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La vivienda y el Estado fallido
Este sábado, mientras en Málaga y más ciudades andaluzas tenía lugar otra multitudinaria manifestación por el derecho a la vivienda, yo me encontraba, por motivos laborales, en Viena. Precisamente es Viena el ejemplo que siempre se trae a colación de una capital europea que asume la vivienda como un derecho básico y, por tanto, la mantiene fuera de las leyes de mercado. Cené en la ciudad con una vieja amiga y algunas personas más, que enseguida me preguntaron si era cierto lo que habían leído en la prensa austriaca: que el “regional president” había estado de comilona mientras la gota fría ahogaba la vida de cientos de personas en la Comunidad Valenciana. Normal que no dieran crédito. Después les pregunté yo por esa afamada política de vivienda, y la respuesta fue unánime: “Ya no es tan buena como hace diez o quince años”, se quejaron. Y entonces les conté lo que pasa en Málaga.
Ese mismo día, un compañero de trabajo, radicado en Algeciras, me había contado que a su hija la acababan de contratar en una clínica dental de Málaga, su primer empleo. Sin embargo, hasta una hora antes no había aceptado el puesto porque no encontraba vivienda. Finalmente ya tenía algo, por 550 euros mensuales más gastos. Ese algo no era una vivienda, sino una habitación con baño. Una habitación: 550 euros más gastos. Mis amigas austriacas, de pronto, se avergonzaron por sus quejas sobre la política de vivienda en Viena, y me pidieron fotos de la multitudinaria manifestación en Málaga.
A Pedro Sánchez le ha molestado mucho eso de que solo el pueblo salva al pueblo, de que las cientos de muertes evitables en Valencia se deben a un Estado fallido. Será en los próximos meses y años cuando la reconstrucción de los destrozos, las compensaciones económicas y planes urbanísticos sensatos demuestren si de verdad estamos o no ante un Estado fallido en lo que se refiere a política medioambiental y emergencias.
Mi compañero de Algeciras se tiraba de los pelos: “¿En Málaga los votantes son masocas?”, me preguntaba. “¿De verdad votan a un tío que les quiere expulsar de la ciudad para que solo vayan cada día para trabajar?". Que cada uno saque sus conclusiones
Desde luego, y sin género de dudas, el Estado no es solo fallido, sino enemigo del pueblo en lo que se refiere a la emergencia habitacional. Sus políticas de parte, siempre a favor de la especulación; su inhibición ante las medidas negligentes y criminales de Ayuntamientos como el de Málaga establecen un paralelismo, salvando las evidentes distancias, con el drama que se está sufriendo estos días en el Levante. El PSOE no es solo cómplice de este crimen habitacional, sino también artífice, y tan obnubilado que no entiende que por esta herida se van a desangrar sus votos en las futuras elecciones. Ha perdido el sentido de la realidad hasta el extremo de que su líder local, quizás el más desnortado que el partido ha tenido en Málaga en toda la democracia, tuvo la desfachatez de acudir a la manifestación.
Mi compañero de Algeciras se tiraba de los pelos: “¿En Málaga los votantes son masocas?”, me preguntaba. “¿De verdad votan a un tío que les quiere expulsar de la ciudad para que solo vayan cada día para trabajar?”. Que cada uno saque sus conclusiones. Lo que está claro es que, hoy día, en Málaga, como en tantas otras ciudades, un tsunami se está cobrando lentamente la vida de miles de personas. Entre tanto, unos se van a comer a restaurantes céntricos, otros no activan los mecanismos de alerta, los de más allá se niegan a tomar el mando y el de más acá no declara el estado de emergencia. La ola se traga la ciudad y ellos solo ven cómo salvar su culo bien asentado desde hace décadas en los escaños que pagamos con los impuestos que deberían destinar a salvar nuestras vidas. Mis amigas de Viena lo leerán en titulares y me preguntarán incrédulas que cómo fue posible algo así.
¿Solo el pueblo salva al pueblo? Juzguen por sí mismos, pero en Málaga hay una gran verdad. Solo las vecinas salvan a las vecinas.
Este sábado, mientras en Málaga y más ciudades andaluzas tenía lugar otra multitudinaria manifestación por el derecho a la vivienda, yo me encontraba, por motivos laborales, en Viena. Precisamente es Viena el ejemplo que siempre se trae a colación de una capital europea que asume la vivienda como un derecho básico y, por tanto, la mantiene fuera de las leyes de mercado. Cené en la ciudad con una vieja amiga y algunas personas más, que enseguida me preguntaron si era cierto lo que habían leído en la prensa austriaca: que el “regional president” había estado de comilona mientras la gota fría ahogaba la vida de cientos de personas en la Comunidad Valenciana. Normal que no dieran crédito. Después les pregunté yo por esa afamada política de vivienda, y la respuesta fue unánime: “Ya no es tan buena como hace diez o quince años”, se quejaron. Y entonces les conté lo que pasa en Málaga.
Ese mismo día, un compañero de trabajo, radicado en Algeciras, me había contado que a su hija la acababan de contratar en una clínica dental de Málaga, su primer empleo. Sin embargo, hasta una hora antes no había aceptado el puesto porque no encontraba vivienda. Finalmente ya tenía algo, por 550 euros mensuales más gastos. Ese algo no era una vivienda, sino una habitación con baño. Una habitación: 550 euros más gastos. Mis amigas austriacas, de pronto, se avergonzaron por sus quejas sobre la política de vivienda en Viena, y me pidieron fotos de la multitudinaria manifestación en Málaga.