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Con Andalucía, las cuentas claras
A medida que se suceden los recortes en corto, se siente crecer cada día en la calle el hartazgo de la población con la crisis catalana. De un lado Puigdemont, que no sabe, en realidad, cuántos catalanes apoyarían una DUI -porque sabe que aquel referendum no fue tal-, pero sí que sabe con son menos de los que apoyarán el autogobierno, y por eso en los últimos días ha dado esquinazo al horizonte de la DUI abriendo la puerta a la resignificación del conflicto. Del otro, Rajoy, el judicializado Presidente del Partido Popular, que ya no habla de DUI sino de los plenos del 6 y 7 del Parlament para justificar la vuelta de tuerca que le piden desde Ciudadanos.
El uno se salta su propio Estatuto en Cataluña y el otro, con nula cintura política, se agarra al 155. Ambos actores están lejos de remedar remotamente el espíritu del pacto social del 78, la astucia de aquellos Tarradellas y Suárez o el ejemplo de la Andalucía del 4D y el 28F.
Aquella Andalucía supo mirar de cara la realidad y la abordó sin tapujos. El pragmatismo de entonces significa hoy asumir que España es un país de países, y que le pese a quien le pese, la fuerza emocional de los símbolos propios de las comunidades autónomas, sus banderas, sus himnos, sus autogobiernos, la lógica de sus redes asociativas, empresariales y sociales, etc., nos configuran como un conjunto resultante de la suma virtuosa de sus partes.
Quienes queremos que Cataluña siga siendo España, también sabemos que en los tiempos modernos esto no será posible por la fuerza, y que nos queda una tarea hercúlea para que la ciudadanía catalana recupere la confianza en las instituciones.
Andalucía no sabe ausentarse ni conformarse
Entre las comunidades políticas que más han avanzado en la construcción de su identidad como pueblo están sin duda las comunidades históricas, empezando por Andalucía. Los andaluces sabemos que no se puede suspender lo que somos y que en el caso de estas comunidades, los españoles que ahí residimos somos también e indisolublemente andaluces, vascos, gallegos...
En Andalucía conocemos bien el potencial y la fuerza inspiradora de los proyectos comunes, como el que vive hoy una parte de Cataluña. Lo conocemos entre otras razones porque tenemos un hito reciente demostrativo de la capacidad transformadora de la comunión de voluntades. Aquel no tan lejano 4 de diciembre de 1977 los andaluces aunaron voluntades y se plantaron ante un contrato social que pretendía discriminarlos frente a -entre otros- Cataluña.
Los andaluces entonces no impusieron, convencieron, y para hacerlo no tomaron ningún atajo, lo lograron a golpe de voluntad popular y con una expresión pública e institucional de ámbito absolutamente transversal -recuérdese la Asamblea de Parlamentarios Andaluces ahora hace 40 años, un 12 de octubre, la huelga de hambre del presidente andaluz del PSOE, Rafael Escuredo o la dimisión del ucedista Manuel Clavero Arévalo-. En Madrid entonces sí entendieron que intentar “vencernos” era mucho peor que dejarse “convencer” por la fuerza de nuestros argumentos.
Por eso, aunque algunos estemos convencidos de que la fórmula integradora sería un nuevo modelo de Estado Plurinacional, con una Cámara Alta de corte Federal y con subgrupos territoriales propios en el Congreso, como el que he demandado en varias ocasiones para Andalucía, soy consciente de que la apuesta no puede ser sino dibujar todos los escenarios de futuro posibles -sin descartar ninguno-, echar cuentas, y con ellas en la mano arriesgarnos a convencer y dejarnos convencer de cuál es el mejor de los contratos sociales y políticos para las próximas cuatro décadas.
Exigiremos estar
Y en este contexto, como andaluz lo tengo claro, no estará este pueblo tampoco entre los que obligan a nadie a seguir un camino común compartido en el que no cree. Somos amantes de la libertad, estamos entre los que luchamos porque cada cual pueda elegir su propio destino.
Eso sí, con Andalucía, las cuentas claras. Los andaluces y andaluzas no sólo exigiremos estar sí o sí en todas y cada una de las discusiones sobre el nuevo modelo territorial, le pese a quien le pese y se invoquen los intereses particulares o partidistas de quien se invoquen. Exigiremos también un balance fiel de una historia que está en deuda [1] con Andalucía. Recordaremos que existe un enorme pasivo en favor del pueblo andaluz y que durante los dos últimos siglos un acuerdo de las élites españolas -incluidas las andaluzas y catalanas-, a espaldas de sus pueblos, decidieron desmantelar nuestra industria y apostar por un retardatario protectorado del latifundismo terrateniente andaluz -en gran parte de propiedad capitalina- a cambio de la concentración de capital y la industrialización del norte de España, y en particular de Cataluña.
Sirva de aviso a navegantes. El pueblo andaluz no dará un sólo paso atrás en la historia.
[1] Para quien quiera más datos, nos recuerda Isidoro Moreno que puede acudirse a las informaciones y estadísticas contenidas en la enciclopédica obra de Pascual Madoz para comprobar que varias provincias andaluzas se encontraban a mediados del XIX dentro de las primeras de España en varias de las más importantes producciones industriales. Málaga era primera en producción de jabón y aguardientes, segunda en productos químicos y tercera en fundiciones y construcción de maquinaria. Sevilla ocupaba el primer lugar en vidrio, loza, yeso, y cal y el cuarto en hierro, acero y maquinaria. Y Cádiz era quinta en el sector químico y séptima en hierro y acero. Pocos conocen que los primeros altos hornos de España fueron los de Marbella.
A medida que se suceden los recortes en corto, se siente crecer cada día en la calle el hartazgo de la población con la crisis catalana. De un lado Puigdemont, que no sabe, en realidad, cuántos catalanes apoyarían una DUI -porque sabe que aquel referendum no fue tal-, pero sí que sabe con son menos de los que apoyarán el autogobierno, y por eso en los últimos días ha dado esquinazo al horizonte de la DUI abriendo la puerta a la resignificación del conflicto. Del otro, Rajoy, el judicializado Presidente del Partido Popular, que ya no habla de DUI sino de los plenos del 6 y 7 del Parlament para justificar la vuelta de tuerca que le piden desde Ciudadanos.
El uno se salta su propio Estatuto en Cataluña y el otro, con nula cintura política, se agarra al 155. Ambos actores están lejos de remedar remotamente el espíritu del pacto social del 78, la astucia de aquellos Tarradellas y Suárez o el ejemplo de la Andalucía del 4D y el 28F.