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Ducha de agua fría contra la inflación

La presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde.

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Los precios están desbordados. En el supermercado, la tienda de la esquina, el concesionario, en la factura de la electricidad o a pie de manguera. Es un shock sin precedentes que provoca que el salario dé cada vez para menos al pagar por los mismos bienes y servicios que hace unos años. Mientras, los ahorros merman y pierden valor en el banco. Una espiral perversa que hace más difícil pagar la hipoteca, las letras del coche o mantener un negocio.

Y a la presión inflacionista se le suma el efecto de las olas de calor, cada vez más frecuentes, intensas y de más larga duración. La demanda eléctrica se dispara en toda Andalucía por el aire acondicionado y ventiladores en hogares y oficinas. Y también lo hace la producción eléctrica. Pero las altas temperaturas plantean un problema: las placas fotovoltaicas y las granjas eólicas reducen su rendimiento.

“Nos encontramos en un escenario complicado en el que tenemos que consumir más gas”, señala Ismael Morales, de la Fundación Renovables, “y por tanto, el precio de la luz se dispara”. “En condiciones normales, la producción de gas está para las puntas de demanda por la mañana y por la noche”, explica, “pero ahora se desplaza y se incrementa a lo largo de las horas de sol de más calor”.

El cambio del panorama ha sido radical en cinco meses y puede ir a peor. La inflación se está convirtiendo en el principal impulsor de un consumo responsable de los recursos. “Basta con poner el AC a 26 ó 27 grados para limitar la demanda sin perder confort”, señala Morales, “cada grado ahorra un 7% de energía”. Los precios seguirán disparados y los mercados de futuro del gas pintan un invierno crudo.

Manuel Vázquez tira directamente estos días del ventilador en el techo de su casa. “Al precio al que está la luz”, dice este conserje, “no puedo poner el aire acondicionado”. “La solución para combatir el calor es darse una buena ducha de agua fría justo antes de dormir y poner una toalla húmeda en la almohada cuando me despierto”, comenta. Para llegar a fin de mes debe hacer dos trabajos.

La preocupación por el impacto del precio de la luz, de la gasolina y los alimentos en las finanzas personales sube con la temperatura. Y con los sueldos creciendo a un ritmo muy inferior al de los precios, cada vez son más las familias que tiran del dinero extra que amasaron durante la pandemia para poder navegar la alta inflación y llegar a final de mes, pero con cuidado para no derrochar.

La cajera del MAS en el barrio del Porvenir, en Sevilla, nota que los vecinos están cortando el gasto en la cesta de la compra. “Los clientes se lo piensan ahora dos veces antes de poner cosas como una bolsa de patatas fritas”, comenta, “decididamente son más comedidos, por no decir austeros”. Es el efecto psicológico que tiene la inflación y la cautela ante lo que pueda venir tras el verano.

Miguel lo ve en su óptica. “Afecta a todo tipo de rentas”, señala. Los clientes a los que atiende son de clase media. Desde mayo observa que las ventas cayeron un 20% respecto a otros años, tanto en gafas graduadas como de sol. Pero lo que más le llama la atención es que cuando compran lo hacen si hay ofertas, lo que obliga a tirar abajo un 15% los precios. “Es mucho más que la inflación”, dice, “es una cuestión de confianza porque para hacer compras extraordinarias de 200 euros se tira de ahorros”.

La inflación es el tema de conversación dominante en la cafetería de la estación de San Bernardo. Relegó por completo al coronavirus

El Instituto Nacional de Estadística calcula que la tasa anual de ahorro de los hogares españoles se acercó al 12% en 2021. Durante el año del confinamiento sanitario rondaba el 15%, el doble que en 2019. Tras acumular niveles récord de ahorro durante los dos primeros años de la pandemia, muchas familias tiran de ese colchón de efectivo para hacer frente al incremento del coste de la vida.

La inflación es el tema de conversación dominante en la cafetería de la estación de San Bernardo. Relegó por completo al coronavirus. Ahí es donde solía ir Manuel a desayunar o tomarse una cerveza en el descanso del almuerzo. “El golpe nos lo llevamos por todos lados”, comenta la dependienta, “la comida, el gas, los clientes piden menos. Y espera a que empiecen a subir los tipos de interés”.

Los modelos de Citigroup indican que el mayor golpe al bolsillo se está produciendo en este mismo momento, lo que lastra el gasto. “Se observa ya una reducción en el volumen en bienes imprescindibles para mantener un estándar mínimo de vida”, añaden. El consumo, por tanto, estaría en recesión y la máxima presión se notará hasta diciembre. Lo que está por ver es si la incertidumbre lleva a elevar de nuevo el ahorro de forma preventiva en otoño.

“La combinación de tipos de interés negativos con tasas de inflación al 10% es mortal para el dinero que está parado”, comenta un asesor de inversiones de Bankinter al hablar de la liquidez que se acumuló en el confinamiento. Es una situación económica insólita, que sucede en un momento complejo por el impacto de la pandemia en las cadenas globales de suministro y la disrupción del conflicto en Ucrania.

El paso atrás de los consumidores por el alza de precios y el coste del carburante está provocando que la demanda en los concesionarios cambie de vehículos grandes a más pequeños, más eficientes. Los viajes en coche también se limitan y eso se traduce en un incremento de uso del transporte público. Y la esperanza es que esta tormenta económica no afecte a inversiones en la transición energética.

Desde el aumento del precio de la electricidad hace un año se está registrando un incremento en la demanda de sistemas de autoconsumo. El problema, como señala Morales, es que faltan instaladores y electricistas para cubrir la demanda. “Cuando hace dos años una persona interesada llamaba, le atendían, pedía un estudio y en dos semanas lo tenía instalado. Ese plazo es ahora de dos o tres meses”, añade.

La sensación es que, de golpe, todo cuesta más este verano, aunque en realidad se trata de una escalada que hace nueve meses se dijo que era temporal y que aprieta el bolsillo del consumidor, que siente cómo su poder adquisitivo se reduce drásticamente. Sin embargo, la gente prefiere en este momento gastar ese efectivo extra, incluso si su forma de consumir pasó de comprar productos a viajar y el ocio.

Con la inflación a niveles de hace cuatro decenios, la autoridad monetaria se ve forzada a subir tipos y además no cuenta con el lujo del tiempo para esperar a ver cuál es el impacto que tiene en la economía

Esta pila de efectivo plantea en paralelo un quebradero de cabeza al Banco Central Europeo. Con la inflación a niveles de hace cuatro decenios, la autoridad monetaria se ve forzada a subir tipos y además no cuenta con el lujo del tiempo para esperar a ver cuál es el impacto que tiene en la economía. La idea de Christine Lagarde es proceder a un primer incremento en el precio del dinero de un cuarto de punto ya en julio y de nuevo en septiembre.

“El ahorro es una buena noticia para el consumidor individual”, explica Torsten Slok desde Apollo Global Management, “pero con tanto efectivo en las cuentas llevará a ser más agresivos con la política monetaria para frenar la economía”. La dificultad está en apretar el freno de los estímulos sin que eso provoque una recesión severa, que se traduzca en despidos y en una merma del ahorro.

El momento es realmente anómalo, porque el consumidor siente que hay tres fuerzas que empujan hacia una contracción de la economía: el recorte en el gasto, una inflación desbocada y el alza de tipos. Manuel cuenta que en abril gastaron más de lo que debían porque se saltaron dos Semana Santas y dos Ferias. Pero ahora tiene claro que hay que recortar en cosas como la ropa o el streaming. “Llevaré lo puesto hasta que se desintegre si hace falta”, remata.

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