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Caramelos de café
Ha sido inútil: no hemos conseguido encontrar ni un solo bolsillo de sus muchos abrigos, chaquetas, pantalones o bolsos sin un caramelo de café que adoraba y que ofrecía a quien tuviera por delante. Blanca Candón, alcaldesa de Cortelazor (Huelva) y concejala durante 17 años, maestra, andalucista, nunca dejó de ofrecer, de ofrecerse.
Blanca era hija del médico del pueblo en que nació y al que dedicó los últimos treinta años de su vida. Un galeno gaditano que estrenó plaza y estado civil casi al mismo tiempo; se ve que la madre de mi madre era tan engatusadora como ella misma. De la Sierra procede toda su familia, propietarios rurales que desde hace generaciones se empeñaron en dar estudios a los hijos: su tío, el primer director de la Escuela de Ingenieros Forestales de Madrid; su primo, catedrático de literatura exiliado en Costa Rica... la gran parte dedicada a las letras, la medicina y la enseñanza. Ese médico muy conservador no era un fanático y tal como ella contaba en el libro de Jorge Martínez Reverte y Socorro Thomas Hijos de la guerra, en su pueblo no hubo represalias aunque recordara con dolor a algunas mujeres rapadas al cero, “pero eso lo hacían los de fuera”. Huérfana temprana, su madre se lleva a las dos hijas a Sevilla, a la calle Mateos Gago, a escasos metros de donde otra viuda serrana, mujer del secretario de Aracena, vivía con sus cuatro vástagos. Uno de ellos, Tomás, deslumbrado por esta mujer que lo convirtió en marido, padre y, fundamentalmente, en su adorador eterno. No fue marino porque ella no quería casarse con una sombra.
Maestra, educada en alemán, lectora pertinaz y especialmente de poesía, a días de su muerte y quejándose por la pérdida de facultades era capaz de recitar de memoria una gran parte de la poesía hispana (ese libro que ha marcado tantas infancias como la de Luis García Montero sin ir máslejos, Las mil mejores poesías de la lengua castellana) a poco que le dijeras el primer verso: “En Jaén donde resido vive Don Lope de Sosa…” y de carrerilla se lanzaba desde la primera a la última estrofa, mordiéndose la lengua con enojo si olvidaba una palabra.
Residente en Madrid desde 1954, en su casa Andalucía entraba por la boca, se hablaba en andaluz y se comía en andaluz- Para todo lo demás, manga ancha, esa que la hizo una mujer abierta sin remilgos, ni prejuicios ni ataduras. Solamente quien tiene fuertes convicciones, religiosas o morales o ambas no se siente amenazado por las contrarias. Te cabe todo mamá, le decíamos, y es que nunca una idea le hizo olvidar que detrás habitaba una persona, un ser humano.
A finales de los ochenta, esa capitalina de adopción se enroló con su marido en la que sería su gran aventura, volver a la sierra, vivir una jubilación afanada entre el campo y los viajes, construir una casa absurda y grande para darse a los placeres, incluido el horno de leña o la lectura. Un infarto la deja viuda y desorientada pero por poco tiempo. El Partido Andalucista le propone encabezar la lista al Ayuntamiento y para pasmo de los próximos, que la imaginábamos de joven pero laboriosa abuela, acepta, saca el carnet de conducir y se compra un coche que la llevaría mil y una vez a esa Diputación de Huelva donde tantos amigos hizo. Fue la primera alcaldesa del PA y también la primera de la sierra e incluso la primera que casó a un familiar cercano, su hija, cuando las corporaciones pudieron ejercer de casamenteros.
Pero sobre todo fue una gota malaya en las sienes de todo aquel que podía hacer algo por su pueblo. La fortuna hizo que al restaurar el retablo de la iglesia descubrieran pinturas del siglo XV, un punto más para un pueblo donde hay tradiciones añejas y mestizas: una plaza con un olmo de mil años en medio, el rito de la fiesta del álamo, una respetable cantidad de artistas y poetas. Tal vez por eso su anual certamen de pintura que ella y el crítico Pérez Guerra promovieron es poderoso, tal vez por eso no hay crisis que lo haya condenado.
No había diferencia entre la madre y la mujer, tan tolerante con sus hijos como con sus vecinos, tan generosa, tan compasiva. Tal vez esa palabra, compasión, defina su manera de estar y la herencia que deja. Compasión, curiosidad y afecto: ladrona de corazones, el de Jorge Martínez Reverte y Mercedes Fonseca, Inés Alba, Carlos Funcia, Paco Correal, Paco Rosell, Marta Carrasco, María Esperanza Sánchez, Paco Gómez, una lista tan interminable como todos los que llamaban a su puerta. Rosamar Prieto y Juan José Díaz Trillo fueron su ojito derecho. A Carmen Calvo le agradeció toda la vida que hiciera grande un pueblo pequeño porque la cultura sirve exactamente para dar el tamaño exacto de las cosas. Por Antonio Maíllo, profesor en Aracena, siempre tuvo debilidad.
Ha muerto a punto de los noventa, como Hija Predilecta de Cortelazor y bisabuela de una hamburguesa feliz a la que fue a ver hace apenas dos meses. Porque irse (eufemismo habitual)…Blanca Candón no se ha ido.
Y ha dejado un reguero de caramelos de café que obsequiaba y que gozaba con glotonería contenida. Café para todos, caramelos como puentes, puertas, palabras. La pipa de la paz de una mujer para la que la patria (acababa de empezar la novela de Aramburu) era siempre el prójimo.
Ha sido inútil: no hemos conseguido encontrar ni un solo bolsillo de sus muchos abrigos, chaquetas, pantalones o bolsos sin un caramelo de café que adoraba y que ofrecía a quien tuviera por delante. Blanca Candón, alcaldesa de Cortelazor (Huelva) y concejala durante 17 años, maestra, andalucista, nunca dejó de ofrecer, de ofrecerse.
Blanca era hija del médico del pueblo en que nació y al que dedicó los últimos treinta años de su vida. Un galeno gaditano que estrenó plaza y estado civil casi al mismo tiempo; se ve que la madre de mi madre era tan engatusadora como ella misma. De la Sierra procede toda su familia, propietarios rurales que desde hace generaciones se empeñaron en dar estudios a los hijos: su tío, el primer director de la Escuela de Ingenieros Forestales de Madrid; su primo, catedrático de literatura exiliado en Costa Rica... la gran parte dedicada a las letras, la medicina y la enseñanza. Ese médico muy conservador no era un fanático y tal como ella contaba en el libro de Jorge Martínez Reverte y Socorro Thomas Hijos de la guerra, en su pueblo no hubo represalias aunque recordara con dolor a algunas mujeres rapadas al cero, “pero eso lo hacían los de fuera”. Huérfana temprana, su madre se lleva a las dos hijas a Sevilla, a la calle Mateos Gago, a escasos metros de donde otra viuda serrana, mujer del secretario de Aracena, vivía con sus cuatro vástagos. Uno de ellos, Tomás, deslumbrado por esta mujer que lo convirtió en marido, padre y, fundamentalmente, en su adorador eterno. No fue marino porque ella no quería casarse con una sombra.