Llama poderosamente la atención que gobiernos, partidos políticos, empresas y población en general se vuelquen calurosamente en la ayuda a las personas refugiadas de Ucrania. Y llama la atención porque, desgraciadamente, no es la forma normal de actuar: basta ver las muertes evitables en el Mediterráneo, el trato que reciben en las fronteras de Ceuta y Melilla quienes huyen de las guerras y el hambre en África. Por eso cabe preguntarse, ¿por qué solo se recibe con los brazos abiertos a las personas que huyen de Ucrania?, ¿por ser blancas y europeas?, ¿el color de la piel y el país de procedencia puede condicionar el derecho al asilo?, ¿no vale lo mismo una vida ucraniana que una española o una subsahariana?
Actualmente siguen existiendo muchas guerras y conflictos armados en el mundo. Algunas duran ya décadas, ante las cuales la UE sigue cerrando los ojos y mirando para otro lado para no molestar a la OTAN y a los EE.UU. porque están interviniendo directa o indirectamente en ellas: Palestina, Sáhara, Yemen, Kurdistán, Sahel, Libia, Congo, Eritrea-Somalia, etc. Indigna ver que hay personas refugiadas y muertas de primera y otras de segunda.
¡Basta de hipocresía! Basta de vendernos las bondades de la OTAN y el capitalismo para aumentar los gastos militares, el negocio de la guerra y sus beneficios a costa de nuestros presupuestos en servicios públicos que afectará, como siempre, a quienes menos tienen y más lo necesitan. Se habla de aumentar el presupuesto de defensa hasta el 2% del PIB, esto supondría un incremento del 136,9% en relación al año pasado. ¿Alguien, en su sano juicio, puede comprender este desvarío mientras once millones de personas en España viven en situación de pobreza? ¿Hay dinero para defensa y no lo hay para atender a quienes viven, secularmente, en el más absoluto abandono?
Si se cuestiona el envío de armamento a Ucrania, que producirá inevitablemente más muerte y destrucción, somos malos ciudadanos y malas personas. Se trata de hacer un análisis crítico de los conflictos bélicos y la respuesta que los diferentes Estados dan a estas guerras inhumanas. La respuesta humanitaria a las personas inocentes que sufren las consecuencias de las guerras no puede depender de los intereses geoestratégicos y políticos. El valor de la vida no puede ir en función de esos intereses, sino del escrupuloso respeto a la dignidad humana y a los derechos que de ella se derivan.
“Permiso de residencia de un año ampliable a tres, posibilidad de trabajar, acceso a la educación y la sanidad, ayuda social y apoyo económico son algunos de los derechos que tendrán los refugiados ucranianos que lleguen a España cuando se active la directiva europea de protección temporal”. Aplaudimos la medida. Pero también nos preguntamos y cuestionamos: ¿por qué sólo a ellos?
Defendemos el derecho a la vida, sea cual sea la procedencia y color de la piel, porque las consecuencias son las mismas para todas las personas que huyen de la guerra: el hambre, la falta de derechos, los conflictos de todo tipo, etc. Entendemos que la respuesta implementada para acoger a menores y familias ucranianas, de la que nos alegramos enormemente, debe ser igual que la que demos para todas las personas y que sirva de ejemplo para la atención e intervención en nuestras fronteras.
Sería necesario no olvidar que los menores son menores y no MENAS, que la acogida debe ser con abrazos abiertos y con empatía, no con pelotas de goma o a palos, que debemos recoger en el camino y no abandonar en mares y océanos a quienes buscan refugio, que la solicitud de asilo debe ser inmediata y que es contraria a los derechos humanos la política de devoluciones en caliente.
Los medios de comunicación se autocensuran y promueven el refuerzo militar. Hay un mensaje único en los medios, con el consiguiente recorte de derechos y libertades para quien discrepa: bloqueo de apariciones en televisión, de emisiones, de publicaciones y artículos, de cuentas de redes sociales, etc. La propaganda se abre paso a nuestro alrededor y con la propaganda y el lenguaje belicista no se puede valorar y encontrar soluciones inteligentes y pacíficas a conflictos. El derecho a la información, que se deriva del derecho a la libertad de expresión recogido en el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), queda en suspenso y es vilipendiado. El pacifismo, que era un valor asentado para muchas personas, se criminaliza, se desprestigia como si fuera la ideología de cuatro personas irresponsables e insensatas.
Pero somos muchas personas, al igual que antes, quienes seguimos diciendo: no a la guerra, no a la OTAN, no a la invasión de Ucrania por el imperialismo de Putin. Somos muchas las personas que seguimos dando la bienvenida a todas las personas refugiadas, a todas.
Llama poderosamente la atención que gobiernos, partidos políticos, empresas y población en general se vuelquen calurosamente en la ayuda a las personas refugiadas de Ucrania. Y llama la atención porque, desgraciadamente, no es la forma normal de actuar: basta ver las muertes evitables en el Mediterráneo, el trato que reciben en las fronteras de Ceuta y Melilla quienes huyen de las guerras y el hambre en África. Por eso cabe preguntarse, ¿por qué solo se recibe con los brazos abiertos a las personas que huyen de Ucrania?, ¿por ser blancas y europeas?, ¿el color de la piel y el país de procedencia puede condicionar el derecho al asilo?, ¿no vale lo mismo una vida ucraniana que una española o una subsahariana?
Actualmente siguen existiendo muchas guerras y conflictos armados en el mundo. Algunas duran ya décadas, ante las cuales la UE sigue cerrando los ojos y mirando para otro lado para no molestar a la OTAN y a los EE.UU. porque están interviniendo directa o indirectamente en ellas: Palestina, Sáhara, Yemen, Kurdistán, Sahel, Libia, Congo, Eritrea-Somalia, etc. Indigna ver que hay personas refugiadas y muertas de primera y otras de segunda.