A finales del mes de julio saltó a la prensa la noticia de un golpe de estado en Níger, el último de una serie de golpes militares en el Sahel. Al cabo de unos días de cierto trasiego en los grandes medios de comunicación, las noticias desaparecieron de las pantallas y el Sahel volvió a caer en el vacío informativo habitual.
África limita al norte geográfico con la muerte en el Mediterráneo, pero África está limitada por el norte económico a no contar: sus riquezas naturales se cuentan en bolsa, pero no sus gentes.
Hay un reparto colonial de nuevo cuño, más allá del desierto y dentro y fuera de sus lindes. El cinturón colonial persiste, la bota colonial insiste. Viene a cuento el poema del escritor zimbabuense Jabulani Mzinyathi: “Geriatría con estado de semidios, pedestal colocando profanación acre, la rodilla todavía en su cuello. África todavía no puede respirar”.
Nada de esto le interesa al norte económico, para el que el África subsahariana no es más que una alfombra verde o amarillenta bajo la que esconder la bajeza moral de su política primermundista o una mina de la que extraer riqueza de la tierra y enterrar la pobreza y esperanza de su gente.
Poco o nada sabemos de África, de sus países. Ni un mínimo de conocimiento de los hechos, los lugares y las trayectorias más allá de los tópicos: hambres, guerras, golpes de estado, líderes corruptos pero ¿cuántas de las realidades que componen esos tópicos son catástrofes naturales o elementos consustanciales del alma del continente? ¿Cuántas no han sido inmisericordemente fraguadas y cuánto de nuestra ignorancia alimentada para ocultar la persistencia colonial? ¿Es que acaso no hay quien corrompe a los corruptos? ¿Quién les sostiene en el poder?
Cada vez que en África ha despuntado un movimiento hacia la independencia, la libertad, la igualdad y la fraternidad, las metrópolis han cercenado la esperanza
Cada vez que en África ha despuntado un movimiento hacia la independencia, la libertad, la igualdad y la fraternidad, las metrópolis han cercenado la esperanza. La muerte natural de los líderes africanos viene siendo el asesinato por encargo del norte económico, las viejas y nuevas metrópolis del viejo y nuevo colonialismo.
¿Quién recuerda...?
¿Quién recuerda la declaración de Patrice Lumumba “juntos, hermanos míos (…) haremos que todos los ciudadanos puedan disfrutar de las libertades fundamentales establecidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos”? Un año más tarde de la misma, Lumumba cayó asesinado a manos de los imperialistas estadounidenses y belgas.
¿Quién recuerda que Amilcar Cabral, el héroe de la libertad de Guinea y Cabo Verde, el 20 de enero de 1973, cuando ya la victoria estaba cerca, fue asesinado por agentes de las autoridades portuguesas?
¿Quién recuerda a Tomás Sankara? Nacido en Alto Volta, en el África Occidental francesa, Sankara lucho por convertir su país en “tierra de hombres dignos” -Burkina Faso-. “La deuda en su forma actual es una reconquista de África sabiamente organizada (…) de manera que cada uno de nosotros se convierta en un esclavo financiero”. Con este discurso Tomás Sankara firmó su propia sentencia de muerte.
África es un inmenso tapiz de países con fronteras sospechosamente rectilíneas que poco tienen que ver con la geografía física y la diversidad humana de su población, pero todo que ver con el trazado grueso del lápiz colonial. Por obra y gracia del nuevo colonialismo, a los países del Sahel se les ha atribuido desde el norte la función de gendarmes. Un laberinto de siglas y acrónimos de organizaciones económicas, uniones monetarias, de integración regional e incluso para “el desarrollo” componen la tramoya de las nuevas formas de intervención.
No es la primera vez que esto ocurre en el G5-Sahel: Níger es el más reciente país en la región que ha vivido un golpe después de Mali en 2020 y 2021 y los dos de Burkina Faso en 2022
De entre ellas destaca el G5-Sahel, un marco institucional de coordinación y seguimiento de cooperación regional para políticas de desarrollo y seguridad que inicialmente agrupaba a Burkina Faso, Chad, Malí, Mauritania y Níger. Sabemos que hay tropas extranjeras, sabemos que a Occidente no le importa que los gobernantes sean corruptos o dictadores mientras sigan sus dictados, pero desconocemos los supuestos efectos beneficiosos para el desarrollo de los países integrantes. De hecho, tres de los cinco países ya no quieren formar parte del grupo.
Sucesión de golpes de estado
De forma repentina, los medios de comunicación nos hablan de un golpe de estado en Níger y de que sus autores exigen la salida de las tropas francesas e invitan a la embajada a que abandone el país. Sin embargo, no es la primera vez que esto ocurre en el G5-Sahel: Níger es el más reciente país en la región que ha vivido un golpe después de Mali en 2020 y 2021 y los dos de Burkina Faso en 2022.
La sucesión de golpes de estado en las colonias francesas -parece muy optimista llamarlas excolonias- establece una pauta que nos lleva a mirar debajo de la alfombra y que salga a la superficie el concepto “Francáfrica” como lo que realmente ha demostrado ser: el patio trasero de Francia. Sin embargo, aún nos sorprende que, tras años de humillación y expolio, el pueblo salude a los golpistas y abomine de la presencia francesa.
Poco sabemos y nada nos lleva a pensar que el golpe de estado en Níger responda a las palabras de Sankara “yo soy militar y llevo un arma. Pero, señor presidente, querría que nos desarmemos. Porque yo llevo la única arma que poseo. Otros han ocultado las armas que tienen. Entonces, queridos hermanos, con el apoyo de todos, podremos hacer la paz entre nosotros”.
No obstante, conviene tener presente la advertencia de Amilcar Cabral: “Cuidado con el militarismo (…) La alegría de vivir está por encima de todo”. Esta advertencia debería valernos por igual para quienes exhiben sus armas y para quienes las ocultan debajo de las intervenciones supuestamente humanitarias.
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