gigantes y nuestros campos serán un mar de espejos descontrolado, o en símil menos poético, una sartén al sol. Una bomba para que la España vaciada acabe desmoronada del todo.

Renovables sí, pero no así; No invadas nuestro espacio vital. Así rezan las pancartas de los vecinos de esa España rural, como los de Cartaojal, una pedanía de Antequera alzada sobre una colina en el corazón andaluz. Llevan meses de movilizaciones en contra de una invasión injusta y cruel, aunque no siegue vidas. No sé cómo las administraciones competentes han dejado que este pueblo de mil habitantes se vea rodeado en unos meses de siete parques fotovoltaicos con una extensión de casi 2.000 campos de fútbol. Cuatro de ellos se sitúan a escasos metros del núcleo urbano y los otros tres algo más alejados, cerca de la laguna de Herrera, un espacio natural único largo tiempo torturado con proyectos disparatados, incluido un aeropuerto afortunadamente sin aterrizar por las crisis económicas.

“No podemos permitir que desmantelen nuestro modo de vida convirtiendo terrenos de cultivo y espacios naturales en un desierto fotovoltaico”, protestaban la pasada semana los vecinos de Cartaojal, como antes los de otros puntos de Andalucía, de Extremadura y las dos Castillas. Parece un clamor ante oídos sordos, como los de otros de la campiña jerezana, con proyectos de aerogeneradores de 210 metros que también sin orden ni concierto infestarán vegas y montes ahora con viñedos, olivares y bosque mediterráneo. Qué horror.

También las placas solares amenazan la contaminación del paisaje urbano de enclaves históricos. Los ayuntamientos de algunas de estas ciudades como los de Cáceres y Toledo han frenado la instalación de sartenes reflectantes en tejados de sus cascos históricos, lo que ha provocado la protesta de vecinos por las trabas al uso de energía alternativa, ecológica y barata. En otras ciudades y pueblos históricos de menos relevancia la solución de sus alcaldes ha sido la de hacer la vista gorda cuando no la de autorizar la instalación, una actitud irresponsable porque contraviene las leyes de patrimonio cultural como es el caso de la de Andalucía, muy clara en las políticas de contaminación visual de sus cascos históricos. Además, esa dejación municipal dinamita la conservación del patrimonio que tanto esfuerzo y dinero cuesta.

Las administraciones promueven por un lado leyes y presupuestos para la protección del patrimonio ambiental e histórico y, por otro, son incapaces de prevenir la compatibilidad de las renovables con la salvaguarda de esa riqueza natural y cultural

En esa gran contradicción campan los gobiernos de las administraciones ante la instalación de las energías verdes. Por un lado, promueven leyes y presupuestos para la protección del patrimonio ambiental e histórico y, por otro, son incapaces de prevenir la compatibilidad de las renovables con la salvaguarda de esa riqueza natural y cultural. Es más, todos se ponen de perfil y se echan la culpa unos a otros, cuando en la política de las energías limpias tienen competencias todas las administraciones: desde la Comisión Europea que las financia, el Gobierno de España que las promueve, los gobiernos autonómicos responsables de su aprobación y ordenamiento del suelo de su territorio; y de los ayuntamientos, que dan el permiso definitivo y cuentan con planes de ordenación y la posibilidad de veto. Esa cortedad de miras se constata en casos como en la reciente Ley del Suelo del Gobierno de la Junta de Andalucía, en la que no solo no prevé soluciones para evitar la concentración de megacampos de placas, sino que disminuye los plazos en los trámites ambientales de cualquier actividad.

Aquí los que más padecen son las poblaciones cada vez más reducidas de la España rural, muchas de ellas de pedanías que no tienen la decisión en sus manos, como Cartaojal. E incluso puede darse el pasmo de pueblos que se vean afectados por decisiones de un municipio vecino cuyo territorio está pegado a su casco urbano. Es el caso de Ardales, con molinos de otro municipio detrás de los tejados de su bonito pueblo de casas blancas. O el de Yunquera, también en la provincia de Málaga, cuyo mirador del hermoso paisaje de pinsapos de la Sierra de las Nieves podría verse tuneado de sartenes reflectantes de la vecina Alozaina.

Podemos estar a favor y aplaudir el sacar provecho de la energía solar y eólica, pero no con la incompetencia política para reglar fórmulas que eviten su impacto feísimo y su concentración por intereses especulativos de propietarios e inversores. La Unesco planea propuestas para placas solares que no distorsionen el paisaje de los cascos históricos, quizás del mismo color y forma de sus tejados. En el tiempo de la inteligencia artificial y del 3D que fabricará chuletas vegetarianas, no se entiende que no puedan inventarse artefactos de sol y viento que no llenen de chatarra brillibrilli los campos y pueblos.

Y mientras, ¿por qué no se colocan en las cubiertas de las zonas industriales? ¿O financian su instalación en los numerosos bloques de centenares de barriadas populares de las ciudades facilitando así energía gratuita a sus moradores y el resto a la red pública? Ay amigos, nos topamos con el negocio de las compañías eléctricas y de los fondos de inversión sin rostro ni apellidos que ven más beneficio en arrancar un campo de olivos para sembrarlo de sartenes solares o coronar el perfil de nuestros montes y montañas de aspas gigantes. 

Clama al cielo, literal, el despropósito de la avalancha de megaparques fotovoltaicos en la España rural, en la España vaciada. Sin ton ni son proliferan de la noche a la mañana macroproyectos de estas instalaciones llamadas de la energía limpia, limpiando de cuajo campos de olivos u otras especies arbóreas y herbáceas. Nos estamos volviendo locos y nadie acude a poner un poco de equilibrio en esta salvajada. Puede que sea energía limpia, e incluso brillante con reflejos metálicos como un vestido hortera de Nochevieja, pero verde, verde, no me lo parece en absoluto. Así que, gobernantes de todas las instancias que os colocáis atravesada al pecho la banda de verdes 2030, quitáosla ya, que no cuela. En 2030, si no le echamos valor a una instalación de placas solares y aerogeneradores equilibrada y compatible con el patrimonio natural y cultural, en parte de la España rural, como parte de mi Andalucía, no habrá monte sin ventiladores gigantes y nuestros campos serán un mar de espejos descontrolado, o en símil menos poético, una sartén al sol. Una bomba para que la España vaciada acabe desmoronada del todo.

Renovables sí, pero no así; No invadas nuestro espacio vital. Así rezan las pancartas de los vecinos de esa España rural, como los de Cartaojal, una pedanía de Antequera alzada sobre una colina en el corazón andaluz. Llevan meses de movilizaciones en contra de una invasión injusta y cruel, aunque no siegue vidas. No sé cómo las administraciones competentes han dejado que este pueblo de mil habitantes se vea rodeado en unos meses de siete parques fotovoltaicos con una extensión de casi 2.000 campos de fútbol. Cuatro de ellos se sitúan a escasos metros del núcleo urbano y los otros tres algo más alejados, cerca de la laguna de Herrera, un espacio natural único largo tiempo torturado con proyectos disparatados, incluido un aeropuerto afortunadamente sin aterrizar por las crisis económicas.