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La soberanía alimentaria ante situaciones de crisis
Este concepto tiene su origen en la década de los noventa, cuando empezó a utilizarse por el movimiento campesino internacional, La Vía Campesina, en la Cumbre de la Alimentación de 1996. Surgió como un derecho colectivo en respuesta al capitalismo desenfrenado: el derecho de los pueblos a alimentos saludables producidos de forma ecológica y sostenible, que sitúa las necesidades de quienes producen, distribuyen y consumen alimentos en el centro de las políticas alimentarias.
Existe un modelo perverso que hace que las políticas alimentarias no tengan como objetivo satisfacer las necesidades de la población, sino engordar los bolsillos de grandes empresas.
Hoy, nos encontramos frente a frente con una crisis alimentaria de consecuencias impredecibles, que va a poner al descubierto las costuras de nuestro modelo globalizado de producción de alimentos.
Al comienzo de la guerra de Ucrania algunas voces ya alertaban de una posible crisis alimentaria. No olvidemos que Ucrania y Rusia son dos de los grandes graneros del mundo y que Rusia exporta el 20% de todos los fertilizantes nitrogenados que se utilizan a nivel global.
Hoy, nos encontramos frente a frente con una crisis alimentaria de consecuencias impredecibles, que va a poner al descubierto las costuras de nuestro modelo globalizado de producción de alimentos.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) anuncia que la inseguridad alimentaria mundial crece a un ritmo alarmante…
Lo cierto es que nos hemos acostumbrado a vivir en un planeta donde, al día, mueren 20.000 personas de hambre, y no por escasez de alimentos, sino por un modelo perverso que hace que las políticas alimentarias no tengan como objetivo satisfacer las necesidades de la población, sino engordar los bolsillos de grandes empresas que especulan con los alimentos. En un mundo donde se desperdicia el 40% de la comida que se produce, la solución al hambre pasa por una justa distribución y no por intensificar nuestros procesos productivos.
No piensen que esto es cosa de cuatro agoreros, porque tanto la FAO, como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), como el Banco Mundial llevan tiempo alertando del riesgo de hambrunas, y hay bastantes países que han declarado la emergencia alimentaria en sus territorios.
En un mundo donde se desperdicia el 40% de la comida que se produce, la solución al hambre pasa por una justa distribución y no por intensificar nuestros procesos productivos
Si analizamos las causas tenemos que apuntar hacia, obviamente, el conflicto bélico en Ucrania (el granero del mundo) y las consecuentes sanciones a Rusia que han encarecido el precio de los fertilizantes y de la energía, pero a esta coyuntura política hay que sumarle los efectos devastadores del colapso climático que nos tiene sumidos en una terrible sequía habiendo países como India sufriendo olas de calor nunca antes vistas, y que les ha llevado a prohibir la exportación de trigo para garantizar la seguridad alimentaria de su país.
Todo esto es el cóctel perfecto para generar un escenario donde el modelo de producción de alimentos globalizado, altamente dependiente de insumos externos y producciones externas, pueda entrar en colapso.
Últimamente hemos escuchado hablar de soberanía alimentaria a grupos políticos que hasta ahora siempre han defendido el mercado libre y las reglas del juego capitalista y neoliberal, rehuyendo siempre de entender la alimentación como un derecho de la población y su posible intervención pública.
Cuando se habla de soberanía alimentaria estamos precisamente hablando de intervención del Estado en la alimentación. También estamos hablando de modelos de producción, distribución y consumo más resilientes, no dependientes de insumos externos y por supuesto no dirigidos a mercados externos que no piensan bajo la lógica de satisfacer necesidades alimentarias sino exclusivamente de hacer negocio.
Cuando se habla de soberanía alimentaria estamos precisamente hablando de intervención del Estado en la alimentación
La globalización, que hasta ahora regía todos los procesos, se está deshaciendo como un castillo de naipes y nosotros deberíamos tener claras algunas cuestiones en esta crisis de alimentos que estamos viviendo.
Primero, necesitamos proteger la agricultura y ganadería familiar que son las que construyen cooperativas, mantienen abiertos nuestros pueblos y alimentan a nuestra ciudadanía. La subida de insumos puede expulsar a muchas familias agricultoras porque al final solo grandes empresas con economías de escala pueden hacer frente a crisis de precios de este tipo.
Segundo, debemos ayudar a las familias agricultoras y ganaderas en la transición a modelos más resilientes, a adoptar técnicas más ecológicas que no necesiten fertilizantes químicos, e insumos petrodependientes. Quienes crean que de esta salimos apostando por la digitalización como única vía están muy equivocados. Necesitamos adaptar las prácticas agrícolas y ganaderas a la crisis climática.
Tercero, debemos apostar por circuitos de comercialización más cortos, que generen mayor valor añadido a los productores y nos permitan tener más control sobre los eslabones de la cadena.
Y por último, debemos de pensar en otra clave, que es la de garantizar las necesidades de alimentación de los pueblos y dejar de lado las políticas especulativas de los alimentos.
Lo que sucede en la otra parte del mundo nos va afectar de una u otra manera y es necesario que estemos preparados.
¡Qué tremendo error sería volver a quedarnos impasibles viendo como países enteros mueren de hambre pensando que aquí eso no nos va a pasar! Lo mismo que cuando asistíamos incrédulos ante las imágenes del pueblo chino luchando contra la COVID en un primer momento, pensando que eso nunca llegaría aquí. Lo que sucede en la otra parte del mundo nos va afectar de una u otra manera y es necesario que estemos preparados. Soberanía alimentaria y agroecología son buenas recetas.
Cuando cada vez se hace más difícil para muchas familias hacer la compra con productos frescos y de calidad; cuando una parte de la población requiere de los programas de ayuda alimentaria y de los bancos de alimentos; cuando cada día cierran 20 explotaciones agrícolas de pequeño y mediano tamaño porque el precio que reciben de las cadenas de supermercados es inferior al de la producción de alimentos, o cuando una trabajadora marroquí es explotada en una plantación de fresas, lo que está en juego es la soberanía alimentaria.
Necesitamos construir un sistema basado en fincas pequeñas y medianas que produzcan alimentos de calidad con un modelo agroecológico, basado en la justicia social y el respeto por la naturaleza, que permita la incorporación de jóvenes y reconozca el valor social de las mujeres en la producción agraria y en el mantenimiento del medio rural; eso sí es soberanía alimentaria.
Toda persona que viva en el medio rural y dependa de los recursos naturales sabe muy bien que necesita de su conservación para que su actividad y medio de vida no se extinga.
*Doctor en Ciencias Jurídicas y Empresariales
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