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Blas Infante: a la política por la ética
El 5 de julio es una fecha tan feliz como el 11 de agosto es una fecha dramática y teñida de vergüenza. Un 5 de julio de 1885 nacía en Casares Blas Infante, un hombre infatigable, soñador, justo y profundamente bueno. Y 51 años después este notario de Coria, malagueño, estudiante de Granada y huésped de más de once pueblos de esa Andalucía a la que quiso libre, sus hombres y mujeres libres, fue asesinado en una cuneta junto con otros republicanos que habían creído en un país de progreso y de igualdad. Pero cuando los asesinos acabaron con el hombre ignoraban que no matarían, ni por asomo, sus ideas. Muy pocos días antes del golpe del 18 de julio, la Asamblea andalucista de Sevilla nombró a Blas infante presidente de honor de la futura Junta de Andalucía, concluidos los trabajos del Estatuto y listo para ser enviado a Cortes y ser aprobado. Un honor que la democracia le devolvió cuando el Pleno del Parlamento andaluz lo eligió, ahora ya con la legitimidad de la soberanía popular, Padre de la Patria andaluza y más tarde le dieron definitivamente el título que merecía por méritos propios.
Aparte de referencia obligada, como creador de los símbolos (el himno, la bandera, el escudo) de la identidad política y emocional de Andalucía, más de 130 años después, la arquitectura ideológica de Blas Infante, lejos de pertenecer a un anacronismo amable, está rabiosamente viva.
Hay una dimensión humana sin ninguna duda: podemos conocer a Blas Infante, su sueño de libertad e igualdad y su empeño de devolverle el orgullo y la autoestima a una tierra rica plagada de pobres, a una tierra sabia llena de analfabetos, a una tierra alegre víctima de tragedias nada inocentes ni desinteresadas. Pero lo entenderemos aún más si vemos su casa, Villa Alegría, precisamente, entre Coria y Puebla del Río, arriba de una loma rodeada de árboles y arbustos autóctonos, en forma de castillo y hogar-lugar, arcadia y refugio. Una casa en la que se vive Al Ándalus en sus artesonados esculpidos con mimo por maestros venidos de Marruecos, se vive la Andalucía interior y mágica, con la leyenda de la peña de Antequera, los umbrosos pinares de Punta Umbría. Y libros, reliquias, restos arqueológicos, discos de flamenco o una radio de galena. Una casa que es romance en los azulejos salpicados por varias estancias con la historia de 'El Quijote' que Infante contaba a sus hijos como si fuera un juego. Infante modernista, moderno, antropólogo vocacional, folclorista amateur, curioso, filántropo, viajero.
Y hay un Infante político, comprometido, republicano, “el revolucionario moderado” que tan justamente ha definido el profesor Francisco Garrido en la reedición de El Ideal, su obra referencial, publicada en su centenario por el Centro de Estudios Andaluces y la Fundación Blas Infante. Con esta edición crítica se pretende trasladar al momento presente el sentido y el contexto de la posición ideológica y política de Blas Infante . Más allá de la filosofía y la moral, que las hay y en sentido profundo, la visión de Andalucía de Infante trasciende el regionalismo de la época y bebe de las fuentes federalistas de Pi y Margall e inevitablemente de la tradición anarquista en la que crecieron las izquierdas y los republicanos andaluces, incluidos el comunista José Díaz, y muy especialmente el movimiento campesino. Los jornaleros y la abusiva propiedad de unas tierras feraces y feroces para quienes las habitaban sin título de propiedad y sin derechos fue una de la obsesiones de este pensador y activista que participo en policía y lo hizo, en contra de versiones hoy revisadas, incluso en el año 33, participando en mítines con los republicanos, escaldado de su experiencia de 1931, pero nunca rendido.
La Andalucía de Blas Infante, más allá de las columnas gaditanas del Hércules del escudo que hemos hecho nuestro, se ancla en valores que hoy reconocemos y sentimos vivos y hasta acuciantes: la libertad, la igualdad , la cultura, la paz, la educación. Andalucía por sí, por España ( hubo una primera versión en la que se decía Iberia) y la Humanidad en una trinidad clara, precisa, inequívoca. Una síntesis ideológica y ética que este andaluz, arquitecto de nuestra identidad simbólica, fue capaz de crear sin gurús de la imagen ni expertos en reputación on line.
Sólo con la fe y la firmeza de sus ideas. Ningún andaluz consciente de su realidad y de su historia debería privarse de conocerlo mejor, ítem más sus representantes que tienen en él algo más que un busto, que un título, sino todo un ejemplo. Leerlo y visitar su casa puede ser un buen principio.
El 5 de julio es una fecha tan feliz como el 11 de agosto es una fecha dramática y teñida de vergüenza. Un 5 de julio de 1885 nacía en Casares Blas Infante, un hombre infatigable, soñador, justo y profundamente bueno. Y 51 años después este notario de Coria, malagueño, estudiante de Granada y huésped de más de once pueblos de esa Andalucía a la que quiso libre, sus hombres y mujeres libres, fue asesinado en una cuneta junto con otros republicanos que habían creído en un país de progreso y de igualdad. Pero cuando los asesinos acabaron con el hombre ignoraban que no matarían, ni por asomo, sus ideas. Muy pocos días antes del golpe del 18 de julio, la Asamblea andalucista de Sevilla nombró a Blas infante presidente de honor de la futura Junta de Andalucía, concluidos los trabajos del Estatuto y listo para ser enviado a Cortes y ser aprobado. Un honor que la democracia le devolvió cuando el Pleno del Parlamento andaluz lo eligió, ahora ya con la legitimidad de la soberanía popular, Padre de la Patria andaluza y más tarde le dieron definitivamente el título que merecía por méritos propios.
Aparte de referencia obligada, como creador de los símbolos (el himno, la bandera, el escudo) de la identidad política y emocional de Andalucía, más de 130 años después, la arquitectura ideológica de Blas Infante, lejos de pertenecer a un anacronismo amable, está rabiosamente viva.