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Cómo cuidar la piel después de los 50

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Las mujeres de más de 50 nos hemos convertido en un target publicitario y nos bombardean constantemente. Pero no nos ofrecen libros o viajes, sino cremas para mantenernos sin arrugas, peinados que nos harán más jóvenes, ejercicios para lograr un vientre plano y productos milagrosos que adelgazan.  

Y yo, en vez de salir corriendo a hacer todo eso, escribo estas líneas mientras me como un bocadillo. Habrá quien piense que eso no tiene nada de raro. Pero para muchas mujeres, comer lo que les apetece, comer un bocadillo, se convierte casi en un acto de rebeldía. Porque muchas mujeres de mi generación, esas que como yo, estrenamos 50, hemos vivido siempre a dieta. Eliminamos los fritos porque engordan, los dulces, y todo lo que es muy calórico. Y lo hacemos convencidas de que así estamos más sanas.

Lo que pasa es que no lo hacemos por salud. Lo hacemos por estética, por mantenernos delgadas. Por esa dictadura impuesta por ellos. Pero, y esto no lo vi venir, pasan los años y además de delgadas tenemos que mantenernos jóvenes. Como si fuera tan fácil. Qué tarea tan ingente. Ahora, además de cuidar a las niñas, el trabajo, el partido, las compras y la casa, tengo que mantenerme delgada (eso ya lo tenía asumido) y encima, joven.

Ya no me tomo las cosas a la tremenda. No sufro por lo que otros piensan o dicen de mí. He aprendido a reconocer un señoro en cuanto lo veo y ya no hago como que lo escucho

Y lo curioso es que yo ya me siento joven. Más joven que nunca. Tengo más energía de la que recuerdo haber tenido en los últimos 20 años, aderezada con la sabiduría que te dan los años. Ya no me tomo las cosas a la tremenda. No sufro por lo que otros piensan o dicen de mí. He aprendido a reconocer un señoro en cuanto lo veo y ya no hago como que lo escucho.

Y algo fundamental. Después de muchos años me he reconciliado con mi cuerpo. Ya no me molesta mi pelo encrespado, ni rizado ni liso, que tanto odiaba de adolescente. No escondo mis caderas bajo ropa ancha. No me preocupa mi 1.60 de estatura. Me arreglo por las mañanas y me siento espléndida. Es verdad que luego en las fotos aparecen arrugas que no veo habitualmente, pero se me olvida enseguida. O mejor, no me importa.

Salgo todo lo que puedo con los amigos y no me privo de nada. Ni siquiera en casa, donde he vuelto a comer de todo de manera habitual, para que mi hija mayor no se haga una idea errónea de lo que es bueno o no comer. Y me va de maravilla.  

Qué felicidad comerte unos spaguetti alle vongole un día cualquiera, en tu casa. Y una onza de chocolate con el café. Y a ver quien puede contigo después.

Y es verdad que no tengo la báscula tan a raya, pero qué le den. Qué felicidad comerte unos spaguetti alle vongole un día cualquiera, en tu casa. Y una onza de chocolate con el café. Y a ver quien puede contigo después. 

Y bueno, es verdad que en esta sociedad heteropatriarcal te escuchan menos cuando pasas una edad. A veces incluso ni te ven. Pero como los años te hacen más sabia, tú sí los ves a ellos. Y da gusto reconocer a un imbécil en cuanto lo tienes delante. Y es verdad que hay muchos. Pero también lo es que da gusto rodearte de personas que no lo son.

Y asumo como me ve parte de la sociedad. Las mujeres a cierta edad inspiramos condescendencia más que admiración, por más cosas que hayamos conseguido. Sólo por el paso del tiempo. Sólo por la edad.

Pero no se engañen. Si no asiento a tu conversación interminable en la que me cuentas todo lo que no sé, es porque soy educada, y no te digo que eres un señoro engreído. Si no miro embobada al más guapo de la habitación, es porque además de educada, soy respetuosa y doy a la imagen el valor justo. Y, lo más importante, con el tiempo, me he vuelto infalible reconociendo la estupidez.

Las mujeres de más de 50 nos hemos convertido en un target publicitario y nos bombardean constantemente. Pero no nos ofrecen libros o viajes, sino cremas para mantenernos sin arrugas, peinados que nos harán más jóvenes, ejercicios para lograr un vientre plano y productos milagrosos que adelgazan.  

Y yo, en vez de salir corriendo a hacer todo eso, escribo estas líneas mientras me como un bocadillo. Habrá quien piense que eso no tiene nada de raro. Pero para muchas mujeres, comer lo que les apetece, comer un bocadillo, se convierte casi en un acto de rebeldía. Porque muchas mujeres de mi generación, esas que como yo, estrenamos 50, hemos vivido siempre a dieta. Eliminamos los fritos porque engordan, los dulces, y todo lo que es muy calórico. Y lo hacemos convencidas de que así estamos más sanas.