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2023, año de la Ciencia Abierta
Según el informe de la UNESCO de 2021, la inversión mundial en investigación y desarrollo en el año 2018 fue superior al billón y medio de dólares; España dedicó a esta materia más de diecisiete mil millones de euros en el año 2021, aunque sigue manteniendo su retraso secular: nuestra inversión no llega al 1.5% del PIB mientras la Unión Europea supera el 2.3%.
Las políticas públicas acerca de qué tipo de investigación financiar y la gestión de esta ingente cantidad de recursos económicos son cuestiones que acaparan cada día más el interés de la sociedad en general, pues la ciencia ha dejado de ser algo que compete exclusivamente a los científicos para pasar a ser materia en la que la ciudadanía tiene muchas e importantes cosas que decir.
El proceso de llevar a cabo la investigación científica es cada día más complejo, en el que intervienen diversos actores cuyos intereses no siempre son coincidentes. En primer lugar están los investigadores; ya quedó atrás la imagen del científico aislado en su laboratorio ya que hoy la investigación la hacen grupos de profesionales expertos en distintos aspectos que tienen que ver con el problema a investigar; estos grupos de investigación son cada día más abiertos en el sentido de la participación de distintas instituciones de distintas áreas geográficas.
La edición científica
Un segundo actor son las instituciones académicas o de investigación donde los profesionales realizan su trabajo y que marcan los criterios de evaluación de su producción científica. Un tercer actor de importancia son las agencias financiadoras que apoyan económicamente los proyectos que les presentan los grupos de investigación, después de una evaluación por un comité de expertos; es en este ámbito donde se materializa en qué se investiga.
Por último, el cuarto elemento de lo que ha venido en llamarse el ecosistema de la investigación es la edición científica; el mundo de las publicaciones científicas es muy complejo y, en ocasiones, bastante oscurantista. El proceso de la investigación finaliza con la comunicación de los resultados a la comunidad científica y a la ciudadanía, lo que se hace mediante la publicación de un artículo científico en una revista de la especialidad. Cuando ésta recibe el artículo a publicar lo somete a un análisis por parte de investigadores independientes, los revisores, que o pueden rechazarlo o publicarlo después de ciertos cambios más o menos relevantes; de todas formar el editor suele tener la última palabra.
Un pilar fundamental de la investigación científica es la reproducibilidad de sus hallazgos.
Este complicado ecosistema de la investigación científico-técnica ha logrado en los últimos años descubrimientos tan importantes como la existencia del Boson de Higgs también llamado la partícula de Dios, la reprogramación celular, la existencia de agua en Marte, los avances en nanotecnología o la creación, en un tiempo récord, de una vacuna contra la COVID-19 que, según estimaciones publicadas en la revista Lancet, ha evitado casi veinte millones de muertes en el mundo.
Pero, como toda actividad humana, la investigación tiene sus luces y sus sombras y éstas ni son banales ni infrecuentes; prueba de ello es el artículo que John Ioannidis, un bioestadístico y epidemiólogo de la universidad de Stanford, publicó en 2005 en una prestigiosa revista del ámbito de la biomedicina con este inquietante título: “¿Por qué la mayoría de los hallazgos de investigación publicados son falsos?”, donde no sólo argumentaba sus tesis sino que describía las posibles causas de esta situación tan sorprendente. Por desgracia, este problema no es exclusivo de la investigación en las ciencias biomédicas pues, en mayor o menor medida, ocurre en la ciencia en general.
Un pilar fundamental de la investigación científica es la reproducibilidad de sus hallazgos; se dice que un artículo científico es reproducible si un investigador independiente puede llegar a los mismos resultados que el referido artículo, si se le proporcionan los medios necesarios: el protocolo de investigación, los datos, los códigos para el análisis estadístico, etc. A pesar de su importancia, la reproducibilidad de las publicaciones ha recibido poca atención en la literatura científica; los estudios llevados a cabo en la última década sobre esta cuestión han arrojado resultados muy preocupantes; sirva como ejemplo el artículo de la revista Nature de 2016 donde, con una muestra de más de 1500 científicos, se comprobó que más del 70% de ellos no pudieron reproducir los trabajos de otros colegas y, lo más sorprendente, el 50% no fueron capaces de reproducir sus propios estudios. Es tal la envergadura del problema que se ha llegado a hablar de la crisis de la reproducibilidad; la revista The Economist se hizo eco de esta situación y le dedicó un extenso artículo.
La ciencia abierta es mucho más que el acceso abierto y no cuestiona lo que se hace sino el cómo se hace.
Desde el comienzo del presente siglo ha habido ha habido intentos de atajar esta inquietante situación; la Iniciativa de Budapest de 2002 dio lugar al movimiento Acceso Abierto (Open Acces), que abogaba por el acceso, por parte de todos los ciudadanos, a los materiales educativos digitales, entre ellos los artículos científicos, pudiéndolos leer, descargar, copiar, distribuir, etc. sin ningún tipo de restricción ni forma de pago. Aunque este movimiento ha supuesto una democratización del acceso a las publicaciones al romper cualquier tipo de barrera económica, solo considera una parte pequeña del problema antes descrito.
A finales de la primera década se planteó un nuevo movimiento mucho más ambicioso denominado Ciencia Abierta (Open Science); ahora se trataba de dar respuesta a toda la problemática planteada acerca del proceso de investigación. La ciencia abierta es mucho más que el acceso abierto y no cuestiona lo que se hace sino el cómo se hace; es un nuevo paradigma sobre la investigación científica que presenta alternativas a todos los problemas planteados y que afecta a todos los elementos del ecosistema de la investigación.
El componente social
Como algo nuevo en pleno desarrollo, hay al menos cinco escuelas de pensamiento sobre lo que se entiende por ciencia abierta, no hay acuerdo general acerca de su definición. Pero en lo que sí hay consenso es en que la ciencia abierta tiene como dos pilares fundamentales: en primer lugar el que tiene que ver con propio proceso de investigación y que busca un mayor rigor metodológico para superar la crisis de la reproducibilidad y conseguir una mejor evaluación de la producción científica. También se ocupa del cada vez más cuestionable papel de la editoriales científicas que, ante todo, son un muy rentable negocio en manos de cinco grandes empresas privadas con una prácticamente nula aportación a la ciencia, proponiendo el regresos de las publicaciones al lugar de donde quizás nunca debieron salir: la academia y las sociedades científicas.
El segundo pilar es el componente social de la ciencia abierta; ahora la ciencia no se ve ya como algo exclusivo de los científicos sino que se considera que los ciudadanos tienen cosas que decir durante el proceso científico, ya sea mediante la aportación de ideas o contribuyendo con sus herramientas y recursos; ahora se trata de una participación activa de los ciudadanos en las distintas etapas de la investigación creando lo que se llama la Ciencia Ciudadana. Son muchos los ejemplos de este tipo de colaboración en campos tan distintos como la astronomía, la ecología, la salud pública, etc.
Queda por realizar un importante esfuerzo en la formación de metodólogos de los que hasta ahora carecen la mayoría de los grupos de investigación
Este nuevo enfoque de la ciencia abierta está avalado por sociedades científicas tan prestigiosas como la Royal Society e instituciones como la UNESCO, OCDE y las entidades competentes de la Unión Europea, lo que ha estimulado que algunos de los países de nuestro entorno hayan establecido sus planes nacionales de ciencia abierta; en España se acaba de publicar la Estrategia Nacional de Ciencia Abierta Las grandes entidades financiadoras recomiendan o exigen las prácticas de ciencia abierta a la hora de financiar nuevos proyectos de investigación y también cada vez más se tienen en cuenta este tipo de prácticas a la hora de evaluar la producción de los científicos.
Es evidente que para llevar a cabo este cambio radical se necesitan recursos tanto materiales como humanos; en relación a los primeros muchas universidades, instituciones de investigación y otros organismos públicos han creado infraestructuras de soporte como repositorios, recursos didácticos, etc. que permiten avanzar en este sentido; queda por realizar un importante esfuerzo en la formación de metodólogos de los que hasta ahora carecen la mayoría de los grupos de investigación; también se creó en 2018, a nivel europeo, la Nube Europea de Ciencia Abierta (EOSC) a la que están adheridas muchas instituciones españolas.
Como toda gran transformación a nivel global no es una tarea fácil de implementar pues habrá que vencer las resistencias al cambio en todos los componentes del ecosistema, aunque esperamos que con el apoyo de las grandes instituciones tanto nacionales como supranacionales junto con políticas de incentivación de las prácticas de ciencia abierta logremos una ciencia más rigurosa, más eficiente y más beneficiosa con y para los ciudadanos.
Emilio Sánchez Cantalejo, profesor de la Escuela Andaluza de Salud Pública 1986-2021 y vocal de la Junta Directiva del Ateneo de Granada
Joan Carles March Cerdá, profesor de la Escuela Andaluza de Salud Pública. Divulgador sanitario
Sobre este blog
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