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Gema Otero Gutiérrez: “No hay democracia plena si las mujeres tienen miedo a salir a la calle de noche”

Gema Otero
25 de noviembre de 2021 13:57 h

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Gema Otero es formadora, asesora e investigadora en coeducación y prevención de la violencia contra las mujeres y las niñas. Autora de los cuentos “SuperLola” y “Lalo, el príncipe rosa”, actualmente es doctoranda dentro del Grupo de Investigación en Acción Socioeducativa (GIAS) de la Pablo de Olavide. En 2015 recibe el Premio Meridiana, en su modalidad “Iniciativas de producción cultural”.

Colaboradora del Centro Interdisciplinar de Estudios Feministas, de las Mujeres y de Género (CINEF) de la Olavide, apuesta por la coeducación como proyecto social más allá de las aulas. Una senda que permite a niñas y niños “conocer otras formas de ser en el mundo”, donde primen valores fundamentales como “la igualdad, la empatía o el buen trato”.

Para Otero, la violencia hacia las mujeres está interiorizada. “Lo vemos a diario, en aplicaciones donde se invisibiliza a las mujeres, donde pasa desapercibida. Somos hijos e hijas de una educación patriarcal, está en los mismos cimientos”, señala. Por ello, apuesta por una coeducación temprana que dote de herramientas críticas para “desmontar” la “socialización patriarcal”. “Si nos centramos en la Secundaria ya vamos tarde”, afirma. 

De sus recientes publicaciones hay un dato alarmante: la edad mínima del consumo de pornografía es de 8 años

No es un dato mío, viene de un trabajo firmado por Ballester y Orte, pero se confirma desde los talleres que imparto a alumnado de 5º y 6º de primaria. En 1º de la ESO, muchos alumnos me cuentan que consumen pornografía de forma cotidiana. Además, interiorizan y normalizan la deshumanización de las niñas y de las mujeres. Es una práctica que erosiona la empatía que sienten hacia sus compañeras. Una empatía que se ve de manera clara en Infantil y Primaria, pero que va desapareciendo conforme se hacen mayores.  

¿Y cómo interiorizan ese tipo de contenido?

La autora feminista Mónica Alario afirma que la pornografía es un discurso político de odio contra las mujeres. En el porno, las mujeres son cosificadas y torturadas. En sus narrativas, dentro de los talleres, el alumnado reconoce que los contenidos son violentos, pero no lo perciben como una realidad. Se denota una falta de empatía que va creciendo a medida que se van haciendo mayores. Las niñas también interiorizan la hipersexualización como una forma de hacerse visibles frente a la mirada masculina.

¿Qué perciben o cómo se sienten las niñas en todo esto?

Ellas narran que la única forma de ser tenidas en cuenta, de tener likes y de ser validadas es a través de su hipersexualización. Así es como obtienen visibilidad, mientras que aquellas que optan por no seguir ese camino son invisibles o no se las tiene en cuenta. A ello se suma que el libre acceso a las tecnologías facilita imaginarios en los que se hipersexualiza a las niñas en edades cada vez más tempranas. El mandato de la belleza está atravesado por esta práctica, pero al patriarcado siempre quiere más, y ya ha incorporado nuevos imaginarios de pornificación de mujeres y niñas. Esta forma de violencia no se percibe como una amenaza, ni se identifica de manera crítica en el día a día.

En apenas unos años el primer acceso a un teléfono móvil ha pasado de los 13 a los 9 años. ¿Influye esto en acelerar esa reducción de empatía, por un fácil acceso a contenidos como el porno?

La herramienta no es el problema, es el sistema lo que tenemos que desarticular. Las TRIC han ampliado y facilitado de forma masiva el acceso de niñas y niños a contenidos adultos machistas y misóginos. Un contenido que, además, es visualmente potente y muy atractivo. Y muchas veces no tienen ni que buscarlos. Les llega por TikTok, por mensajes o invitaciones a grupos donde se comparte pornografía.

Pero niñas, niños y adolescentes no cuentan con herramientas de análisis crítico de la realidad, ni con un acompañamiento familiar desde una mirada coeducativa. Se les permite acceder a aplicaciones donde las mujeres son víctimas de violencia extrema, donde se piensa que es ficción cuando no lo es. Eso se instala en el imaginario de los niños, que interiorizan su deseo como un derecho de libre acceso al cuerpo de las mujeres.

Prestar atención a la voz de las niñas y jóvenes es el eje central de la tesis que está realizando, vinculada al Grupo de Investigación en Acción Socioeducativa de la UPO. ¿Cuál es su objetivo con este trabajo?

La idea es conocer desde una perspectiva feminista el impacto de la socialización patriarcal en la vida de las preadolescentes desde sus testimonios personales. Ver si evidencian e identifican la violencia a la que son sometidas por el hecho de ser niñas. Muchas veces lo hacen, aunque les cuesta ponerle nombre. Algunas lo tienen claro y verbalizan la violencia a la que son sometidas en su día a día. La socialización patriarcal es una maquinaria perfecta para que las niñas aprendan a relacionarse a través de la ‘Ley del agrado’ (Valcárcel). Niñas educadas para sonreír y agradar, así no evidencian ni la opresión ni la violencia estructural que padecen desde que llegan al mundo.

En ese proceso de socialización, la cosificación es un eje central de su trabajo profesional e investigador.

Estoy muy centrada en analizar aquellos mecanismos simbólicos y materiales que permiten la deshumanización de las niñas. Algo que ocurre desde que son muy pequeñas. Que las mujeres interioricen que su cuerpo es un producto que pueden mercantilizar desde la libre elección, el empoderamiento y la libertad sexual es uno de los grandes éxitos del patriarcado neoliberal. Las mujeres y las niñas como objetos consumibles para su explotación sexual, laboral y reproductiva es uno de los pilares del patriarcado. El Feminismo desarticula esa idea de que las mujeres pueden contar con un “capital erótico” (Hakim) con el que transaccionar para ganar estatus. Todo lo que nos deshumaniza, ni nos empodera ni nos asegura la emancipación.

¿Qué papel juega la coeducación en ese escenario que está dibujando?

La coeducación garantiza la humanidad que el patriarcado arrebata a las niñas, y además desarticula la jerarquía y división sexuales de los espacios. Se necesita un alumnado que cuente con herramientas críticas para abordar esta realidad. Pero no ya en Secundaria, sino desde la etapa de 0 a 3 años. El comienzo de la deshumanización de las mujeres arranca en la infancia, a través de esa socialización patriarcal. Es la forma de educar a las niñas desde el discurso de la inferioridad y a los niños en el de la superioridad, el protagonismo absoluto y la hegemonía. La palabra ‘nenaza’ es un ejemplo claro de todo esto. Se usa para insultar a los niños, pero en realidad desprecia e infravalora a todas las niñas. Cuando ser niña es un insulto y además no vale tanto como ser niño.

¿Cómo se aborda esto desde las aulas?

No solo desde las aulas, se trata de una responsabilidad compartida. Todo proyecto de coeducación es un proyecto político feminista. Pero, efectivamente, es importante que el feminismo se interiorice en los centros educativos y la colaboración del resto de agentes sociales. La coeducación facilita herramientas para identificar la desigualdad y la violencia estructural entre mujeres y hombres desde una mirada crítica y convierte a niñas y niños en agentes sociales del cambio. Hay que empezar a coeducar desde 0 a 3 años, cuanto antes mejor.

¿Qué aspectos refieren más las niñas cuando narran sus experiencias en los talleres que imparte en los centros educativos?

Repasando el material, uno de los mandatos de género que más aparece es el de que cierren las piernas. Se repite constantemente. Es un claro ejemplo de la hipersexualización del cuerpo de las niñas y de cómo las hacemos responsables de la violencia y la opresión a la que son sometidas. La cultura del miedo también está muy presente en sus narrativas. Hablan de violencias sexuales cotidianas, niñas de 11 o 12 años que sufren acoso sexual callejero, insultos machistas, persecuciones de hombres adultos que las siguen por la calle, insinuaciones sexuales de hombres adultos de su entorno familiar (cultura de la pedofilia)... Un miedo que aprenden y normalizan desde que son muy pequeñas.

¿Cómo toma forma exactamente?

Una de las preguntas que hago a niños y niñas es a qué tienen miedo. Hay miedos compartidos como la oscuridad, los fantasmas o las películas, pero también hay diferencias muy significativas. Ellos tienen miedo a hacerse daño, un reflejo de cómo los niños son socializados para que demuestren que son hombres a jornada completa teniendo que validar su masculinidad ante el grupo de iguales. Ellas temen que “alguien” las rapte y que les hagan daño. Tienen interiorizada la cultura del miedo desde 2º o 3º de primaria. Debemos dejar de decirle a las niñas que tengan cuidado. No hay democracia plena si las mujeres tienen miedo de salir a la calle de noche o de tomar cualquier espacio. Hay que girar la mirada en los niños desde la asunción de la responsabilidad de la violencia masculina, que se aprende desde que son pequeños, y educarlos en el feminismo.

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