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Una deuda con las mujeres
Ser mujer no se elige, pero serlo te obliga a ser fuerte. Fuerte para soportar continuos desprecios y humillaciones a los que cada día hacemos frente en forma de “micromachismos”. Fuerte para asimilar que siempre se nos exige más, porque las varas de medir que se nos aplican nunca son las mismas.
Fuerte para soportar ser observadas permanentemente y que se someta a juicio público cada una de nuestras decisiones. Fuerte para poder escapar de los roles que la sociedad nos tiene asignados de forma premeditada y decidir con libertad sobre nuestra propia vida. Fuerte, en definitiva, para sobrevivir en un mundo que nos niega ser iguales.
Ser mujer no se elige, pero serlo te condena a la más absoluta irrelevancia histórica. Nada importa que hayan sido mujeres las que han protagonizado cruciales aportaciones al mundo de la política, la ciencia, la economía, la cultura o el deporte a lo largo de la historia, porque sus nombres jamás serán recordados ni aparecerán en los libros de texto. Para ellas, la invisibilidad y el anonimato; para ellos, el reconocimiento y el prestigio.
Ser mujer no se elige, pero serlo te conduce con alta probabilidad a engrosar las listas del paro, o a sufrir una mayor precariedad laboral a pesar de estar mejor formadas y preparadas, porque el actual mercado de trabajo en nuestro país es especialista en excluir a las mujeres.
Actualmente, las trabajadoras cobran de media 6.000 euros menos al año que sus compañeros por hacer el mismo trabajo,padeciendo una creciente brecha salarial que supera el 23% en nuestro país. Nuestro esfuerzo y sacrificio sigue valiendo menos en una economía masculinizada que continúa cerrando las puertas a la capacidad de las mujeres. Por eso es necesaria una Ley de Igualdad Salarial que garantice que nuestro trabajo no es menospreciado ni minusvalorado, sino que es igualmente retribuido.
Hace tan sólo unos días, un eurodiputado polaco protagonizaba una de las más vergonzantes y repugnantes intervenciones que se recuerdan en el Parlamento Europeo, justificando la brecha salarial porque, según él, las mujeres somos “menos inteligentes”. Provoca rubor que haya representantes públicos que se expresen en estos términos sin que haya consecuencias. Estas deplorables afirmaciones deberían hacernos reflexionar sobre la conveniencia de forjar una alianza que excluya las actitudes y comentarios machistas de las Administraciones Públicas, que deben ser las principales garantes de la igualdad de género.
Ser mujer no se elige, pero serlo te fuerza a decidir entre el desarrollo de una carrera profesional o formar una familia porque compatibilizar ambas cosas es una misión cuasi imposible. Es de sobra conocida la práctica ausencia de mujeres en consejos de administración de las grandes empresas y el casi nulo ejercicio de corresponsabilidad en nuestra vida cotidiana. No es ninguna casualidad que el 72.5% de las personas ocupadas a tiempo parcial en España sean mujeres y que el 96% de trabajadores que deciden reducir su jornada laboral para dedicarse al cuidado de sus hijos sean féminas. Y es que el verbo corresponsabilizar sigue sin conjugarse en plural en la inmensa mayoría de las familias españolas.
Equiparar los permisos por maternidad y paternidad y que sean irrenunciables e intransferibles es un paso de gigante para que madres y padres se corresponsabilicen de la crianza de los hijos desde su nacimiento. Las malas noches, la falta de descanso o los cambios de pañales no son patrimonio exclusivo de las madres.
Ser mujer no se elige, pero serlo te garantiza una vejez pobre porque las pensiones de las mujeres son un 37% de media más bajas como consecuencia de la discriminación salarial sufrida durante toda la vida laboral. El rostro de la pobreza es, sin duda, un rostro de mujer.
Ser mujer no se elige, pero serlo a veces te cuesta la vida. 886 mujeres han sido asesinadas desde el año 2003 hasta nuestros días, más víctimas por la violencia machista que por cualquier tipo de terrorismo. Mujeres que han sido asesinadas por el simple hecho de ser mujeres por verdugos a los que algún día amaron. Machistas asesinos que les quitaron la vida a quienes consideraban de su propiedad como si de un objeto se tratara.
La violencia de género es la expresión más radical del machismo, por eso su único antídoto es la igualdad. Igualdad para erradicar, igualdad para prevenir.
Ninguna sociedad soporta tanto dolor y sufrimiento al ser testigo de tantas familias destrozadas, donde las víctimas no son sólo mujeres, sino también sus hijos. 40 menores quedan huérfanos cada año en nuestro país porque a sus madres les arrebataron la vida asesinos sin piedad en el falso nombre del amor. 40 menores cada año a los que se les rompe la vida y el corazón y a los que debemos proteger desde las administraciones públicas para que su existencia no sume más sufrimiento. Esta misma semana, un tío que está actualmente ejerciendo de padre de su sobrina huérfana porque su madre fue asesinada por su padre cuando ella tenía dos años comparecía en el Congreso para explicar su historia y darnos una lección de realidad. Los menores son las víctimas olvidadas de la violencia de género y es nuestra obligación protegerlos. Porque un maltratador jamás será un buen padre.
No hay nada más urgente para este país que impulsar un Pacto de Estado contra la violencia de género, un acuerdo que aúne voluntades de los poderes públicos, los partidos políticos y la sociedad civil en su conjunto para atajar este feminicidio.
Por desgracia, la igualdad de género es una lejana utopía que debería quitarnos el sueño porque más de la mitad de la población española sigue estando discriminada. Aspirar a ser iguales y disponer de los mismos derechos y oportunidades es una justa reivindicación que debe sumar la complicidad de todos y todas. Una sociedad igualitaria lleva implícita una sociedad mejor. No se trata de una guerra de sexos, sino más bien de una alianza de mujeres yhombres.
A pesar de la cruda realidad y de los desalentadores datos, hay esperanza. La esperanza de saber el camino recorrido para llegar hasta aquí de muchas mujeres, la mayoría anónimas, que con su lucha nos abrieron un abanico de posibilidades. La esperanza de confiar en que defendemos una causa noble y justa. La esperanza de que no estamos solas, sino que cada vez somos más guerreras en la batalla de la igualdad y que tenemos a nuestro lado a muchos gladiadores dispuestos a luchar con nosotras.
Ser mujer no se elige, pero serlo nos hace combativas, por eso nuestro día, el 8 de marzo, no es un día de fiesta, sino un día de reivindicación para recordarle al mundo que tiene una deuda pendiente con todas nosotras y que no pararemos hasta saldarla. Somos algo más de la mitad de la población mundial, por tanto representamos algo más de la capacidad y del talento del conjunto de la sociedad. Somos una fuerza invencible porque sin nosotras el mundo no gira, así que ejerzámosla para exigir igualdad. Feliz y reivindicativo 8 de marzo.
Ser mujer no se elige, pero serlo te obliga a ser fuerte. Fuerte para soportar continuos desprecios y humillaciones a los que cada día hacemos frente en forma de “micromachismos”. Fuerte para asimilar que siempre se nos exige más, porque las varas de medir que se nos aplican nunca son las mismas.
Fuerte para soportar ser observadas permanentemente y que se someta a juicio público cada una de nuestras decisiones. Fuerte para poder escapar de los roles que la sociedad nos tiene asignados de forma premeditada y decidir con libertad sobre nuestra propia vida. Fuerte, en definitiva, para sobrevivir en un mundo que nos niega ser iguales.