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Andalucía en la coyuntura

Antonio Zoido

Historiador —
27 de octubre de 2023 09:57 h

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Un historiador tan notable como Pierre Vilar mantuvo la tesis de que en el mundo, de tanto en tanto, se producían coyunturas, esto es, ocasiones de cambios y, por tanto, de aperturas a coordenadas distintas. Ahora, tal vez, los españoles nos encontramos en una de ellas. Hasta el 23J se añoraba las de la Transición para, a continuación, deplorar que ahora no se diera nada de eso; el 24J, sin embargo, hizo acto de presencia la Coyuntura: los resultados electorales fueron una auténtica carambola pero como España vive en una crisis territorial a punto de gangrenarse, o sea, improrrogable, esa mezcla de Azar y Necesidad comenzó a dibujar una Ocasión.

Es más: hay cosas importantes que ya se han dibujado. Por ejemplo, la instauración del plurilingüismo en las instancias del Poder Legislativo, acabando con la imposición de que una ciudadanía con cuatro lenguas sólo pudiera expresarse ahí en una. Hay que felicitarse por eso eso pero, al mismo tiempo, pensar que el centro del tablero de ajedrez ha sido ocupado de nuevo con el concepto de una diversidad nacional fijada solo por sus lenguas, que fue por donde se marchó en la Transición hasta que, sorpresivamente, saltó el movimiento andaluz por un autogobierno al mismo nivel que Cataluña, el País Vasco y Galicia.

La exigencia de su conquista para Andalucía no provenía ya de una personalidad resumida en un idioma oprimido, sino de un devenir secular de subordinación al que (con tantos o más rasgos identitarios que otros) habría sido destinada por las fuerzas que regían los destinos del Estado.

La reivindicación de la Autonomía prendió en todos los organismos democráticos antifranquistas (la Junta Democrática principalmente) pero, del conjunto de las llamadas “regiones”, solo la andaluza otorgó al autogobierno un lugar preeminente al fundirse la vieja exigencia del acceso a la tierra por los desheredados con la aspiración de todos a gobernarse por sí mismos.

Así se llenó el territorio “neoautonómico” de esa actividad y entusiasmo que sólo se hacen presentes en la Historia cuando una colectividad toma conciencia de estar construyéndose a sí misma

Por eso, tras la muerte de Franco, la corriente antifranquista se transformó en una especie de movimiento de liberación sin precedentes porque, aunque ni de lejos contemplara el independentismo, exigía la Autonomía como parte indispensable de una Democracia Social, algo nuevo con respecto a la idea de autogobierno de las “nacionalidades históricas” de entonces.

Para todos cuantos vivimos aquellos años (de 1977 a 1981), el proceso hasta el Referéndum del “28-F (sobre todo, a partir de que el Gobierno de la UCD lo torpedeara) habría que haberlo calificado de ”Levantamiento Civil“, dado que tuvieron lugar las movilizaciones ciudadanas más importantes de la Historia reciente de España (8 manifestaciones con 2 millones de personas en el 77 y cifras similares en 1979), el triunfo arrrollador de los partidos y fuerzas pro-autonomistas en las elecciones municipales del 79, el desencadenamiento del proceso desde esos municicipios, la ruptura de la UCD andaluza, esto es, del partido gobernante en España. Los casi 3 millones de votos sobre seis y medio de habitantes (incluyendo la población no electora y los múltiples defectos del censo en territorios con un número ingente de emigrantes) en el referéndum, y, sobre todo, el altísimo porcentaje de población activa que, durante meses, vistió de verde y blanco las calles de las mil ciudades, pueblos y anexos del suelo andaluz aunque el gasto publicitario de la Junta Preautonómica (que no podía hacer campaña) se redujera al pequeño cartel de una ”blanquiverde“ desplegada en un balcón con geranios.

 Así consiguió Andalucía acceder al nivel de “nacionalidad histórica”, reflejada en la existencia de un Parlamento y unas competencias de las que, además de ella, solo gozaban Cataluña, el País Vasco y Galicia. Y, sobre todo, así se llenó el territorio “neoautonómico” de esa actividad y entusiasmo que sólo se hacen presentes en la Historia cuando una colectividad toma conciencia de estar construyéndose a sí misma.

No es verdadera la idea, establecida a posteriori, de que la vertebración y el cambio de los casi 90.000 km sureños de España se originara en Madrid. Casi todo lo que englobó esa ordenación e innovación, incluida la Exposición Universal, se gestó en la imaginación y las instituciones autóctonas y al margen de una derecha y una izquierda capitalinas, que no comprendían nada de lo que pasaba y seguían pensando que Andalucía era aquella a la que, en el siglo XVI, los embajadores venecianos llamaban “granero, bodega y establo” de España, traducida ahora a riqueza y clientela electoral.

Es incomprensible que haya quienes, habiendo estado al frente de los más altos organismos del autogobierno, no se acuerden del papel trascendental que cumplieron entonces

Sin embargo, desgraciadamente, por ahí fue derivando todo para que ahora, en la coyuntura de una posible “Segunda Transición” con el Federalismo como meta, no se diga sobre el papel de Andalucía en ello. Es natural que andaluces como Felipe González o Alfonso Guerra, que nunca comprendieron y casi nunca apoyaron de verdad la autonomía (gracias a ellos siguen existiendo las Diputaciones Provinciales), no lo hagan y dediquen sus mandobles a Pedro Sánchez con un ardor europeísta digno de líderes polacos y húngaros, o que los despojos de la cúpula del andalucismo anden tan perdidos como el barco del arroz.

Pero es incomprensible que haya quienes, habiendo estado al frente de los más altos organismos del autogobierno, no se acuerden del papel trascendental que cumplieron entonces ni de que, en la campaña del segundo Estatuto de Autonomía, defendieran aprobar (tal como sucedió) que en su art. 1 dijera: “Andalucía, como nacionalidad histórica y en el ejercicio del derecho de autogobierno que reconoce la Constitución”, se constituye en Comunidad Autónoma... en el marco de la nación española“.

Han olvidado su papel trascendental en el pasado y no son conscientes del que habrían de desempeñar para abrir el futuro. A los demás también se nos ha olvidado exigírselo. Y así nos va.

 Pero recordemos que ya en los tiempos de Roma, a la diosa de Oportunidad la pintaban calva para simbolizar que era imposible agarrarla por los pelos si se la dejaba pasar.

                 

Un historiador tan notable como Pierre Vilar mantuvo la tesis de que en el mundo, de tanto en tanto, se producían coyunturas, esto es, ocasiones de cambios y, por tanto, de aperturas a coordenadas distintas. Ahora, tal vez, los españoles nos encontramos en una de ellas. Hasta el 23J se añoraba las de la Transición para, a continuación, deplorar que ahora no se diera nada de eso; el 24J, sin embargo, hizo acto de presencia la Coyuntura: los resultados electorales fueron una auténtica carambola pero como España vive en una crisis territorial a punto de gangrenarse, o sea, improrrogable, esa mezcla de Azar y Necesidad comenzó a dibujar una Ocasión.

Es más: hay cosas importantes que ya se han dibujado. Por ejemplo, la instauración del plurilingüismo en las instancias del Poder Legislativo, acabando con la imposición de que una ciudadanía con cuatro lenguas sólo pudiera expresarse ahí en una. Hay que felicitarse por eso eso pero, al mismo tiempo, pensar que el centro del tablero de ajedrez ha sido ocupado de nuevo con el concepto de una diversidad nacional fijada solo por sus lenguas, que fue por donde se marchó en la Transición hasta que, sorpresivamente, saltó el movimiento andaluz por un autogobierno al mismo nivel que Cataluña, el País Vasco y Galicia.