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Vendo mis riñones, me los quitan de las manos
Milei, el actual presidente de Argentina, te quiere comprar un riñón, o un ojo….lo único que hace falta es que tú quieras vendérselo, porque “la venta de un órgano es un mercado más”, según sus palabras. Me lo comentó un amigo hace unos días y pensé en un primer momento que era una broma que me estaba gastando, porque suelo ser bastante crédula. Sin embargo, cuando consulté en los medios de comunicación, comprobé que era totalmente real. Esta propuesta la lanzó el mandatario argentino hace ya tiempo, pero recientemente la ha vuelto a comentar en los medios públicos de su país.
Me pasaron dos cosas. La primera de ellas es que me recorrió un escalofrío por la espalda, al pensar que un presidente de una democracia hace esta propuesta, y se queda tan pancho. La segunda fue que tuve que pensar en argumentos de porqué no es admisible. Milei nos lanza esta pregunta “el que decidió venderte el órgano ¿en que afectó a la libertad o la propiedad de los demás?”.
El requisito para decidir es que debemos tener la libertad de negarnos, de tener una alternativa
Empecemos por quien decide vender su riñón, … si realmente está decidiendo. Porque el requisito para decidir es que debemos tener la libertad de negarnos, de tener una alternativa. Para que alguien pueda afirmar que es “libre” para tomar una decisión respecto a cualquier cuestión debe estar “libre” de carencias materiales, personales e institucionales. Por ejemplo, yo no soy libre de viajar si tengo un vehículo y el carnet de conducir, pero no hay carreteras. En el caso de las personas que deciden vender un riñón no son libres por una sencilla razón señor Milei, porque son pobres, porque están condicionados por la necesidad, por tanto, no hay otra opción, no hay libertad real, no han decidido.
Y siento decirle, señor Milei que la venta de órganos no es un mercado más porque las personas no son mercancías. Para mí esto es importante porque como dice mi admirado Sandel (profesor de Harvard, con el curso con más matriculados de su historia, precisamente de ética), hemos pasado de una economía de mercado a una sociedad de mercado. Una economía de mercado es aquella en la que gran parte de la actividad productiva se organiza de acuerdo con dos principios básicos, la propiedad privada y la libertad para comprar y vender, siempre dentro de un marco institucional que lo posibilite, claro. El mercado es una institución social, por tanto creada por personas con una serie de normas y reglas, no es un mecanismo “natural”, como puede ser la ley de la gravedad.
Parece que afirmar “es el mercado” nos exculpa de cualquier valoración o responsabilidad respecto a sus resultados
Hago esta salvedad en mis argumentos porque parece que afirmar “es el mercado” nos exculpa de cualquier valoración o responsabilidad respecto a sus resultados. Les pongo un ejemplo de la naturaleza “social” del mercado. La existencia de empresas con responsabilidad limitada de sus deudas es una norma legal, establecida por el gobierno, de forma que si la empresa cierra, la persona física propietaria sólo responde con el patrimonio que haya aportado a la empresa, pero no con su chalet de la playa. Insisto, el “mercado” no es un mecanismo “sobrenatural”, si no que su funcionamiento, incluida la definición y defensa de la propiedad privada, está condicionado por las instituciones.
Pues bien, una “sociedad de mercado” es aquella en la que se puede comprar y vender todo y eso nos afecta a todos, señor Milei. En primer lugar, las personas con recursos no sólo compran yates o mansiones, sino que la extensión del mercado a todas las facetas de la vida genera la exclusión de los que no tienen recursos a aspectos básicos relacionados con los derechos humanos, como la sanidad, la educación, la justicia, o el disfrute de la naturaleza. Si no, que se lo cuenten a las “poblaciones basurizadas” en muchos países. Si no tienes dinero… simplemente no tienes derechos.
Si la vida de la persona la consideramos un valor en sí mismo, entonces su dignidad, su salud y su bienestar no pueden venderse
El segundo efecto tiene que ver con la desaparición de otros valores que rigen las relaciones humanas. El mercado no solo facilita los acuerdos voluntarios en el intercambio, sino que favorecen que determinados valores prosperen y otros no. Por ejemplo, en Estados Unidos se lanzó una campaña para pagar por la sangre. El efecto fue la reducción de las donaciones y además, los vendedores de la sangre eran personas con necesidades económicas, en muchos casos drogodependientes, por lo que su sangre ni siquiera era adecuada. ¿Por qué se redujeron las donaciones? Porque en la donación, además de la entrega de la sangre, hay valores añadidos como son la cooperación y el altruismo, que desaparecen cuando se paga. El debate entonces es que valores y aspectos deben ser respetados, promovidos y estar a salvo del mercado, aunque haya alguien que esté dispuesto a pagar.
Si un bien se convierte en una mercancía significa que su valor reside en su uso. Si no tiene valor de uso (precio), entonces no tiene valor, como por ejemplo la veracidad de los medios de comunicación, la convivencia o la importancia del tiempo con tus seres queridos. Pero si la vida de la persona la consideramos un valor en sí mismo, entonces su dignidad, su salud y su bienestar no pueden venderse, no son una fuente de ganancias, porque nos afecta a todos. Es más, la dignidad de la persona, en todas sus expresiones, merecen entonces una protección especial.
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