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Los sonidos del silencio
“Un gran silencio hace un gran ruido”, reza un viejo proverbio africano. El silencio puede ser atronador, como el que reinará sobre Afganistán si los talibán cumplen su último capricho, el de suprimir la voz de las mujeres, una medida similar a la que impuso Mao Tse Dong cuando decidió acabar con los gorriones. ¿Qué sería del mundo sin su mitad, qué sería de la vida sin los pájaros?
Como Paul Simon nos enseñó hace décadas que existen los sonidos del silencio, el juez Peinado, cuyos autos y diligencias se han convertido en la canción de este verano, presume que pueden deducirse indicios de los silencios de Pedro Sánchez en la célebre y breve declaración testifical que formuló desde el plató de La Moncloa, como marido de Begoña Gómez, que no como presidente del Gobierno.
Cuando televisen el vídeo desde la fachosfera, ya podremos apreciar en su par de minutos de no decir nada, como el marido de, el hermano de, el hijo de, al enarcar la ceja estaría pensando realmente en las notas escolares de sus hijos que no van a poderse ir de semi-erasmus al Reino Unido, en la serie que esa noche iba a poner en Netflix, en que con los nervios no había podido desayunar fuerte, como es su costumbre y sentía como el hipotálamo le hacía ver al magistrado como la puerta de un frigorífico Smeg llena de imanes de Las Marismillas en Doñana y de Mojácar. Sus pupilas delatarán que ya estaba deseando sumar a la colección de vacaciones estivales un souvenir de La Mareta, en Teguise, en Lanzarote donde –él no podía saberlo aún– iban a llegarle las algas asiáticas de un Puigdemont jugando a la Pimpinela Escarlata y de un PSOE practicando su deporte favorito, el de pelearse en público como los otros Pimpinela, aquellos hermanos argentinos que convirtieron en superventas las peleas en broma de Juanito Valderrama y de Dolores Abril.
¿Qué hace un chico como yo en un sitio como este?, se preguntará a sí mismo antes de que el juez le interrogue astutamente sobre si su cónyuge le ha preparado alguna vez el célebre cóctel hawaiano Wakalua
Nos deleitaríamos sin duda observando como Sánchez leía un telepromter sin letras. En el plano medio, escudriñaremos la comisura de sus labios mientras el togado le interrogase sobre su esposa y la Complutense, sobre su esposa y Air Europa, sobre su esposa e Innova Next con las Cartas desde mi celda, de Gustavo Adolfo Bécquer, como lectura veraniega en lugar de un incunable de Sabor a hiel, diz que de Ana Rosa Quintana en colaboración con Danielle Steel, que compró de lance en la Cuesta de Moyano.
En un giro de guión apasionante, tal vez podamos ver al dirigente de la España bolivariana rascarse la oreja, recordando presumiblemente sus tiempos de baloncestista del Estudiantes o queriendo ser, por momentos, ese otro Pedro Sánchez que juega en el Dépor. ¿Qué hace un chico como yo en un sitio como este?, se preguntará a sí mismo antes de que el juez le interrogue astutamente sobre si su cónyuge le ha preparado alguna vez el célebre cóctel hawaiano Wakalua. ¿Le regalaría al despedir al pesquisidor un bonito juego de monos chinos en bronce?
El titular del Juzgado 41, de los de Plaza Castilla, en ese último auto poético en el que habla del silencio como una de las bellas artes judiciales, ya presume que el vídeo de su monólogo monclovita podrá filtrarse. De ser así, ¿aplicará su propia doctrina como cuando en 2019 imputó a una docena de periodistas por una supuesta revelación de secretos del sumario de los CDR catalanes? En aquella ocasión, la investigación no llegó muy lejos al considerar que la responsabilidad estribaba más en los funcionarios que en los plumillas, dado que los primeros están obligados a preservar los documentos y los segundos, a divulgarlos, si se tercia, contraviniendo afortunadamente la jurisprudencia internacional sobre Julian Assange y Wikileaks.
De esos silencios, estos lodos. Me gustas cuando hablas y no estás como ausente, le escribiría hoy Pablo Neruda: cuando Pedro Sánchez habla, sobre todo, a través del BOE
Una pena que Pedro Sánchez no fuera llamado a declarar como jefe de Gobierno. De sus silencios presidenciales, quizá deduciríamos que padece una cierta dislexia, al confundir el concierto catalán con la Heroica de Beethoven, o al régimen de Nicolás Maduro con una democracia iliberal, que podría ser uno de esos palabros que convaliden hoy a la democracia orgánica del franquismo. ¿Cómo podríamos denominar, se preguntaría antes de tomar el Falcon para el Subsáhara y el Sahel, al sistema político que rige en Senegal? En Thiaroye Sur Mer, no canta Charles Trenet, pero debe haber aún una fotografía de María Teresa Fernández de la Vega cuando la España de ZP llenó aquel barrio de talleres de muñecas para impedir que siguieran saliendo cayucos hacia la muerte o hacia Canarias. En aquellos días de comienzos de siglo, Corea le pagaba al déspota de turno un gigantesco coloso en la Bahía de Dakar, a cambio de esquilmar los recursos del país. Veinte años después, Sánchez intenta rodar un remake de Memorias de África, sin Meryl Streep ni Robert Redford y además, naturalmente, en cine mudo.
Del mutismo, en ese caso, del presidente de todos los españoles, hubiéramos cavilado que, en realidad, se encontraba perplejo entre la algarabía patria por la invasión de 95 millones de extranjeros llamados turistas –que crean cien mil empleos– y el temor a que 400 menores de Ceuta tomen la Península ibérica con sus huestes de Menas y con nuestros reinos taifas armándose legalmente hasta los dientes para evitar su llegada, que crea un miedo tan inexplicable como el de los últimos bodrios de M. Night Shyamalan.
De esos silencios, estos lodos. Me gustas cuando hablas y no estás como ausente, le escribiría hoy Pablo Neruda: cuando Pedro Sánchez habla, sobre todo, a través del BOE, y pronuncia, por ejemplo, reforma laboral, revalorización de pensiones, trenes semigratuitos, ingreso mínimo vital, excepción ibérica, inflación contenida. Pero no me agradan sus silencios: sobre la tragedia de San Juan en la valla de Melilla después de que hablase y subiera el pan, sobre el donde dije digo digo diego del Sáhara Occidental, sobre el boomerang Ábalos de ida y vuelta. Permitan que prefiera los sabios silencios de Jesús Quintero. O los silencios en la música de Paco de Lucía. Menos mal que el juez Peinado no puede llamar a declarar a estos últimos, salvo que sea por ouija.
“Un gran silencio hace un gran ruido”, reza un viejo proverbio africano. El silencio puede ser atronador, como el que reinará sobre Afganistán si los talibán cumplen su último capricho, el de suprimir la voz de las mujeres, una medida similar a la que impuso Mao Tse Dong cuando decidió acabar con los gorriones. ¿Qué sería del mundo sin su mitad, qué sería de la vida sin los pájaros?
Como Paul Simon nos enseñó hace décadas que existen los sonidos del silencio, el juez Peinado, cuyos autos y diligencias se han convertido en la canción de este verano, presume que pueden deducirse indicios de los silencios de Pedro Sánchez en la célebre y breve declaración testifical que formuló desde el plató de La Moncloa, como marido de Begoña Gómez, que no como presidente del Gobierno.