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Sevilla, antes y después del auge turístico: crónica de una andaluza emigrada
Mis recuerdos de infancia en la Plaza de España en Sevilla son de un lugar desolado, desvencijado, en desuso, a veces con destrozos en sus decoradas cerámicas, y casi siempre desatendido. En las excursiones del colegio a este monumento de la Exposición Iberoamericana de 1929 corríamos tras los patos, casi los únicos habitantes del lugar, y los profesores nos regañaban si nos acercábamos a los nidos, porque las mamás pato rechazarían a los bebés.
Esta primavera he visitado la capital andaluza después de muchos años de venir solo en verano, y estar abocados a alquilarnos algo en las playas o quedarnos al refugio del aire acondicionado. Por ello aquí dejo reflejadas mis impresiones de la ciudad y cómo ha cambiado alrededor de un aumento del turismo que hizo que, en 2022, Sevilla fuera la tercera ciudad más visitada de España.
Lo primero que pensé el lunes después de Semana Santa cuando llegué a la Plaza de España fue un adjetivo: impecable. No falta un solo azulejo, el foso tiene agua y hasta carpas del tamaño de mi pierna, las barquitas vienen y van cargando a turistas. Un hombre hace burbujas gigantes de jabón y los niños las persiguen, embobados.
Los turistas se agolpaban en el medio de la plaza alrededor de un improvisado tablao flamenco (por lo irregular de montar un tablao y pasar la gorra) aunque por lo que me dicen el espectáculo es más bien inherente.
No quiero dar la impresión de que creo que el turismo es del todo malo, sino que bien gestionado puede ser un aliado de las ciudades, regiones y países para, entre muchas cosas, preservar su patrimonio, como en el caso de la Plaza de España
De igual manera, este fin de semana se reunían en distintas partes de la ciudad y con varios niveles de desechos dejados atrás fanáticos del Atlético de Bilbao que venían a ver la Copa del Rey.
Fanáticos que llegaron a la ciudad previo pago de unos €6 millones a dividir entre la Junta de Andalucía, el Ayuntamiento de Sevilla y la Diputación de Sevilla, y que dejaron 76.000 kilos de basura que recogió la empresa pública de limpieza local con los impuestos de los ciudadanos, puesto que el gobierno de nuestra comunidad autónoma se niega a imponer una tasa turística no sea que nos carguemos la gallina de los huevos de oro (palabras del consejero de Turismo y Deporte Arturo Bernal, no mías).
Pese a que en los últimos años ha sido recurrente la realización de grandes eventos en Sevilla, hace una década lo único que aglutinaba a tanta gente en las calles del centro era la Semana Santa.
No quiero dar la impresión de que creo que el turismo es del todo malo, sino que bien gestionado puede ser un aliado de las ciudades, regiones y países para, entre muchas cosas, preservar su patrimonio, como en el caso de la Plaza de España.
Esto del turismo hay que hacerlo con todos los agentes sociales en mente, no sea que vayamos a morir de éxito, ya que Andalucía es la región con más alquileres vacacionales de toda Europa
El pasado jueves, tras una charla sobre vivienda y turismo cerca de la Alameda, me contaba un chaval de más o menos mi edad (o sea, milenial) que el tema del turismo le provocaba sentimientos encontrados. Por un lado, un “colega” suyo se había hecho “de oro” comprando pisos en el centro y poniéndolos para alquiler de turistas, lo que no es anecdótico, puesto que dar un uso turístico a un inmueble en Sevilla es un 440% más rentable que alquilarlo a largo plazo. Pero por otro lado, él se tenía que ir a trabajar a Roma para dejar de ser camarero, y se veía obligado a dejar su piso en alquiler cerca del centro, que no podía permitirse comprar y realquilar.
Y es que, como ya escribí en este artículo, quienes nos hemos ido de Andalucía lo hemos hecho porque no queríamos trabajar en la industria del turismo–no solo por el tipo de industria, sino por las condiciones en las que estos empleos se desempeñan, desde las guías turísticas del paraguas a los flamencos del tablao improvisado de la Plaza de España.
Por eso, esto del turismo hay que hacerlo con todos los agentes sociales en mente, no sea que vayamos a morir de éxito, ya que Andalucía es la región con más alquileres vacacionales de toda Europa.
Si como los niños que íbamos de excursión a la Plaza de España de antaño, vivimos con el miedo de acercarnos al nido de los huevos de oro, no sea que la gallina (o la pata) nos rechace, corremos el riesgo de quedarnos con una ciudad de Sevilla y una comunidad andaluza en la que solo vivan los turistas y los quienes están dispuestos a todo lo que conlleva trabajar para ellos.
Mis recuerdos de infancia en la Plaza de España en Sevilla son de un lugar desolado, desvencijado, en desuso, a veces con destrozos en sus decoradas cerámicas, y casi siempre desatendido. En las excursiones del colegio a este monumento de la Exposición Iberoamericana de 1929 corríamos tras los patos, casi los únicos habitantes del lugar, y los profesores nos regañaban si nos acercábamos a los nidos, porque las mamás pato rechazarían a los bebés.
Esta primavera he visitado la capital andaluza después de muchos años de venir solo en verano, y estar abocados a alquilarnos algo en las playas o quedarnos al refugio del aire acondicionado. Por ello aquí dejo reflejadas mis impresiones de la ciudad y cómo ha cambiado alrededor de un aumento del turismo que hizo que, en 2022, Sevilla fuera la tercera ciudad más visitada de España.