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Don Pelayo en Nueva Zelanda
No cabe duda de que, para la opinión pública española, uno de los elementos más llamativos de los recientes atentados islamófobos de Nueva Zelanda ha sido ver el nombre de “Pelayo” (Pelayu) invocado como referente de legitimación ideológica. ¿Qué pinta el nombre de un seudo-histórico rey asturiano, responsable de la milagrosa victoria sobre los musulmanes en Covadonga, escrito sobre las armas de unos supremacistas blancos del siglo XXI?
Por desgracia, no es la primera vez que sucede algo similar. En el año 2011, un fascista noruego asesinó a 77 jóvenes que participaban en un campus de las juventudes del Partido Laborista en la isla de Utoya. Anders Breivik, autor del atentado, escribió un infame manifiesto en el que menciona catorce veces la palabra “Reconquista”, incluyendo en su lista de héroes de la resistencia contra la islamización a Santiago Matamoros y el Cid Campeador.
Don Pelayo, Santiago Matamoros y el Cid forman parte de la Reconquista, el gran mito del nacionalismo español que, como todos los nacionalismos, se basa en la identificación de un enemigo, los moros. En 1936, el diccionario de la Real Academia Española incluía entre sus columnas, por vez primera, la acepción del concepto, definido como “recuperación del territorio español invadido por los musulmanes y cuyo epílogo fue la toma de Granada”. Quedaba así, claro, que los moros nos habían arrebatado a los españoles nuestro territorio y que, gracias a una gloriosa guerra de liberación nacional de ocho siglos de duración, nos habíamos liberado de los invasores.
No por casualidad, fue Franco el primero en percatarse del enorme potencial que atesoraba un concepto tan intensamente españolista. Ya en 1938, Manuel Machado lo glorificaba en un poema como “caudillo de la nueva Reconquista” y, poco después, el escudo de los Reyes Católicos, culminadores de la gesta de unificación nacional, se convertía en símbolo oficial de la nueva bandera franquista. Por primera vez, la Reconquista era usada por el fascismo español como un arma de terror, sirviendo para justificar un golpe de Estado que dio paso a la mayor carnicería de la historia de España, seguida de cuarenta años de dictadura.
La ideología de la Reconquista sobrevivió durante la Transición debido, entre otros motivos, a la desidia de los académicos: los franquistas, obviamente, no iban a hacer nada y los que no lo eran cometieron el craso y común error de pensar que, muerto Franco, se acabó el franquismo y, con él, sus mitos nacionalcatólicos. Los sectores conservadores, sabedores de su enorme potencial ideológico, supieron mantener viva la Reconquista. Gracias a ello, la nueva ultraderecha, liberada de los complejos de quienes hicieron la Transición, ha podido recuperarla como arma política,complejos en unos niveles sin precedentes desde el franquismo.
Ya en el año 2015, Vox empezó su campaña electoral en Covadonga, el mítico lugar de la hazaña de Pelayo.el mítico lugar de la hazaña de Pelayo A partir de entonces, las proclamas heroicas se han sucedido en las redes sociales, en particular con motivo de la Toma de Granada, respecto a la que Abascal ha exhibido su orgullo por la imborrable gesta, así como su indisimulada satisfacción por la expulsión de los invasores que, curiosamente, eran los que habían fundado la ciudad. Espoleado por su reciente éxito electoral en Andalucía, el ideólogo del partido repetía, una vez más, el mantra: “Decir que España se constituye frente a los invasores musulmanes es una realidad histórica”.
Obsesionado con imitar al líder de Vox, Pablo Casado se sumaba al carro llamando a reconquistar Cataluña y, más recientemente, toda España. Ambos siguen las enseñanzas de su común maestro, Aznar, que volvió a demostrar el inagotable valor ideológico de la Reconquista en su memorable intervención de Georgetown en 2004.
Pero la Reconquista no es una mera ocurrencia de políticos de la catadura moral de Aznar, Abascal o Casado. Entre los intelectuales convencidos de que, gracias a la Reconquista, España es una nación forjada contra el islam se cuentan figuras tan respetables y señeras como el célebre historiador Claudio Sánchez-Albornoz (Premio Príncipe de Asturias en 1984) o el Arabista Serafín Fanjul (miembro actual de la Academia de la Historia), colaborador y comentarista habitual en los medios de la derecha más reaccionaria. La labor de promoción de ilustres académicos es particularmente importante, ya que su papel resulta fundamental a la hora de otorgar apariencia de legitimidad y respetabilidad a una ideología cuya utilidad para el terrorismo fascista ha vuelto a quedar acreditada.
Por desgracia, la lista de colaboradores necesarios en la divulgación de los disparates asociados a la ideología de la Reconquista es interminable e incluye también a conocidos literatos, periodistas y publicistas. Un conocido académico de la lengua, inexplicablemente autoconvencido de su capacidad para la divulgación histórica, se ha mostrado escandalizado de que haya jóvenes que consideren la Guerra Civil y el Franquismo como acontecimientos históricos peores que el “desastre” de la “invasión musulmana”. Con motivo de los atentados yihadistas de Cataluña en 2017, una patética tertuliana de ultraderecha tuvo la feliz ocurrencia de publicar en sus redes sociales un elocuente mensaje: “Ya os echamos de aquí una vez y volveremos a hacerlo”. A pesar de los cuarenta años de democracia, no cabe duda de que el intenso lavado de cerebro sobre la invasión musulmana y la gloriosa Reconquista ha ejercido un profundo efecto en la sociedad española.
Hace pocos meses, José Álvarez Junco, refiriéndose precisamente a la Reconquista, recordaba que los mitos solo sirven para enfrentar y producir violencia. Los hechos, lamentablemente, le han vuelto a dar la razón. La pregunta es ¿cuánto tiempo falta para que la Reconquista vuelva a usarse en España como un arma de terror fascista?, ¿cuándo un nuevo Pelayo, enardecido por las proclamas de políticos insensatos, cometerá una matanza en nuestro país similar a las de Noruega o Nueva Zelanda?, ¿qué dirán, entonces, todos los profetas de la nueva Reconquista?
Alejandro García Sanjuán es profesor de Historia Medieval. Universidad de Huelva
No cabe duda de que, para la opinión pública española, uno de los elementos más llamativos de los recientes atentados islamófobos de Nueva Zelanda ha sido ver el nombre de “Pelayo” (Pelayu) invocado como referente de legitimación ideológica. ¿Qué pinta el nombre de un seudo-histórico rey asturiano, responsable de la milagrosa victoria sobre los musulmanes en Covadonga, escrito sobre las armas de unos supremacistas blancos del siglo XXI?
Por desgracia, no es la primera vez que sucede algo similar. En el año 2011, un fascista noruego asesinó a 77 jóvenes que participaban en un campus de las juventudes del Partido Laborista en la isla de Utoya. Anders Breivik, autor del atentado, escribió un infame manifiesto en el que menciona catorce veces la palabra “Reconquista”, incluyendo en su lista de héroes de la resistencia contra la islamización a Santiago Matamoros y el Cid Campeador.