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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Un verano sin momentos únicos... ni falta que hace

28 de julio de 2024 06:59 h

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Estamos en la era de las “experiencias” y de una vida llena de “momentos mágicos”. Desde la gastronomía, pasando por el turismo “experiencial”, hasta cuando te compras un pantalón o te lavas el pelo, la sensación debe ser única, mágica, distinta, según la publicidad, claro. De forma que la vida se entiende como un cúmulo de momentos únicos y vibrantes. Sin embargo, mi pregunta es: ¿qué ocurre entre dos momentos que consideramos únicos? ¿No es vida?

Me quedo con tres recuerdos, podríamos llamarlos insustanciales pero significativos, que me muestran que hasta hace poco no tenía una respuesta clara a esa pregunta. El primero de ellos era un verano siendo muy joven, en el que estaba ayudando con las tareas domésticas en casa y estaba deseando terminar para hacer algo interesante... “¿Esto es vida?”, pensaba yo en aquellos instantes.

El segundo se sitúa unos años después, con una vida laboral intensa y en época de crianza de mis hijos. La televisión estaba puesta de fondo y un director de cine hablaba del guion de su próxima película, cuyo título nunca llegué a saber. El tema central era la vida en ese tiempo en el que no haces nada especial, en cómo vives y sientes en esos momentos, que son la mayoría, claro. Lo recuerdo como una especie de interrogante incómodo.

El tercer recuerdo es cuando mi hija, siendo una adolescente, me soltó una frase de Mr. Wonderful, sobre que “la vida son los momentos especiales”. No le contesté en ese momento, pero me quedé pensando: “Y el resto ¿no es vida?”.

Lo que haces es importante, por supuesto, pero, sobre todo, desde dónde lo haces

Mi respuesta a esa pregunta la he ido cambiando poco a poco. Hasta hace unos años, solía decir que necesitaba tres vidas para hacer todo lo que me gustaría hacer, y claro, la forma de conseguirlo era no parar. Cada uno tiene sus procesos vitales y para mí el cambio fundamental de mi perspectiva vital fue el inicio de la meditación, como una técnica para simplemente pararme, que no es poco.

De repente, me di cuenta de que era una privilegiada. Había tantas cosas interesantes para hacer que podía prescindir, nada más y nada menos, de todo lo que se podría hacer en dos vidas y quedarme con lo mejor para vivirlo en ésta. Esto me permitió pasar del estrés al agradecimiento. Después de “desprenderme” de los planes para “dos vidas adicionales”, el segundo cambio fue darme cuenta de que no era necesario llenar esta vida, simplemente vivirla.

Lo que haces es importante, por supuesto, pero, sobre todo, desde dónde lo haces. Si lo que haces lo vives desde los sentidos, necesitas continuamente estímulos diferentes: olores, sabores, canciones o ropa nueva. Si lo haces desde la razón, necesitas nuevos retos a los que enfrentarte. Si lo haces desde la conciencia, puede que veas que la vida es un milagro y un misterio. Un milagro, porque como es sabido, la probabilidad de haber nacido es prácticamente cero; pero no cero: hay “algo” (que puede ser Dios o la casualidad).

Frente a una sociedad que te transmite que debes ser diferente, estar en las redes, tener seguidores, comprar, irte muy lejos de vacaciones… yo elijo estar conmigo

Pero en todo caso, y contra todo pronóstico probabilístico, aquí estamos tú y yo. Y también es un misterio porque no sabemos, desde una perspectiva estrictamente racional, la razón de nuestra existencia, ni lo que había antes, ni lo que habrá después (si bien la espiritualidad nos ofrece una respuesta). En todo caso, el transcurrir de los días es un regalo del que estoy inmensamente agradecida, sin que necesite más para que los tiempos no “especiales” los considere también excepcionales.

El tercer cambio se produjo hace sólo unos días, tras una conversación con una amiga, en la que yo le comentaba que no tenía problemas, pero que, como todo el mundo, siempre se presentaba algunos “inconvenientes”. Ella me contestó, “o a lo mejor ni siquiera son inconvenientes, son lo que son, acontecimientos”. Esto no significa que no existan momentos dolorosos, pero he entendido que lo no que no pueda cambiar, sí puedo aceptarlo. Simplemente estar en esta vida, parándote, es el mejor regalo que te puedes hacer. Frente a una sociedad que te transmite que debes ser diferente, estar en las redes, tener seguidores, comprar, irte muy lejos de vacaciones… yo elijo estar conmigo.

Por eso yo no quiero un verano de “momentos únicos”… ni falta que me hace. Pero lo que si me hace falta es seguir parándome cuando me acelero (cosa que me ocurre con mucha facilidad), reposar, para seguir disfrutando de todo lo que tengo... Si además me toca un viaje a una isla del Caribe, ¡¡bienvenido!! Pero cuando vuelva a la rutina, quiero seguir disfrutando de este regalo que es poder estar viva. Feliz verano.

Estamos en la era de las “experiencias” y de una vida llena de “momentos mágicos”. Desde la gastronomía, pasando por el turismo “experiencial”, hasta cuando te compras un pantalón o te lavas el pelo, la sensación debe ser única, mágica, distinta, según la publicidad, claro. De forma que la vida se entiende como un cúmulo de momentos únicos y vibrantes. Sin embargo, mi pregunta es: ¿qué ocurre entre dos momentos que consideramos únicos? ¿No es vida?

Me quedo con tres recuerdos, podríamos llamarlos insustanciales pero significativos, que me muestran que hasta hace poco no tenía una respuesta clara a esa pregunta. El primero de ellos era un verano siendo muy joven, en el que estaba ayudando con las tareas domésticas en casa y estaba deseando terminar para hacer algo interesante... “¿Esto es vida?”, pensaba yo en aquellos instantes.