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¿Hay futuro para Andalucía sin combatir el calor y reducir el regadío?

Isabel Franco

Diputada de Unidas Podemos por Andalucía en el Congreso —
1 de septiembre de 2022 20:17 h

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A inicios del verano surgió un nuevo término en todas las noticias del país cuando en el norte de España llegaron a temperaturas de 40 a 43 grados, algo absolutamente inusual hasta ahora. El estrés térmico.

Pero nadie se refirió a estrés térmico sobre las temperaturas en Andalucía con máximas de 45 grados que, en la calle y fuera de la sombra, podían superar los 50 grados. Más ahora que los gobiernos de las grandes capitales de Andalucía están llevando a cabo talas masivas de los árboles que daban sombra y bajaban la temperatura de las ciudades.

La situación es dramática. La Organización Meteorológica Mundial estima que hay una probabilidad del 98% de que en los próximos 5 años registremos el año más cálido desplazando al año 2016. Y desde ahí, solo podemos esperar una escalada en las temperaturas en las siguientes décadas. Hay también un 50% de probabilidades de que en 2025 la temperatura pueda aumentar 1,5 grados por encima de la temperatura preindustrial. Y esto constatará dos cuestiones. Una es el fracaso absoluto de los países que, encuadrado en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, participaron en Acuerdos de París. La otra es que el clima traerá consecuencias aún peores de las que ya estamos viviendo.

Hemos sabido recientemente por los datos del sistema de monitorización de la mortalidad diaria elaborado por el Instituto de Salud Carlos III, que este año se han triplicado el número de muertes por calor sobre los últimos 5 años, con 4.600 fallecimientos de personas en toda España. El dato de Andalucía es desolador. Una de cada tres personas ha fallecido en nuestra tierra por esta causa.

La cantidad de graves incendios forestales que cumplen la regla de los tres 30 (rachas de viento de más del 30km/h, humedad inferior al 30% y temperaturas superiores a los 30 grados) ha aumentado mucho en los últimos años. Y somos más conscientes desde los incendios del Parque natural de Doñana de 2017 y el de Sierra Bermeja del año pasado.

La situación en la que se encuentra la agricultura andaluza es dramática. Con una capacidad de los pantanos de las principales cuencas andaluzas (las del Guadalquivir y el Guadiana) inferior al 25%, la sequía está provocando grandes pérdidas el sector primario.

El sector ganadero tiene problemas para conseguir alimentos para el ganado, ya que las tierras están secas y los piensos han aumentado mucho de precio.

La escasez de agua ha provocado que solo se haya sembrado un 30% del arroz habitual. El año pasado ya hubo pérdidas económicas del 50% en este sector. A inicios del verano, UPA-Andalucía ya confirmaba pérdidas el 70% en las cosechas de la almendra de Andalucía oriental. Y en Jaén, la cuna del aceite de oliva, Cooperativas Agroalimentarias prevén que las pérdidas de la producción de aceite sean del 50%.

La sequía está afectando principalmente a los cultivos de regadío, ya que son los más intensivos en utilización del agua. Si Andalucía es, con algunas excepciones, una tierra de secano, ¿por qué hay tanto regadío?

El camino, aunque resulte duro e impopular, no es incentivar el consumo de agua y dar falsas esperanzas, sino reducir el regadío y la producción intensiva

El regadío creciente lo implantó Franco en su política de colonización de las zonas rurales, con la que pretendía eliminar la reforma agraria iniciada en la II República. Con grandes infraestructuras para el regadío, como los pantanos y la división de tierras en pequeñas hectáreas de cultivo que, debido a su calidad y tamaño, no daban la rentabilidad suficiente. En las últimas décadas, el crecimiento ha sido exponencial, implantándose principalmente en el valle del Guadalquivir, en Huelva, para el cultivo de los frutos rojos, el poniente almeriense y las vegas del Motril y de Granada. Y sus efectos se han multiplicado tras la proliferación de las grandes explotaciones intensivas y superintensivas agrícolas y ganaderas; tanto que los datos nos dicen que se trata de aproximadamente 80% del agua que se consume en España. No necesitamos tanta producción de alimentos. La población mundial solo consume 1/3 de los alimentos que se producen.

La creación de infraestructuras del agua, como las desaladoras, puede ser un alivio a corto y medio plazo para algunos cultivos, pero no va a ser sino un nuevo parche, ya que los expertos y los numerosos estudios del clima señalan una situación del futuro que no es nada halagüeña si no hacemos nada para que cambie. El camino, aunque resulte duro e impopular, no es incentivar el consumo de agua y dar falsas esperanzas, sino reducir el regadío y la producción intensiva.

Este otoño e invierno, de nuevo, veremos recomendaciones y trucos caseros para mantener tu casa caliente a bajo precio, para ahorrar agua, o gastar menos gasolina. La responsabilidad de cada uno de nosotros y nosotras es fundamental para generar nuevas prácticas sociales más respetuosas y conscientes con el medioambiente. Pero la solución no son las acciones individuales. Se deben dar cambios profundos en la economía y en la conservación medioambiental.

Una tierra como Andalucía, que de por sí tiene temperaturas más altas, sequías más frecuentes y que está sufriendo con más intensidad los efectos del cambio climático, necesita un cambio profundo de estrategia.

Es necesario priorizar los cultivos y las explotaciones ganaderas de extensivo y las tradicionales, que generan más empleos y son menos intensivas en agua. E invertir en invierno para evitar los incendios del verano. Nuestra tierra se muere.

Nuestros hijos e hijas, nietos y nietas, y las generaciones venideras tienen que poder vivir en una Andalucía en la que se pueda respirar. En la que se pueda vivir bien. Hay futuro, pero hay que actuar.

A inicios del verano surgió un nuevo término en todas las noticias del país cuando en el norte de España llegaron a temperaturas de 40 a 43 grados, algo absolutamente inusual hasta ahora. El estrés térmico.

Pero nadie se refirió a estrés térmico sobre las temperaturas en Andalucía con máximas de 45 grados que, en la calle y fuera de la sombra, podían superar los 50 grados. Más ahora que los gobiernos de las grandes capitales de Andalucía están llevando a cabo talas masivas de los árboles que daban sombra y bajaban la temperatura de las ciudades.