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Alfredo, el astronauta bueno
Sánchez Monteseirín, Monteseirín para la mayoría o Monty para sus fans (que los tiene, más ahora que antes), tomó posesión como alcalde de Sevilla en julio de 1999: hace 25 años. Presidía la mesa de edad del Pleno de constitución una jovencísima Susana Díaz que a la postre (convertida ya en madre de dragones) decretaría dracarys sobre él. Entre un momento y otro, transcurrió el mandato más largo de un alcalde de Sevilla desde que se creó la institución en el XIX. Doce años, un récord que será muy difícil de batir por otro alcalde. El actual no parece llamado a hacerlo, la verdad.
Su llegada a la alcaldía ocurrió en un momento clave, ahora lo vemos claramente. Con un PGOU agotado, el final de los 90 en materia de urbanismo había sido el tiempo del urbanismo a la carta: un rosario de gigantescos negocios (Coca-Cola, Uralita, Induyco, algodonera de Alcosa, etc.) que estuvieron a punto de ser culminados por la madre de todos los pelotazos: Tablada. Estábamos entrando en la burbuja del ladrillo, las élites inmobiliarias a la mesa esperando el reparto, la ciudad a punto de jugarse su futuro modelo a cara o cruz. Pero esta vez, raro en Sevilla, salió cara.
Jamás he visto a alguien tan constante, tan seguido, tan cabezón en el logro de sus objetivos. Siempre buscando mil maneras de conseguirlo
Su primer mandato no fue fácil. A Alfredo le era muy complicado sacar cosas adelante con la tradición de ayuntamiento dentro del ayuntamiento, en la que tan a gusto se sentían los andalucistas, sus socios de gobierno. Pero fue aquí donde se impuso una de sus principales cualidades: el concepto estajanovista que tenía de su tarea como alcalde.
Jamás he visto a alguien tan constante, tan seguido, tan cabezón en el logro de sus objetivos. Siempre buscando mil maneras de conseguirlo. Su agenda diaria era absurdamente interminable. En vez de vestir el cargo y estarse tranquilo, intentando no molestar, decidió dar la pelea. Y es en esta fase cuando se vio que estábamos ante un astronauta, como él mismo dijo en su intervención mas divertida: con su casco, su traje, lanzado hacia quién sabe dónde, intentando ser inmune a las decenas de dificultades que propios y extraños, le ponían.
Algo muy bueno salió de esa etapa: la elaboración del nuevo PGOU, sobre la base de un proceso participativo real de cientos de personas, y llevado por técnicos en estado de gracia. Un verdadero ejercicio de diseño de un modelo de ciudad, completado filosóficamente por el Plan Estratégico. Claro que en las abacerías, al calor de unas copas de oloroso, se hacía risas de los planes y rataplanes: era todo humo para camuflar su ineptitud como el peor alcalde del planeta.
Pero fue que no. La primera señal la dio en la campaña de 2003, cuando pidió al electorado que le dieran mayoría suficiente, que no quería gobernar con el PA, que así no había manera. Saltaron todas las alarmas entre las élites bien pensantes de su partido, no entendían qué broma era esta ¡vaya locura! Pero la gente sí entendió al astronauta: de ahí su victoria de 2003, la más celebrada, la que abrió las puertas a una coalición de izquierdas y a la verdadera transformación de la ciudad.
Fueron años de vértigo, en los que Sevilla se asomó a lo que era la vanguardia del urbanismo europeo: ciudad ciclista, limitación de vehículos en el centro, espacio público, cultura
En unas líneas difícilmente se puede resumir lo que fue aquello: puso todo patas arriba. Se creyó lo que le dijeron los astrónomos o los astrólogos (como dijo en aquel discurso memorable) y decidió que había que ir a por lo que señalaban los planes: la ciudad de las personas. Peatonalizaciones, 130 km de carril bici, 8 grandes nuevos parques, 15.000 viviendas protegidas, 250 millones para arreglar los barrios, la línea 1 de metro, el tranvía, las Setas, el nuevo Auditorio de FIBES…
Fueron años de vértigo, en los que Sevilla se asomó a lo que era la vanguardia del urbanismo europeo: ciudad ciclista, limitación de vehículos en el centro, espacio público, cultura. En lo político también se demostró la eficacia de un buen gobierno de coalición de izquierdas para la transformación de la realidad.
Pero la ciudad fue adelantada también en la estrategia de crispación mediática y política, impostada e implacable y, finalmente, en la vergüenza del lawfare para combatir contra un gobierno progresista. Sevilla como episodio piloto.
El astronauta concluyó su mandato bebiendo toda la hiel de la política más encanallada. Inauguró las Setas en total soledad, orgánica e institucional. Ostracismo final para el mejor alcalde de Sevilla, uno de los grandes alcaldes socialistas de España. Pero es lo que le pasa a un astronauta cuando le cae mal a los Harkonnen.
El legado permanece sólido. Eran buenas ideas, ahora todos lo ven. Los intentos actuales de desmontar el modelo de ciudad (ataques al carril bici, intentos de recalificar Tablada…) suenan anecdóticos, arrebatos de quienes no se conforman con que la ciudad sea un bien común. Hemos asumido los cambios hechos, como deberíamos asumir que somos capaces de seguir haciéndolos, porque quedó tarea pendiente.
Desde su nave, ahora en órbita geoestacionaria sobre Sevilla, Alfredo mira la ciudad y sonríe.
* Enrique Hernández es doctor en Geografía
Sánchez Monteseirín, Monteseirín para la mayoría o Monty para sus fans (que los tiene, más ahora que antes), tomó posesión como alcalde de Sevilla en julio de 1999: hace 25 años. Presidía la mesa de edad del Pleno de constitución una jovencísima Susana Díaz que a la postre (convertida ya en madre de dragones) decretaría dracarys sobre él. Entre un momento y otro, transcurrió el mandato más largo de un alcalde de Sevilla desde que se creó la institución en el XIX. Doce años, un récord que será muy difícil de batir por otro alcalde. El actual no parece llamado a hacerlo, la verdad.
Su llegada a la alcaldía ocurrió en un momento clave, ahora lo vemos claramente. Con un PGOU agotado, el final de los 90 en materia de urbanismo había sido el tiempo del urbanismo a la carta: un rosario de gigantescos negocios (Coca-Cola, Uralita, Induyco, algodonera de Alcosa, etc.) que estuvieron a punto de ser culminados por la madre de todos los pelotazos: Tablada. Estábamos entrando en la burbuja del ladrillo, las élites inmobiliarias a la mesa esperando el reparto, la ciudad a punto de jugarse su futuro modelo a cara o cruz. Pero esta vez, raro en Sevilla, salió cara.