“El día en el que pisé la fosa de Puerto Real...”

Carmen Marchena

Son las nueve y media de la mañana. El Cementerio de Puerto Real recién abría sus puertas cuando me dispuse a entrar junto a mi compañero periodista Juanmi Baquero. En la lejanía del particular paisaje, Juan Manuel Guijo, antropólogo de la excavación, sale con su indumentaria de trabajo de la caseta que el Ayuntamiento de Puerto Real ha cedido a la Asociación y a su equipo técnico para guardar sus herramientas.

Juanma, junto a su colega antropólogo, Juan Carlos Pecero, se dirigen hacia la calle donde se asienta la fosa común. Esta se encuentra frente a la tapia donde, horas más tarde, me comentarían que era el lugar escogido por los falangistas para fusilar a los represaliados. La situación me resulta insólita pero la curiosidad me invade a cada paso que doy hacia la fosa.

Ya en la calle de la excavación, se encuentran Francisco Aragón, presidente de Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica, Social y Política de Puerto Real, al que todos conocen como Paco y otro miembro al que se dirigen como “el Nene”, montando la caseta que los resguardará durante la jornada de trabajo del tórrido sol gaditano. Una vez en la calle, me comentan que están trabajando en la tercera fase de la excavación. Se estima que una vez abierto el último tramo, encontrarán alrededor de  165 cuerpos, de los que 141 ya están localizados. Sólo dos nombres de mujeres entre las víctimas, una de ellas, ya localizada entre los restos óseos exhumados.

“Esto es lo más grande que nos ha podido pasar, exhumar los cuerpos de nuestros familiares políticos. Es una suerte que nos haya tocado jubilados”. Cuentan los dos miembros de la Asociación, mientras los antropólogos bajan a la fosa.

Retraída, me aproximo a la fosa. Era la primera vez que veía un esqueleto en directo y he de decir que mi primer impacto visual, no fueron los restos óseos, sino las suelas de los zapatos que aún conservaban los cuerpos yacentes. Un elemento que humanizaba lo sobrecogedor de la escena.

La disposición de los cuerpos delataba el horror de lo que allí aconteció, tirados y amontonados como rastrojos en posturas imposibles... Algo  llamó mi atención: un  tono verdoso tintaba en algunos huesos. Pregunté a Juanma, que andaba liado con el cepillo limpiando uno de los cuerpos.

“Esta (el color verdoso) es la mayor evidencia de muerte violenta, y nos sirve para certificar que son represaliados”, responde. Mantiene que el impacto por bala, además de causar daños diferentes en el hueso a los de una rotura, recoge los restos de la bala  y estos reaccionan con el paso del tiempo con un cambio de color verde que tiñe la zona impactada y todo lo cercano. Y así es; observando los ochos cuerpos que se disponían en el tramo, todos compartían aquella tonalidad verdosa.

Entre la tristeza y el orgullo

Conforme pasaban los minutos frente a aquella fosa, Paco y el Nene, recordaban que en la exhumación del segundo tramo encontraron objetos personales como plumas, grafito, monederos, hebillas, cuadernillos y monedas. Mientras los escuchaba expectante, bajaba de aquel estado de conmoción extraña en el que estaba sumida, y comenzaba a imaginar aquellos huesos como personas que, 80 años atrás, ejercían sus trabajos, paseaban por sus barrios o incluso se encontraban en casa junto a sus familias, ignorando quizás que sus cuerpos acabarían casi olvidados en una fosa a manos de las fuerzas golpistas.

Paseando con 'el Nene' por la tapia donde se llevaban a cabo los fusilamientos,  me hablaba de que el ejercicio terrorista era tal que los golpistas, una vez fusilaban a sus víctimas, los amontonaban frente a la vía del tren que por allí continúa pasando para que los trabajadores viesen el crimen de camino a la faena y apuntalar aún más en el terror colectivo.

“’¡Carmen, acércate, vamos a sacar un cuerpo para guardarlo!”. Entre Paco, que vale lo mismo para un roto que para un descosido, y Juan Carlos, sacan una tabla que disponen sobre un caballete con un esqueleto perfectamente montado para proceder a la total exhumación. Aquí pude percibir explícitamente el horror, la masacre y la vileza con las que actuaban los golpistas.

Restos óseos con fracturas perimortem, impactos de bala y una característica que todos cumplían: el tiro de gracia en el cráneo. Algunos yacían junto a los casquillos de las balas que posiblemente les quitaran la vida y fue en ese instante cuando me sumergí en un paraje de la historia en el que no se detienen los libros. El terror, el ensañamiento absoluto.

Me detengo ahora con Paco, presidente de la Asociación y miembro acérrimo de la CNT, quien me cuenta sobre los orígenes de la asociación. Fue a raíz del deseo de un veterano del sindicato, hijo de fusilado, por localizar el cuerpo desaparecido de su padre. Los miembros del sindicato, reunidos, pusieron en marcha las labores de documentación, y una vez obtenida la información, se conformaron como asociación en el año 2007 de la que son miembros PSOE, CNT, Ateneo Republicano, PA, Equo, Argaira y Derechos Humanos. Así podían solicitar los permisos imprescindibles para llevar a cabo los trabajos que actualmente se están realizando.

Son casi la una de la tarde, y tengo una dispar sensación que cabalga entre la tristeza, el orgullo de haber podido conocer de primera mano la historia de nuestra tierra, y de alguna forma, sentirme parte de ella, trasmitiendo a modo de diario mi experiencia en la fosa común, que se estima será la segunda fosa más grande de Andalucía. Hoy tengo la sensación de que he hecho un poco mía una de mis frases favoritas de Blas Infante: “Yo quiero responder con pensamientos buenos a tanta violencia y llevar un recuerdo de paz y de no violencia a todos los hombres sin distinción”.