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La vida es muy larga

A las 2 de la madrugada los relojes se adelantarán una hora

Ana I. Bernal Triviño

El otro día una amiga comentaba que le daba miedo ver cómo caen las máscaras, cuando personas de nuestro entorno deciden mostrar su peor rostro. Cuando aplauden sin pudor a un barco ultra que quiere impedir la llegada de refugiados, cuando exigen la expulsión de emigrantes, rechazan derechos laborales, apoyan a maltratadores o fiestas que fomentan el acoso y el abuso… y mil cosas más.

En definitiva, personas a las que les da igual mostrar un fondo oscuro y mezquino, carentes de respeto al otro y cualquier consideración moral. Personas a las que les da igual recibir una reprobación pública, porque justo sus principios son los de no tener principios. Posicionarse de forma tan abierta y clara, por un lado, como decía mi amiga, puede dar algo de miedo. Porque ya no es una leve cuestión de opinar diferente. Es posicionarse en contra de derechos fundamentales. Pero, al menos, es mejor saberlo con tiempo para intuir lo que puede venir.

Y en esto, yo recordaba que cada vez que explicaba a mi madre cualquier injusticia o daño que me habían hecho, ella comentaba: “Ana, tranquila, que la vida es muy larga”. Escuchar esa frase en aquel momento solo provocaba un suspiro como respuesta. Una especie de contención de la rabia porque tenías la certeza de que, en ese instante, ni decir ni hacer solucionaba nada. Muchas, muchísimas veces, nunca pasa nada. Muchísimas veces, culpables y cómplices de culpables son aplaudidos, se ríen sin escrúpulos de los perjudicados y se van de rositas. Sin padecer vergüenza.

Vista la situación tan delicada en la que vivimos, donde casi todo es líquido y frágil, hay que ser bastante egoísta y miope de creerse por encima del resto. Debe ser bastante imbécil quien se cree exento del peligro, impune de todo lo que haga, a salvo de un mundo que a nadie salva. Ese cinismo de quienes pregonan que hay gente a la que le pasa “todo lo malo del mundo”, y los señalan y ridiculizan como bichos raros amargados.

¿Y si nos explota en la cara?

Resulta fácil hablar cuando las cosas pillan de lejos… hasta que es probable que un día nos explote en la cara. Así que, yo que tú, porque nunca se sabe lo que nos tocará en esta vida, dejaría de reírme de la mujer maltratada o acosada por si, acaso, algún día soy la maltratada, o el maltratador resulta ser mi hijo o hermano.

Dejaría de creerme invencible por delatar a víctimas e incumplir mis palabras.

Dejaría de creer que nunca seré migrante o refugiado, que jamás huiré de un país por hambre o guerra, que me subiré a una patera o cruzaré kilómetros para atravesar una frontera.

Dejaría de creer que puedo hacer de todo contra la naturaleza, sin asumir que me afectará más pronto que tarde.

Dejaría de acosar a un compañero o ir en contra de sus derechos por si, algún día, cambia el tema y soy la perjudicada.

Dejaría de creer que el trabajo va a ser permanente, de que soy superior a otra etnia, que jamás estaré en la cola del paro, que los accidentes laborales solo ocurren a los demás, que nunca tendré un hijo homosexual, que jamás seré desahuciado o pasaré hambre, o dejaría de burlarme de los viejos o enfermos, porque cualquier día nos tocará serlo.

La pena es que el mundo está cargado de injusticias. De dictadores que han muerto sin condenas ni prisión, de maltratadores y corruptos que justo han vivido por quitar un poco de vida y dignidad a los demás. De gente que ningunea sin escrúpulos, mientras cotizan en mentiras.

Hay gente que odia demasiado, que es puro veneno y termina convertida en basura. Y está empezando a oler demasiado mal. Aunque no todos recogen lo que siembran, el único consuelo que nos queda es que el tiempo termine por desvelar todo. El tiempo da a cada uno el papel que le corresponde.

Quizás, un día, cada una de esas personas se vea en la tesitura de pedir auxilio, de mendigar, o de pedir indulgencia y perdón antes de exhalar el último suspiro que los lleve a la tumba, donde se les presenten los fantasmas de las víctimas que crearon, antes de ser carcomidos por los insectos que representan. Quizás, con suerte, en algún momento, la vida les coloque en el lugar que merecen por méritos propios. Que al final, aunque nos tengamos que morder la lengua ahora, el tiempo les retrate. Porque las cosas caen por su propio peso, aunque a veces sea tarde. Porque la vida es muy larga…

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