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El adoctrinamiento de un país

Antonio Somoza Barcenilla

Vocal de la Asociación Contra el Silencio y el Olvido y por la Recuperación de la Memoria Histórica de Málaga —

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El combate contra el “gen rojo” que se escondía en las entrañas de todos los republicanos e izquierdistas y que amenazaba la pureza de la raza hispánica, según las delirantes teorías del doctor Antonio Vallejo-Nágera, tuvo un doble campo de batalla. El primero lo formaron los hombres y mujeres que se consideraban irrecuperables y que, por lo tanto, había que eliminar mediante el asesinato masivo. A eso se dedicaron los militares golpistas y las partidas de falangistas y requetés, siguiendo las arengas de auténticos psicópatas como los generales Queipo de Llano o Emilio Mola Vidal y confortados por los estudios de supuestos psiquiatras que otorgaban a las matanzas una función casi terapéutica para regenerar la raza.

El segundo campo de batalla contra el “gen rojo” fueron los niños, los hijos de los republicanos presos o asesinados. En este escenario de lucha también hubo dos estrategias, una de choque y otra de desgaste. En el anterior artículo nos referimos al tratamiento de shock que consistió en el robo o secuestro de esos niños para ser entregados a familias adictas al régimen. Pero junto a esa actuación dura, hubo otra más sutil que alcanzó a toda la infancia de este país y que, de alguna manera, trataba de asegurar que nadie más se iba a levantar para exigir derechos ni a poner en duda la autoridad de los poderosos ni la doctrina de la Iglesia Católica más reaccionaria.

Para ello, la dictadura puso en marcha un modelo educativo con unos contenidos relatados desde la óptica de la “Causa General”, instruida a partir de abril de 1940 y que sirvió, entre otros efectos, como herramienta de propaganda del franquismo y para elaborar un relato maniqueo en el que los republicanos eran responsables de todos los males y los militares golpistas los salvadores de la patria. Ese relato se utilizó para elaborar los materiales escolares durante todo el franquismo y, de alguna manera, aún no ha sido totalmente sustituido por un relato democrático de los hechos. Para difundirlo, el franquismo contó con la inestimable ayuda de la jerarquía católica que no dudó en conceder un sentido religioso al golpe militar, al que llegó a denominar “Santa Cruzada”, mientras miraba para otro lado, cuando no colaboraba activamente, en el asesinato de miles de personas.

Vayamos a examinar lo que les pasó a los hijos de los republicanos y, por extensión, a toda la infancia de este país cuando fueron educados por curas y maestros falangistas con los nuevos contenidos y el viejo espíritu del nacionalcatolicismo. Sólo voy a reproducir dos testimonios

La Iglesia había sido tradicionalmente la encargada de asumir la educación de la infancia en nuestro país. Lo había hecho con unos criterios tremendamente clasistas, unos métodos pedagógicos violentos (“la letra con sangre entra”) y unos contenidos trufados por la doctrina cristiana y alejados de los conocimientos científicos. Todo esto cambió de manera radical con la llegada de la II República como se puede ver perfectamente en dos películas “La lengua de las mariposas” y “El maestro que prometió el mar”, basadas en tres relatos cortos de Manuel Rivas, la primera, y en hechos reales ocurridos en Burgos, la segunda. El objetivo de esta apuesta por la educación por la República lo explica perfectamente don Gregorio, el maestro encarnado por Fernando Fernán Gómez en “La lengua…”: “…Si conseguimos que una sola generación crezca libre, tan solo una sola generación, ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad”. Justo la visión contraria de los curas responsables de la enseñanza antes de la República y que tan bien se refleja en “El maestro…”.

Educar contra los padres

Pero vayamos a examinar lo que les pasó a los hijos de los republicanos y, por extensión, a toda la infancia de este país cuando fueron educados por curas y maestros falangistas con los nuevos contenidos y el viejo espíritu del nacionalcatolicismo. Sólo voy a reproducir dos testimonios.

El primero, recogido por Consuelo García en su obra “Las cárceles de Soledad Real”, relata el caso de una presa anónima: “Y a su niña se la quitaron y se la llevaron a un colegio de monjas. Entonces esta mujer escribe continuamente a la niña desde la cárcel hablándole de su papá. Que su papá es bueno, que recuerde a su papá. Y ya llega un momento en que la niña le escribe: ”Mamá, voy a desengañarte, no me hables de papá, ya se que mi padre era un criminal. Voy a tomar los hábitos. He renunciado a padre y madre, no me escribas más. Ya no quiero saber más de mi padre“. El segundo está recogido de ”Los niños perdidos del franquismo“ y corresponde a Uxenu Álvarez, un asturiano que acabó en un asilo para hijos de republicanos: ”Me mentalizaban para que fuera en contra de mi padre y de la España democrática y republicana. Tenia que ser como ellos, como los vencedores. Toda mi educación ha sido el “Cara al sol” y el “Padrenuestro”. Me robaron la infancia, me mataron en el 36. Soy un muerto en cuanto a lo que iba a ser“.

Está claro que no todos los niños adoctrinados por la Iglesia y el franquismo son tan críticos con sus adiestradores como Uxenu Álvarez. Hay otros, recuerda Juan Lepe, de Álora, a los que “les robaron la posibilidad de criarse con sus padres y que se convirtieron en fervientes católicos, en beatos”. O el caso paradigmático de estos niños reeducados en el odio a sus padres: Rodolfo Martín Villa, hijo de Emilio Martín Fernández, empleado de ferrocarriles en León y sindicalista. Rodolfo fue educado por los Agustinos de León, hizo carrera en el régimen como fervoroso militante falangista y llegó a ser ministro del Interior, obsesionado con los sindicatos y con los anarquistas.

Independientemente de cómo se tomaran los niños el proceso de reeducación, parece innegable que esta política supuso la privación del derecho de esos niños a ser formados por sus padres o familiares y de estos a criarlos según sus convicciones, también supuso la desaparición física por un largo período o para siempre, el alejamiento de los menores de sus lugares de residencia y la separación de hermanos en centros alejados entre si. Todo ello fue posible gracias a la colaboración de la Iglesia que, además obtuvo unos ingresos nada despreciables (4 pesetas por niño y día, deducidas de los magros salarios de los encarcelados en talleres o destacamentos de trabajo).

En mi opinión “la autoridad pública no puede imponer ninguna moral a todos: ni una supuestamente mayoritaria, ni la católica ni ninguna otra. Vulneraría los derechos de los padres y/o de la escuela libremente elegida por ellos según sus convicciones”… Bueno esta no es exactamente mi opinión, aunque se le parece bastante, pero las palabras no son mías. El entrecomillado corresponde a un escrito de la Permanente de la Conferencia Episcopal española del 28 de febrero de 2007 para oponerse a la introducción en el currículo escolar de la asignatura “Educación para la ciudadanía” (1) . Hay muchos más escritos de la alta jerarquía católica en los que se insiste en que corresponde a los padres elegir y determinar el tipo de formación religiosa y moral para sus hijos. No son difíciles de encontrar en las redes.

Los obispos y la legión de seglares que les siguen y les sobrepasan –Hazte Oir, Profesionales por la Ética, Abogados Cristianos, Vox y también el PP- siguen utilizando los “pins parentales” o las alertas contra el adoctrinamiento de los niños cada vez que el Gobierno trata de introducir en el currículo escolar temas tendentes a la igualdad entre las personas

La Iglesia española ha hecho gala de mucha hipocresía y de una elástica doble vara de medir a la hora de condenar o santificar el adoctrinamiento de niños en ideas contrarias a sus padres. Hay que señalar que los obispos y la legión de seglares que les siguen y les sobrepasan –Hazte Oir, Profesionales por la Ética, Abogados Cristianos, Vox y también el PP- siguen utilizando los “pins parentales” o las alertas contra el adoctrinamiento de los niños cada vez que el Gobierno trata de introducir en el currículo escolar temas tendentes a la igualdad entre las personas, contrarios a la discriminación por motivo de la tendencia sexual o cualquier tema que defienda los derechos humanos o los derechos que establece la Constitución. Y para esta misión de adoctrinamiento, los grupos más reaccionarios del catolicismo cuentan con mucho dinero para pagar campañas y mantener a propagandistas mercenarios. Recientemente he recibido (y no creo ser el único) un correo electrónico de los autodenominados Profesionales por la Ética que lo único que pone en evidencia es la escasa profesionalidad y la nula ética de quienes lo envían.

Las esperanzas frustradas en 1982

Todo esto, a mi juicio, ha sido posible porque los primeros gobiernos de Felipe González, no hicieron en 1982 lo que tenían que haber hecho. Por una parte, elaborar un nuevo relato sobre lo acaecido en la República, en la Guerra de España y en el franquismo y, por otro, haber denunciado el concordato con el Vaticano o, al menos, haber retirado de la enseñanza a quienes habían sido los responsables del adoctrinamiento masivo de este país. Es cierto que los contenidos se suavizaron levemente, dejó de utilizarse el término de “Santa Cruzada”, pero no fue sustituido por el de golpe fascista contra la democracia, sino por una equidistancia tan blanda como falsa. Y de ahí que ahora mismo, los nostálgicos de aquella “Santa Cruzada” se levanten airados cada vez que la enseñanza trate de aproximarse a los valores de la Constitución y de los Derechos Humanos. La Ciudadanía les sigue pareciendo un bicho que hay que exterminar.

A muchos nos pasó con el PSOE de 1982 como a Guadalupe, la madre de Angelín, dos de los protagonistas de la inolvidable novela “Maquis” de Alfons Cervera. Muchos pensamos, como Guadalupe, que en aquel 1982 “estamos en otros tiempos y que ahora todo será de otra manera en Los Yesares y en el mundo”. 40 años después nos damos cuenta de que apenas hemos avanzado nada, los herederos de aquellos años de adoctrinamiento y castigo siguen queriendo mandar y condenar a las nuevas generaciones a la ignorancia, el miedo y la doctrina…, su maldita doctrina.

Y ya que he sacado a colación, la novela de Alfons Cervera que habla del maquis, pero sobre todo de Guadalupe y Rosario, las mujeres de los guerrilleros, pero también de Juanita, la esposa de Bustamante, el cabo de la Guardia Civil…, todas las mujeres que sufrieron en sus carnes los desmanes de un dictadura patriarcal y cruel como pocas. La próxima entrega de esta serie irá dedicada a ellas, a las mujeres que, desde tiempo inmemorial, han sido un campo de batalla y botín en todas las guerras de los hombres, pero que en la Guerra de España y en la eterna victoria que siguió a la guerra fueron arrasadas.

El combate contra el “gen rojo” que se escondía en las entrañas de todos los republicanos e izquierdistas y que amenazaba la pureza de la raza hispánica, según las delirantes teorías del doctor Antonio Vallejo-Nágera, tuvo un doble campo de batalla. El primero lo formaron los hombres y mujeres que se consideraban irrecuperables y que, por lo tanto, había que eliminar mediante el asesinato masivo. A eso se dedicaron los militares golpistas y las partidas de falangistas y requetés, siguiendo las arengas de auténticos psicópatas como los generales Queipo de Llano o Emilio Mola Vidal y confortados por los estudios de supuestos psiquiatras que otorgaban a las matanzas una función casi terapéutica para regenerar la raza.

El segundo campo de batalla contra el “gen rojo” fueron los niños, los hijos de los republicanos presos o asesinados. En este escenario de lucha también hubo dos estrategias, una de choque y otra de desgaste. En el anterior artículo nos referimos al tratamiento de shock que consistió en el robo o secuestro de esos niños para ser entregados a familias adictas al régimen. Pero junto a esa actuación dura, hubo otra más sutil que alcanzó a toda la infancia de este país y que, de alguna manera, trataba de asegurar que nadie más se iba a levantar para exigir derechos ni a poner en duda la autoridad de los poderosos ni la doctrina de la Iglesia Católica más reaccionaria.