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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Ahed Tamimi y Donald Trump: dos polos que definen la deriva del mundo presente

Cristina Serván

La causa palestina es uno de los escenarios que más relevancia y análisis político han generado durante el siglo XX y lo que llevamos del XXI. Palestina se ha convertido en un laboratorio de experimentación con población real para la creación y puesta a punto de lo que luego se convierten en productos de índole militar, securitario, estrategias geopolíticas y métodos de control psicológico y social.

Y es que la población palestina no deja de sorprender por su resistencia y persistencia en las estrategias para encontrar caminos que eviten su total desaparición. En el polo opuesto vemos cómo Israel y sus apoyos internacionales (fundamentalmente EEUU, pero también muchos otros países más que conforman la fútil Asamblea de Naciones Unidas) siguen demostrando su habilidad para exprimir las posibilidades que este contexto ofrece a sus propios intereses.

Prueba de ello ha sido el reconocimiento realizado por Donald Trump de Jerusalén como capital del Estado de Israel, a través del anuncio, el pasado 6 de diciembre, del traslado de la embajada estadounidense a la ciudad. Tal declaración ha hecho correr ríos de tinta sobre las consecuencias que este gesto provocará en la situación palestina. Muchos de estos análisis pasan por alto que la realidad de las personas palestinas difícilmente puede deteriorarse más en la práctica, ya que la mayoría de estas personas ni siquiera puede acceder a Jerusalén.

La ocupación existía antes de este polémico gesto y previsiblemente va a seguir existiendo, el apartheid seguirá aplicándose, el muro prevalecerá, la militarización israelí del territorio también, el bloqueo a Gaza continuará, el saqueo de recursos básicos como el agua (pozos y agua de lluvia), tierras de cultivo, acceso a la pesca… desgraciadamente todo eso no va a cambiar por el momento. Ojalá la cuestión dependiese exclusivamente del lugar donde se instale la embajada de EEUU.

Sin embargo, otorgar a la decisión de Donald Trump este protagonismo redirige la cuestión al espacio donde geoestratégicamente le conviene situarla: a la confrontación religiosa dado el carácter sagrado que posee la ciudad para las confesiones monoteístas mayoritarias, judaísmo, cristianismo e islam. Este aspecto pretende difuminar el fondo político de la cuestión, así como la inoperancia del Derecho Internacional y los Derechos Humanos en la cuestión palestina.

La reacción del mundo árabe a esta declaración se instrumentaliza presentándolo en los medios de comunicación como una amalgama uniforme en la que todo se reduce a la identidad islámica y al desarrollo de la yihad, obviando los múltiples problemas de diversa índole que azotan la región. Muchos han sido los países árabes que se han manifestado contra la decisión de Donald Trump, pero resulta evidente que la polarización entre Arabia Saudí (aliado esencial de EEUU) e Irán (en el eje de influencia ruso), hoy por hoy tiene mucho más peso en la inestabilidad de la zona que la ubicación de la capital de Palestina.

La realidad de estas tensiones en el mundo árabe se manifiesta fundamentalmente en la lucha global por el control de los beneficios del negocio de las armas y los recursos energéticos, siendo estos aspectos los que promueven unas u otras alianzas, el desarrollo de intervenciones militares o la firma de acuerdos de comercio. Cierto es que cuestiones vinculadas a la confesión islámica tienen su impacto en la presencia de grupos terroristas extremistas religiosos que operan en el territorio (y más allá), pero su presencia posiblemente tiene más que ver con el negocio de la guerra y la necesidad de situarlo como adversario para militarizar el territorio.

De esta forma se justifica la venta de armas, la adopción de políticas securitarias interiores que implican la fortificación de fronteras y el control de la población que pueda ser parte, colaboradora o sospechosa de estar relacionada con grupos terroristas que aspiran a acabar con nuestras supuestas democracias.

Estas amenazas creadas artificialmente generan una alerta constante en la población global que desconoce otras realidades más significativas que suceden, por ejemplo, en los pueblos y comunidades palestinas que bajo la opresión y la ocupación, desarrollan la vida cotidiana como una forma de resistencia. Y es que para el pueblo palestino mantener la memoria da sentido al porqué de su situación, rechazando a través de sus actos las palabras de Golda Meir: “Los viejos morirán, los jóvenes olvidarán”. Acciones de apoyo mutuo, movilización frente a las demoliciones de casas o promoción de espacios educativos autónomos que atiendan a los más jóvenes, sostienen sus esperanzas de conseguir un futuro más allá de la ocupación.

El 19 de diciembre de 2017, pocos días después de la declaración de Donald Trump, Ahed Tamimi, una mujer de 16 años, fue arrestada en su casa de madrugada por el ejército de israelí. Su caso ha conseguido hacerse hueco en los medios y obtener un amplio respaldo social no solo por ser un nuevo caso de desigualdad entre el poder de un ejército y la resistencia de un pueblo, sino por ser, sobre todo, un símbolo de transformación y resistencia ella misma: mujer, menor de edad, no responder a la visión social o étnica de las mujeres en un país árabe en las que se las supone sumisas e invisibles, tener una estética semejante a la que podemos identificar en el contexto cultural occidental, enfrentarse cuerpo a cuerpo con soldados armados hasta los dientes, o mostrarse sonriente y sin miedo ante el tribunal militar que la va a juzgar.

Pocas identidades podrían ostentar menos poder que ella en cualquier sociedad patriarcal; sin embargo, Ahed Tamimi desafía cualquier pronóstico de género, origen, confesión religiosa, o edad y se muestra consciente de que su dignidad es incontestable. En este sentido, representa una realidad en la que el estereotipo no condiciona las posibilidades de transformar el mundo que nos rodea. Demuestra que la implicación en las luchas de nuestro tiempo interpela a quienes no participan del poder establecido y se legitiman rechazando la injusticia, poniendo el cuerpo y la libertad en el centro del campo de batalla.

En el otro polo, se encuentra Donald Trump, a quien podríamos designar como el “neoliberalismo encarnado” ya que su identidad es paradigma de este modelo socioeconómico y político: varón, simpatizante y promotor del “supremacismo blanco”, adulto, multimillonario, originario y presidente de EEUU, habituado a manifestar sin tapujos sus ideas machistas, racistas, islamófobas, contrario a combatir el cambio climático y promotor de intervenciones bélicas a nivel global, entre otras muchas atribuciones que pueden desprenderse de sus prolíficas manifestaciones públicas, o analizando el desarrollo de sus acuerdos y políticas. Pocas personas pueden simbolizar mejor la acumulación de poder capitalista y patriarcal.

No es casualidad que podamos relacionar ambas identidades con la causa palestina, él por legitimar y beneficiarse de la vulneración de Derechos Humanos que allí sucede, ella por asumir en carne propia las consecuencias de su resistencia de hormiga. Palestina siempre nos está mostrando lo que está en juego a nivel global, la batalla sin endulzar, sin envoltorio y en crudo. El modelo neoliberal injusto, avasallador y psicópata está en lucha con la vida, la dignidad, la emergencia de alternativas inclusivas y transformadoras, que rechazan el abuso y la violencia de “fuertes” contra “débiles”. La voracidad del capital contra la sostenibilidad de la vida.

Quienes miramos lo que sucede debemos entender que no hay tierra de nadie, que más nos vale situarnos junto a quienes mejor representen nuestras esperanzas para la construcción de otro mundo mientras sea posible. Y si apostamos por la vida, ya se está marcando el camino y en nuestras manos está seguir los pasos de quienes, como Ahed Tamimi, sonríen porque esta sí es su revolución.

Cristina Serván es del área de Solidaridad Internacional de APDHA

La causa palestina es uno de los escenarios que más relevancia y análisis político han generado durante el siglo XX y lo que llevamos del XXI. Palestina se ha convertido en un laboratorio de experimentación con población real para la creación y puesta a punto de lo que luego se convierten en productos de índole militar, securitario, estrategias geopolíticas y métodos de control psicológico y social.

Y es que la población palestina no deja de sorprender por su resistencia y persistencia en las estrategias para encontrar caminos que eviten su total desaparición. En el polo opuesto vemos cómo Israel y sus apoyos internacionales (fundamentalmente EEUU, pero también muchos otros países más que conforman la fútil Asamblea de Naciones Unidas) siguen demostrando su habilidad para exprimir las posibilidades que este contexto ofrece a sus propios intereses.