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Ante el peligro de una Andalucía huérfana
Los afectos no se construyen exclusivamente sobre la realidad. Es la percepción de la realidad la que manda. Esa es la razón por la que la política trata de construir percepción de realidad por todos los medios posibles. Hay ejemplos extremos, como escoger nombres tales como “justicia infinita” o “libertad duradera” para emprender campañas militares. Otros ejemplos son más cotidianos, forman parte de nuestro día a día y son tan sencillos como escoger un atuendo u otro para enfrentar una reunión importante, una cita o una entrevista de trabajo.
En el ciclo de reformas territoriales que se abre en España, la percepción generalizada de los andaluces y andaluzas es rotunda: nos tocará pagar el pato de las cesiones que lleguen para catalanes y vascos.
Andalufobia
Es una percepción sólidamente construida. Se construye con cada emigrante retornado que relata los éxitos comparativos de ambas comunidades en la versión oral del postureo instagramer; con cada telediario que día tras día llena sus minutos con sucesos sobre Cataluña obviando los problemas de Andalucía; con cada apelativo andalúfobo de los sectores racistas del independentismo (que no son todos, ni siquiera mayoría, pero los hay, como hay andalufobia en el resto de España, como han demostrado Tejerina, Elorza o Vestrynge no hace tanto).
Del mismo modo existe la percepción de que Madrid -y el Gobierno- responden a los intereses de Andalucía. Tampoco es baladí esta percepción. Fíjense, de un lado pareciera que las infraestructuras, magras y tardías pero vistosas (la SE-40 de Sevilla, el puente de Cádiz, el tren -a la postre llegó- a Granada), fueran una graciosa concesión y no un derecho. De otro lado, nuestra economía parece depender de las concesiones -“ayudas” se llaman no sin propósito- de Europa y Madrid, situándonos en una posición permanente de subordinación.
Entre tanto no existe una sola voz en Andalucía que abandere la potencial solvencia de una economía autónoma andaluza, que plantee que no necesitamos “ayudas” y que nos iría mejor si autogestionáramos nuestras finanzas y de ese modo estableciéramos una relación justa con las finanzas de otras comunidades y el Estado. Ser permanentemente “ayudado” acaba por socavar la autoestima, o ¿acaso no es verdad que los dirigentes andaluces no creen hoy en sus propias capacidades y las de sus compatriotas para gestionar exactamente lo mismo que Euskadi “sí puede” y Cataluña demanda para si misma?
“El siguiente escalón”
Finalmente Madrid está construida en el imaginario andaluz de muchas profesiones como “el siguiente escalón”. Hay razones para esta percepción, hasta hemos tenido un Presidente de Gobierno andaluz. Pero lo cierto es que para catalanes y vascos Madrid es un exilio y no un ascenso. Esta percepción responde a una realidad estructural. En Andalucía muchas empresas y todos los partidos tienen “delegaciones”, que responden a Madrid. En Cataluña , Euskadi y en menor medida en Galicia, no.
Pues bien, sobre esas percepciones es que se construye sólidamente la catalanofobia andaluza y se esfuman los recelos hacia el ultracentralismo real capitalino. Si las reformas territoriales propias del diálogo por venir entre el Estado y el Gobierno catalán acrecientan la sensación de agravio de Andalucía, esta catalanofobia no va a dejar de crecer. Y con ella los votos de Vox. Moreno Bonilla, que jamás ha defendido a Andalucía y que ni siquiera parecía muy contento con su destino allá por el 2014 cuando Mariano Rajoy lo designó de un dedazo, ha corrido ya a tapar la vía de agua por la que prevee se pueden escapar los votos hacia la ultraderecha anunciando movilizaciones. Pero ojo, no serán solo los votos del PP los que se escapen por la fuerza centrípeta de un andalucismo del agravio con el punto de mira puesto en Cataluña.
Centros de decisión
Ante esta situación, la izquierda, hoy en el Gobierno de España, sólo tiene dos opciones. La más conocida y transitada para el PSOE es la de apaciguar los ánimos con más “ayudas” y recursos, paliando en lo inmediato las necesidades acuciantes de la golpeada realidad social andaluza. No es seguro que sea suficiente este tratamiento dirigido a la realidad material concreta de los andaluces frente a la avalancha de significantes, relatos y narrativas desplegados sobre la percepción de realidad. Y si no es seguro en lo inmediato, lo que sí es seguro es que será totalmente ineficaz en el medio plazo. Una Andalucía dependiente no podrá cumplir su papel como representante de la realidad económica, cultural y política del sur en el nuevo concierto de una España abocada al federalismo.
La segunda opción pasa por alterar las condiciones estructurales de la dependencia andaluza. Esta operación será materialmente imposible si los centros de decisión cruciales para la política y la economía andaluza (que en esto persigue de cerca a la política) no se mudan al sur y hacen valer su fuerza en los espacios de gobernanza comunes del país, empezando por el Congreso. Una operación de esta magnitud, un giro en la concepción de lo que somos como pueblo en relación con la subordinación a los espacios de decisión estatales sólo podrá lograrse aunando las voluntades de académicos, artistas, empresarios y políticos y políticas andaluzas en una operación unitaria de impulso de la autoestima andaluza.
La ira del agravio
De no hacerlo en una coyuntura política en la que catalanes, vascos, gallegos, valencianos, canarios, cántabros y hasta turolenses cuentan con representantes reales de sus intereses, el riesgo de que la extrema derecha llene de nacionalismo español rancio la horfandad de representación andaluza será una realidad en el corto plazo.
Y sí, soy consciente de que nadie regala nada y que es a los y las andaluzas a quienes nos corresponde pelear por esos espacios, por una representación propia, por subgrupos en el Congreso, por organizaciones políticas autónomas y sólidas con vocación genuinamente federal o confederal en su andalucismo. Pero es al conjunto de todos los españoles a quienes nos convendría recordar que si al otro lado estas demandas se encuentran con un muro de incomprensión será la ultraderecha la que ocupará el espacio vacío y tomará las riendas del agravio y la ira del gigante dormido.
Los afectos no se construyen exclusivamente sobre la realidad. Es la percepción de la realidad la que manda. Esa es la razón por la que la política trata de construir percepción de realidad por todos los medios posibles. Hay ejemplos extremos, como escoger nombres tales como “justicia infinita” o “libertad duradera” para emprender campañas militares. Otros ejemplos son más cotidianos, forman parte de nuestro día a día y son tan sencillos como escoger un atuendo u otro para enfrentar una reunión importante, una cita o una entrevista de trabajo.
En el ciclo de reformas territoriales que se abre en España, la percepción generalizada de los andaluces y andaluzas es rotunda: nos tocará pagar el pato de las cesiones que lleguen para catalanes y vascos.