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Andalucía: el actor político escondido

David Benavides, María Eugenia Gutiérrez, María Lamuedra

Profesor de Informática de la U. de Sevilla /Profesora de la Facultad de Comunicación de la US/ Profesora de la Facultad de Comunicación de la US —

La trayectoria histórica, cultural y la posición geográfica han convertido a Andalucía, de una u otra forma, en un lugar a tener en cuenta en la valoración de los ciclos discontinuos que conforman la historia de la humanidad. Desde los fenicios hasta los tartessos, desde Adriano hasta Maimónedes pasando por la Guerra de la Independencia.

Andalucía ha sido un espacio de referencia en los hitos trascendentes de la Historia de España. Sin embargo, en la actualidad, Andalucía aparece como ese actor secundario, cuya presencia se da tan por supuesta que apenas genera atención, pero sin la que los protagonistas no podrían desarrollar su acción.

Si trasladamos la metáfora al ámbito de la política cotidiana, sólo con ojear los presupuestos generales del Estado se vislumbran indicios del “maltrato” sistemático a la comunidad: las partidas para Andalucía son insuficientes y, además, las que se comprometen, luego no se ejecutan. Por tanto, es fácil reconocer el uso político de Andalucía para dotar de contenido a la marca España, sustentada en un “kit” de romerías y flamenco “para todos”, cuando la actitud de los gobernantes siempre ha sido la de usar esas señas de identidad y diluirlas en España mientras que en lo concreto se sigue infravalorando la aportación de nuestra tierra al desarrollo de la escena nacional. Como el cómico Manu Sánchez dice: “Andalucía is not Spain, Spain is Andalucía”.

Esta alienación hace que a veces no seamos capaces de hablar con voz propia para negociar con el Estado que de facto es federal (al menos con ciertas comunidades) y pasen los lustros y las décadas y no veamos concretarse tantos proyectos que llevan esperando demasiado tiempo. Valgan como ejemplo el nudo de los tres caminos de Cádiz, que estaba pensado para conectar Conil y Chiclana con la provincia, con un presupuesto de 1,2 millones de euros en el 2017 y que en Diciembre de ese mismo año no se había ejecutado ni un solo euro; o el nudo de la Pañoleta de Sevilla, para el que se presupuestaron 1,17 millones de euros, y que habían corrido la misma suerte. No hablemos ya de la situación del tren en Granada o de la conexión del puerto de Algeciras con el resto de Andalucía, España y Europa. Y es que el puerto de Algeciras tiene una característica fundamental y es que ¡está en Algeciras! Y resulta que ese es un punto estratégico que, si tuviéramos una visión solidaria del Estado, podría servir como nudo principal sobre el que alimentar otros puertos e infraestructuras.

En Andalucía se proclamó la primera Constitución Española, La Pepa, y en el tramo que va desde la Transición hasta nuestros días, ha sido sujeto político de cambio, como así se constató el 4 de Diciembre de 1978 y el 28 de Febrero de 1979, hitos históricos poco asentados en el ideario colectivo e incluso olvidados entre la población más joven. No en vano, gracias a esas movilizaciones masivas y transversales, se tuvo que modificar el proyecto territorial constituyente que pretendía una España a dos velocidades. Y aunque se eliminó de los papeles, esa España sigue existiendo en la práctica. En estos momentos históricos ese actor secundario deja de soportar la deriva de la escena en el sentido previsto y sólo con eso, la obra cambia.

En el contexto actual, la tensión territorial en España- junto a los factores de descontento social que la ha alimentado- están rompiendo las costuras diseñadas en su momento en la Transición. La disputa se lleva a cabo entre un Gobierno desgastado y enrocado (y eventualmente censurado) que ha dejado en manos de la justicia un problema netamente político, y un bloque independentista que, aunque transversal, es conducido por sectores de la burguesía catalana que mayoritariamente son liberales en lo económico, aunque se apoyen por un amplio movimiento popular con una gran variedad de aspiraciones que van desde las anticapitalistas y revolucionarias de la CUP hasta las supremacistas de sectores de la antigua CiU, pasando por posiciones modernizadoras, laicas o republicanas.

El guión de este enfrentamiento sólo admite dos posiciones: con Rajoy/Rivera o con el independentismo, al resto de posibilidades se las etiqueta como “equidistantes” y, cada uno de los sectores en disputa tiende a alinearlas con el adversario.

Pero Andalucía podría jugar un papel fundamental por su mencionado valor histórico y su potencial poblacional: ¿Por qué no hay una voz propia desde Andalucía que señale una alternativa para desenquistar la situación? ¿Por qué Puigdemont, Torra o Junqueras han visitado Bruselas, Finlandia o Alemania, pero nunca se les ha visto visitar o referirse a Andalucía? ¿Por qué cuando se ha oído hablar de Andalucía desde el soberanismo catalán ha sido en tono despectivo desde la derecha de Durán i Lleida hasta el anticapitalismo de Antonio Baños?

Andalucía ha vivido un largo ciclo, que aún continua, en el que el PSOE ha capitalizado lo que en el 4D se empezó a engendrar; hasta tal punto que el partido y Andalucía son intencionadamente confundidos desde el Gobierno andaluz. Esta idea es algo que cala en un amplio espectro del imaginario colectivo. Sin embargo, el desgaste del aparato/partido que gobierna Andalucía desde hace 40 años va perdiendo apoyos elección tras elección. Pero, hay que reconocerlo, con una habilidad asombrosa para seguir recogiendo una suma de votos suficiente para mantenerse en el poder con configuraciones que han pasado por pactos con los llamados comunistas del PCA hasta el actual con el liberalismo económico de Ciudadanos, o con los ya extintos andalucistas. Si esto ha sido así, es, por una parte, por el “mérito” propio para mantener sus posiciones pero, por otra, y desde que el equilibrio del bipartidismo se resquebrajara en 2014, es más bien por demérito de sus adversarios, que no han sabido construir un horizonte alternativo que reconecte con los deseos y necesidades verdaderas de los andaluces y andaluzas.

En el actual estado de las cosas, se nos antojan dos escenarios posibles. Uno en el que la crisis territorial se resuelva “por arriba”, entre los actores que quisieron configurar la España de dos velocidades. Un pacto que pasaría por un trato fiscal, financiero y presupuestario más favorable para Cataluña y que seguramente aumentaría la desintegración territorial, acentuando asimismo las actuales diferencias. O, por el contrario, Andalucía podría hacer valer su peso escénico y cambiar la narrativa. Nos referimos a un proceso constituyente “desde abajo” en el que no nos limitemos a resolver la escena sino a repensar toda la obra. Esta posibilidad no se limita a reaccionar frente a la crisis territorial catalana, ni siquiera ante otras que se puedan estimar más urgentes: la ecológica, social e institucional; sino de repensar nuestra democracia. Si Andalucía descubre y proyecta su voz más allá del estereotipo que la reduce, puede ser el actor político fundamental para la superación democrática de esta primera gran crisis del Estado español desde 1978. Hay precedentes y tenemos potencial ¿Jugamos el papel?

La trayectoria histórica, cultural y la posición geográfica han convertido a Andalucía, de una u otra forma, en un lugar a tener en cuenta en la valoración de los ciclos discontinuos que conforman la historia de la humanidad. Desde los fenicios hasta los tartessos, desde Adriano hasta Maimónedes pasando por la Guerra de la Independencia.

Andalucía ha sido un espacio de referencia en los hitos trascendentes de la Historia de España. Sin embargo, en la actualidad, Andalucía aparece como ese actor secundario, cuya presencia se da tan por supuesta que apenas genera atención, pero sin la que los protagonistas no podrían desarrollar su acción.