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Pepe Cervera y la Torre de los Perdigones

  • Cuando hacíamos Órbita Laika yo esperaba entre bambalinas a que él saliera del plató para entrar yo. Siempre hacía lo mismo. Se quitaba el pinganillo para dárselo al técnico de sonido y me daba un beso suave en la mejilla: “A por ello, pelirroja”

“¿Qué pensarían si les contara que descubrí por qué la Torre de Los Perdigones de Sevilla se llama así hace solo dos años?”

Los que lo conocieron habrán identificado que una pregunta similar a la anterior era el comienzo de alguna historia sorprendente (y posiblemente inquietante) que Pepe Cervera iba a empezar a regalarte, con una deliciosa orfebrería de lenguaje, pausas y miradas pícaras. Lamento mucho decirles que no se me pegó nada de eso, nunca he sabido ni sabré contar historias como las contaba Pepe. Ni yo ni nadie. 

Pero déjenme que les cuente que efectivamente fue así. Era julio de 2016, íbamos en mi coche camino de la estación de Santa Justa cuando Pepe miró por la ventanilla y exclamó: “cierto, en Sevilla tenéis una torre de perdigones en medio de la ciudad”. “Claro” -respondí yo- “es la Torre de los Perdigones, ¿qué te llama tanto la atención?”

Fue entonces cuando me contó por qué se llamaba así y me explicó cómo se hacían los perdigones. Los de plomo, claro. Resulta que, antiguamente, los perdigones, bolas de plomo que se usan como munición de una escopeta, se hacían o bien con moldes o bien vertiendo gotas de plomo derretido en agua. Lo de los moldes era lento y caro, lo del barril daba unos perdigones un poco chuchurríos y muy lejos de ser esféricos. Hete ahí que un señor de Bristol, William Watts (esto he tenido que buscarlo porque no recordaba ni el nombre de este plomero ni el de su ciudad, Pepe sí lo sabía) patentó en 1782 (otro dato que no recordaba y que he mirado) un nuevo método para la fabricación de estas balitas más barato y rápido que el de los moldes y que producía perdigones más esféricos que los obtenido a partir de gotas de plomo fundido en agua: las torres de perdigones. La idea feliz y brillante de Watts consistía en dejar caer plomo fundido desde una altura aproximada de 45 metros, hacerlo pasar por unas cribas o coladores (de distintos calibres) durante la caída y, gracias a la tensión superficial, las gotas de plomo adoptaban la forma esférica perfecta. Al final del camino, les esperaba una piscina de agua fría para que solidificara el metal, consiguiendo unas municiones perfectas, sin deformaciones, ni arañazos.

Siento mucho no haber grabado a Pepe contando esta historia y siento mucho más no tener la capacidad que él tenía para embobarles y dejarles con la mandíbula desencajada mientras descubren (si no la conocían) esta historia.

Pepe se nos fue el sábado. Se nos fue yendo poco a poco desde enero. Al principio despacio, al final casi sin darnos cuenta. Se fue Pepe y se fue como lo que era, como un caballero, sabio, discreto y elegante. Como nos dijo su amada Pilar el sábado en el tanatorio, se ha ido en fin de semana para no molestar demasiado a los amigos.

Ese era Pepe, el tío elegante, el de los ojos sinceros, nuestro mejor contador de historias. Nuestro amigo. No voy a relatar la carrera (impresionante y multidisciplinar)  de Pepe porque ya lo han hecho y mejor que yo en otros obituarios. Él era todo eso que cuentan de él y mucho más. Pepe era una buena persona. Solo eso. Simplemente eso. Y no nos quedan tantas así. Coño, si es que hasta cuando se enervaba leyendo las noticias insultaba de forma elegante. Confieso que no entendía todas las palabras y giros que usaba; algunas referencias eran demasiado cultas para mi pobre intelecto.

Aquel mismo sábado, cuando me contó lo de la Torre de los Perdigones, habíamos estado en el 'Sol y Sombra' de la calle Castilla. Hacía mucha calor y nos dijo que no tenía hambre, que solo tomaría una caña. “Pero, Pepe -le dije yo- y un poquito de jamón, que el jamón es como el saber, que no ocupa lugar”. Ahora me doy cuenta de que estaba equivocada porque una parte importante del saber era él, era mi Pepe, y el lugar que ha dejado no lo puede ocupar nadie. 

  Cuando hacíamos Órbita Laika yo esperaba entre bambalinas a que él saliera del plató para entrar yo. Siempre hacía lo mismo. Se quitaba el pinganillo para dárselo al técnico de sonido y me daba un beso suave en la mejilla: “A por ello, pelirroja”. Pepe sabía de mi inseguridad patológica y sabía que ese gesto era fundamental para bajar un poco mis pulsaciones antes de salir. Si cierro los ojos puedo imaginar el calorcito de aquellos besitos... Y lo hago. Lo  hago desde el sábado cada vez que se me empañan los ojos con el recuerdo de su pérdida y pienso que el mundo es una puta mierda, injusto y cruel. Y me digo “A por ello, pelirroja”. Por Pepe, por Pilar, por mí, y por tratar (aunque no sé si sirve de mucho) de que este mundo no se venga abajo cada vez que perdemos a alguien como él. No te vayas muy lejos, Pepe, no nos dejes tan solos.

  • Cuando hacíamos Órbita Laika yo esperaba entre bambalinas a que él saliera del plató para entrar yo. Siempre hacía lo mismo. Se quitaba el pinganillo para dárselo al técnico de sonido y me daba un beso suave en la mejilla: “A por ello, pelirroja”

“¿Qué pensarían si les contara que descubrí por qué la Torre de Los Perdigones de Sevilla se llama así hace solo dos años?”