A menudo escuchamos en la calle, a nuestros vecinos, nuestras amigas y a tertulianos y periodistas explicarnos quiénes son las personas presas y lo bien que se vive en las cárceles españolas. Las personas que conocemos el sistema penitenciario tenemos grandes problemas para contar nuestra visión.
¿De qué se quejan? “entran por una puerta y salen por otra”, “cometen terribles crímenes” y “viven como en un hotel”. No es así. En España tenemos unas tasas de criminalidad especialmente bajas, comparadas con los países de nuestro entorno. La mayoría de las personas en prisión lo están por delitos relacionados con el trapicheo de drogas o delitos contra la propiedad, muchas veces también relacionados con el consumo de drogas. A pesar de lo que digan los medios de comunicación, se cometen pocos delitos violentos. El tiempo medio de cumplimiento de la pena de prisión es mayor que en otros países y las posibilidades de acceder a penas alternativas a la privación de libertad o a formas de cumplimiento más abiertas o en la comunidad son menores.
Desmontar estos bulos es tarea difícil y larga, pero tal vez escuchando la voz de las propias personas presas podamos aportar un granito de arena. Aunque tenemos investigaciones con resultados diversos y, a veces, contradictorios, parece que hay algunos elementos de especial importancia para la calidad de vida en prisión. Esto no significa “vivir como un rey”, sino valorar cómo es el desempeño de un sistema penitenciario o de unas prisiones frente a otras, en qué grado cumplen sus objetivos, si se respetan o no los principios legales y los derechos básicos. No confundir con tener una vida de calidad, pues eso es imposible estando privado de libertad, ni siquiera en un “hotel de 5 estrellas”.
Hay tres cuestiones que afectan de manera importante a la vida de las personas presas: las relaciones interpersonales con sus compañeros/as de encierro o con el personal penitenciario, el acceso a actividades y programas de tratamiento, y la seguridad. Y en las tres cuestiones, sobre todo en las dos primeras, nuestros centros tienen mucho que mejorar.
Cuando preguntamos a las personas presas si se sienten bien tratadas, con amabilidad o de manera justa e igualitaria, si se respetan sus derechos y atienden sus necesidades, en definitiva, si las relaciones con el personal penitenciario son buenas, en la mayoría de los centros estudiados suelen predominar las respuestas negativas. Aunque no con todos/as es igual; conversación real con un interno al preguntarle por sus relaciones con los funcionarios: “Ni bien ni mal… vamos, con unos bien y con otros no tanto. Solo hay que ver quién llega en el relevo para saber si ese día se va a liar en el patio o no”. Esto no solo afecta al objetivo de tener un sistema penitenciario más humano y que cumpla con el mandato constitucional de resocialización, sino que también perjudica al control de la seguridad y aumenta los conflictos entre personas presas y de estas con el personal. Necesitamos más recursos personales.
Más recursos materiales, formación y entrenamiento
Para mostrar el segundo de los elementos, solo hace falta echar un vistazo a los propios datos oficiales. Si consultamos los informes generales de Instituciones Penitenciarias comprobamos que, excepto para actividades educativas y deportivas, la participación de nuestra población reclusa en los programas de tratamiento es minoritaria. Además, salvo excepciones, no contamos con datos sobre los resultados de estas intervenciones. Esto, obviamente, no sólo afecta a la vida de estas personas (ver perder hora a hora todo el día tirado en un patio es terrible), sino que, además, es muy probable que influya en las tasas de reincidencia en el delito. Necesitamos más recursos materiales.
Sobre la seguridad, también debemos hacer una reflexión. Desde fuera, y desde algunos grupos de funcionarios/as (por suerte no todos, espero que una minoría), este asunto solo se enfoca desde la mirada represiva, física. Sin embargo, hay otra forma de entender la seguridad, llamada dinámica, la que suelen defender los organismos internacionales y que, además, parece tener mejores resultados. El personal de vigilancia debe “vivir” los patios, conocer a sus habitantes, saber de ellos y no meramente supervisarlos desde la garita. Así se prevendrían muchos conflictos, se evitaría la escalada hacia la violencia física y la vida será más tranquila, tanto para las personas internas como las trabajadoras. Me consta que muchas lo hacen y muchas otras lo harían si pudieran. Necesitamos más formación y entrenamiento.
Escuchar las peticiones y quejas de las personas presas puede darnos una información muy valiosa sobre la situación de nuestro sistema penitenciario. Los asuntos de los que tratan, la forma de resolverlos y las respuestas que se ofrecen, o no, a las mismas, pueden servirnos para tener una visión muy interesante de la realidad de nuestros centros penitenciarios, detectar carencias y evitar conflictos.
Las salidas y relaciones con el exterior, la clasificación en grado, el acceso a actividades y la relación con los y las profesionales, en particular el poco contacto con el personal técnico, son algunos de los temas que más preocupan. Pero también cuestiones cotidianas, sobre la vida en prisión, como la comida o las compras. Resolver estos asuntos de manera adecuada y justa es necesario.
Cuando una persona presa es escuchada y siente que es tratada de manera justa, que puede reclamar cuando lo necesite y que se le va a dar una respuesta adecuada, probablemente reconozca una mayor legitimidad a la institución, tenga mejor comportamiento, sea más colaboradora y mejoren las relaciones con el personal penitenciario.
Necesitamos más recursos personales, más recursos materiales y mayor formación para nuestro personal penitenciario.