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Cómo ganarle al PSOE
La noche de la victoria de Emmanuel Macron en Francia leí en Twitter un inteligente y divertido comentario del profesor Fernández Albertos en forma de paradoja: “El colapso del PSF se debe a una percepción nefasta de la gestión económica de Hollande, pero el vencedor es su ex Ministro de Economía”.
Lo cierto es que Benoît Hamon, el candidato del PSF a las presidenciales francesas, fue, a la vez, uno de los más críticos con la política económica del presidente Hollande y, al menos inicialmente, uno de los más beneficiados de la mala reputación de la política económica de su partido. Una política económica que también ponía en cuestión Francia Insumisa, el partido hermano de Podemos, liderado por Jean-Luc Mélenchon. De hecho, Hamon, que había sido ministro de Hollande, le ganó las primarias internas a Manuel Valls, el primer ministro de ese Gobierno, convenciendo a sus compañeros socialistas de que tanto Valls como Hollande lo habían hecho muy mal. Obviamente no sólo convenció a los militantes socialistas franceses, sino, lo que parece más importante, a buena parte de sus votantes.
En lo que Hamon ya no tuvo tanto éxito fue en convencer a los votantes socialistas de que él podía hacer una política mejor que Hollande. Unos se fueron al partido de Mélenchon, por aquello de que es mejor el original; otros debieron creer que las políticas de Hollande no eran tan malas, y fueron más leales a las políticas que al partido, de modo que votaron al responsable de las mismas, es decir, a Macron.
En la época del presidente Rodríguez Zapatero los socialistas españoles vivimos algo parecido: la derecha lo acusó de falta de reflejos para ver venir la crisis y de falta de inteligencia económica para combatirla adecuadamente. Da igual que los informes de todos los centros de prospectiva económica de aquellos meses no anunciaran una crisis, y que algunos premios Nobel de Economía afirmen que nadie la vio venir. Ahora nadie se acuerda de aquellos informes y todo el mundo la vio venir.
A esa campaña de la derecha se unió una parte del partido socialista y sus aliados mediáticos, de modo que, cada vez menos disimuladamente, fueron elevándose voces que pedían la sustitución del presidente Rodríguez Zapatero por Alfredo Pérez Rubalcaba. Sin embargo, en las elecciones de 2011, según el CIS, sólo el 15% de la población pensaba que un Gobierno del PSOE, liderado por Rubalcaba, pudiera ser el mejor gestor de la economía. Sin duda, los adversarios internos del presidente socialista tuvieron un gran éxito en desacreditar su política económica, un éxito que no fueron capaces de superar a la hora de convencer al electorado de que Pérez Rubalcaba lo haría mejor que Rodríguez Zapatero.
Lo peor de todo es que cuando uno se empeña en convencer a la sociedad de que su partido lo hace mal, suele tener un éxito duradero: en las elecciones de 2015, Pedro Sánchez solo consiguió convencer al 14% del electorado de que el PSOE podía ser el mejor gestor de la economía, un punto menos que Rubalcaba cuatro años antes.
Con la perspectiva del tiempo, y con datos oficiales, resulta que el desempeño en economía del Gobierno de Rajoy no ha sido particularmente brillante, ni mejor que el de Rodríguez Zapatero. De hecho, a pesar de la incomparable dureza de sus recortes sociales y de sus políticas laborales, todavía en diciembre de 2015 el presidente Rajoy no había sido capaz de recuperar el nivel de empleo que heredó del presidente Zapatero. Incluso los expertos tienen dificultad para evaluar las consecuencias finales de determinadas políticas económicas o de otro tipo, de modo que, para los ciudadanos, una mala opinión de los propios es un argumento más poderoso que todas las críticas de los adversarios, independientemente de que tengan o no razón unos y otros.
Muchos socialistas defendieron que la reforma del artículo 135 de la Constitución, que entrará en vigor en 2020, no puede ser la causante de las consecuencias de las políticas de recortes del PP, pero cuando Pedro Sánchez decidió revocar la reforma del 135 cualquier defensa del mismo quedó desacreditada. Naturalmente eso no sirvió para recuperar los votos que se iban a Podemos, sino para silenciar a los socialistas frente a las críticas de los radicales. Aceptar acríticamente las tesis del contrario solo sirve al contrario.
Así que los socialistas nos encontramos ahora en un momento perfecto para vencer definitivamente al PSOE y arrojarlo al basurero de la historia. Nadie lo puede hacer mejor que nosotros, nadie será más creíble que nosotros mismos a la hora de destruir la reputación del PSOE.
Es verdad que los líderes de Podemos sostienen que, en connivencia con el IBEX, lo socialistas entregamos el Gobierno de España a la derecha, pero muchas personas no los creen. No los creen porque para millones de personas que apostaron por el PSOE desde la Transición, los socialistas nunca hemos sido lo mismo que la derecha, como dicen los líderes de Podemos.
Es más, todavía la sociedad española tiene demasiado reciente la negativa de Podemos a apoyar un Gobierno limpio de corrupción, como el que se presentó a la investidura con el apoyo del PSOE y Ciudadanos, es decir, un Gobierno de centro izquierda. Si no nos doblegábamos a hacer un Gobierno de alianza con la extrema izquierda y los independentistas, como querían los líderes de Podemos, seguiría el que estaba. Los líderes de Podemos prefirieron dejar a España con un Gobierno de derechas en lugar de uno de centro izquierda, y uno manchado por la corrupción en lugar de uno limpio. Los líderes de Podemos lo quieren todo o nada, y la gente lo sabe.
Ahora bien, si el que dice que los diputados socialistas traicionamos nuestros principios y a nuestros electores y le dimos gratis el Gobierno a la derecha es nuestro último secretario general, entonces la cosa cambia. Ciertamente nuestro último secretario general, después de que votáramos dos veces no a la investidura del señor Rajoy, en lugar de reunir a los máximos órganos políticos del PSOE para ver qué hacíamos, se fue durante el mes de septiembre a hacer campaña en las elecciones gallega y vasca. En las que, por cierto, los ciudadanos no parecieron muy impresionados por nuestra coherencia al oponernos a la investidura de Rajoy, sino que nos depararon dos derrotas, eso sí, históricas en ambos territorios. Después de las cuales, y sin anunciar cuál era su propuesta para desbloquear el funcionamiento de nuestras instituciones, en un momento en el que estábamos en tiempo de descuento para unas terceras elecciones, decidió convocar un congreso en tres semanas.
Como vivimos en tiempos de posverdad, conviene recordar a quienes dicen que la convocatoria del Congreso del PSOE se hizo a raíz de la dimisión de la mitad más uno de los miembros de la Comisión Ejecutiva Federal, que esta se produjo el 28 de septiembre, y la convocatoria del Congreso el 26. De modo que no se convocó el Congreso porque hubiera dimitido la Ejecutiva, sino que la Ejecutiva dimitió, entre otras cosas, porque el secretario general, en lugar de afrontar la decisión de ir a terceras elecciones y mantener bloqueadas las instituciones o abstenernos, decidió convocar el proceso para su reelección. Antes de perder la votación en el Comité Federal, el secretario general ya había perdido el liderazgo. Es decir, en lugar de ejercer el liderazgo señalando el camino a los socialistas, quiso garantizarse su reelección sin explicarnos qué quería hacer con el partido y con el país.
Sin secretario general y sin ejecutiva, el Comité Federal debió hacerse cargo de la responsabilidad que el dimitido secretario general no había querido ejercer, y decidió, previa deliberación y votación democrática, no mantener el bloqueo de las instituciones de nuestra democracia con un Gobierno en funciones, y por tanto incontrolable, hasta que el sistema reventara, como quieren los líderes de Podemos. O hasta que el PP tuviera mayoría suficiente, como parecía probable viendo los resultados de las elecciones gallegas y vascas.
Fue duro abstenerse y permitir que Rajoy formara Gobierno en minoría, pero no más duro que ir a terceras elecciones para que todo siguiera igual hasta las cuartas, o para que Rajoy formara Gobierno con una mayoría absoluta en alianza con Ciudadanos. Quienes nos abstuvimos teníamos ese escenario en la cabeza, no quisimos hacer con España lo que Podemos hizo con nosotros. Hicimos lo que hemos hecho siempre los socialistas: apostar por mejorar la vida de la gente con lo que tenemos, en lugar de esperar a que la desesperación de nuestra sociedad nos abra las puertas del cambio revolucionario.
Si como quiere nuestro exsecretario general, y ahora candidato, una parte de los socialistas llama traición a asumir la responsabilidad que él no supo o no quiso ejercer, es posible que, hablando mal del PSOE, él gane las primarias, pero también es muy probable que la gente lo crea y no vuelva a votar al PSOE.
La noche de la victoria de Emmanuel Macron en Francia leí en Twitter un inteligente y divertido comentario del profesor Fernández Albertos en forma de paradoja: “El colapso del PSF se debe a una percepción nefasta de la gestión económica de Hollande, pero el vencedor es su ex Ministro de Economía”.
Lo cierto es que Benoît Hamon, el candidato del PSF a las presidenciales francesas, fue, a la vez, uno de los más críticos con la política económica del presidente Hollande y, al menos inicialmente, uno de los más beneficiados de la mala reputación de la política económica de su partido. Una política económica que también ponía en cuestión Francia Insumisa, el partido hermano de Podemos, liderado por Jean-Luc Mélenchon. De hecho, Hamon, que había sido ministro de Hollande, le ganó las primarias internas a Manuel Valls, el primer ministro de ese Gobierno, convenciendo a sus compañeros socialistas de que tanto Valls como Hollande lo habían hecho muy mal. Obviamente no sólo convenció a los militantes socialistas franceses, sino, lo que parece más importante, a buena parte de sus votantes.