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La Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, constituida en 1990, es una asociación de carácter privado, sin ánimo de lucro, cuyo fundamento lo constituye la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por la ONU en 1948. Aunque el ámbito de afiliación de la APDHA y su área directa de actuación sea el territorio andaluz, su actividad puede alcanzar ámbito universal porque los Derechos Humanos son patrimonio de toda la Humanidad.

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Mujeres migrantes: la lucha contra la colonialidad, el racismo y el patriarcado

Mujeres migrantes en el muelle de Arguineguín.

Emma Martín Díaz. Catedrática jubilada de Antropología Social. Área de Feminismos / Inmigración de la APDHA

26 de abril de 2022 20:12 h

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Hace casi medio siglo, los primeros estudios sobre las migraciones en España comenzaron a señalar los cambios producidos en los flujos migratorios en el interior del Estado español. Este cambio se manifestaba en que, por primera vez desde la constitución del Estado-nación, España había pasado de ser un país de emigración a convertirse en un país de inmigración. Esta transformación estaba directamente vinculada al ingreso de España en la Unión Europea y era contemplada como un signo evidente de la modernización y la aceleración económica propiciada por este ingreso. Así, aunque por un lado, como empezaban a denunciar investigadores y activistas de los derechos humanos, las políticas migratorias tendían a primar el control de los flujos sobre la integración de los migrantes, por otro resultaba evidente la dimensión instrumental que siempre ha acompañado a los procesos migratorios: la capacidad de ocupar aquellos nichos laborales de difícil ocupación por sus bajos salarios y sus deficientes condiciones laborales. Esta dimensión instrumental ocupó los primeros trabajos de investigación, centrados en la presencia de los migrantes en la agricultura y en la construcción. El foco en estas actividades propició la visibilidad de los colectivos de trabajadores en estos ámbitos, que en ese momento eran mayoritariamente hombres, hasta el punto de que en el Primer Congreso sobre las Migraciones, que tuvo lugar en Madrid en octubre de 1997, numerosas ponencias calificaron a estos flujos como predominantemente masculinos, con una migración femenina calificada “de arrastre”, en la que las mujeres venían, o como acompañantes de sus maridos, o como reagrupadas por éstos, una vez obtenida la regularización.

Esta percepción no sólo estaba sesgada, sino que silenciaba un hecho tan evidente como grave: que la primera víctima del racismo en España había sido una mujer, inmigrante, latina y negra, Lucrecia Pérez, asesinada en el emblemático año de 1992. Y es que las mujeres migrantes estaban sometidas, como poco después empezaron a demostrar las investigaciones feministas sobre la migraciones, a un triple proceso de invisibilización, como mujeres, por el sector laboral de inserción, y por su condición de inmigrantes. A comienzos del milenio, estas investigaciones tenían ya un peso significativo en el campo de los estudios migratorios, vinculadas a los conceptos de transnacionalismo y de cadenas globales de cuidado. En estos estudios se enfatizaba la dimensión de la agencia de las mujeres migrantes como sujetas de su propio proyecto migratorio, que incluía el diseño de las estrategias de gestión de las remesas y de reagrupación familiar. Junto a los estudios centrados en la agencia de las migrantes, otra rama de los estudios feministas sobre migraciones se centraban en los aspectos de estructura, denunciando el sesgo de género de las leyes y políticas migratorias y su repercusión negativa sobre las estrategias migratorias de las mujeres. 

Los estudios feministas sobre las migraciones contribuyeron a visibilizar la importancia de las mujeres en los procesos migratorios y los retos que debían enfrentar como mujeres migrantes racializadas, sin embargo, no tenían la capacidad para revertir, o al menos paliar, la discriminación que se reflejaba, o, directamente, se denunciaba en estas investigaciones. Esta capacidad corresponde a las protagonistas de los proyectos migratorios, y en este campo concreto de la praxis política podemos afirmar que las mujeres migrantes han llevado a cabo una lucha titánica por su visibilización en los ámbitos laboral y social, y por la conquista de espacios de toma de decisiones a nivel político, y lo han hecho denunciando esta triple opresión colonial, patriarcal y racial, y luchando contra ella a través de una estrategia de auto organización basada en formas propias y específicas de su condición de sujeto mujer, migrante y racializada.

El ejercicio del poder de discriminación

La lucha de las mujeres migrantes ha llevado a un primer plano de visibilidad algo que en ámbito de la academia quedaba restringido al campo de los estudios decoloniales: la importancia del colonialismo como patrón de relaciones entre la población de los antiguos estados coloniales y la procedente de las antiguas colonias. Esta relación juega un papel fundamental en el diseño de la interacción entre los sujetos migrantes y no migrantes, y define de manera estructural el propio concepto de integración. La denuncia de la relación de colonialidad, y su resistencia a la misma, conlleva una desautorización de los patrones hegemónicos de comportamiento, y coloca en primer plano de la negociación política la necesidad de conocer desde qué lugar, y con qué voz, se establecen y se enuncian los términos de la relación. Este conocimiento situado es clave para una auténtica relación intercultural, y su implementación no puede dejar de ser conflictiva, porque toca los fundamentos mismos el poder. Al igual que sucede con el lenguaje inclusivo y la desigualdad de género, la visibilidad del vínculo colonial deja al descubierto la desigualdad estructural existente en las relaciones interétnicas, y, por tanto, no es de extrañar que levante diversas susceptibilidades, particularmente entre quienes tienen en muy claro un modelo de integración basado en los parámetros de la Ilustración, sean o no conscientes de ello. Repensar la relación colonial va mucho más allá de la tradicional solidaridad, y supone repensar la propia cultura y la propia sociedad hegemónica, e implica un esfuerzo de deconstrucción que no demasiada gente está dispuesta a hacer por motivos diversos. Por ello es tan importante la denuncia del componente colonial de estas relaciones, incluyendo la relación investigadora/investigada.

Podría considerarse que el racismo forma parte de la colonialidad del poder. Sin embargo, adquiere una dimensión específica en la medida en que lo entendamos como el ejercicio del poder de discriminación. Como tal poder, permea todos los ámbitos de los procesos migratorios. Las mujeres migrantes son muy activas denunciando el racismo existente en estos ámbitos: en las relaciones interpersonales, laborales y vecinales, el abuso de poder por parte de trabajadores de la administración del Estado y el racismo institucional. Son muy conscientes de la importancia de estas denuncia para la visibilidad de la magnitud del problema. En este campo, aunque la lucha contra el colonialismo y el racismo no es patrimonio exclusivo de las mujeres migrantes, cabe destacar el protagonismo de las asociaciones de mujeres en esta lucha, lo que puede constatar cualquier persona interesada en esto temas.

En el ámbito de la lucha contra el patriarcado, las mujeres migrantes son muy conscientes, porque lo viven en sus propios cuerpos, de que el patriarcado es indisoluble del racismo y el colonialismo. Esta triple opresión implica que no puede existir un único feminismo, porque no hay un único sujeto mujer. El feminismo migrante es diverso, y celebrativo de esta diversidad, por tanto inclusivo y transfeminista. Frente al punitivismo y la moralidad, esgrime la sororidad y el goce de los cuerpos. Su lucha feminista implica una organización sindical basada en la puesta en valor de los cuidados, que empieza por el reconocimiento de las actividades reproductivas como actividades económicas de importancia social vital. No es casual, pues, que sean ellas quienes hayan conseguido que el Gobierno español haya emprendido la ratificación del Convenio 189 de la OIT. Tenemos mucho que aprender, que ver, qué escuchar, de la lucha de las mujeres migrantes. En un contexto como el actual, en el que los derechos sociales sufren un ataque brutal por parte de las políticas neoliberales, nos señalan el camino a seguir para no perder la batalla.

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