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¡Huye, Puigdemont, huye!
El pasado jueves 8 de agosto pasará a la historia de Cataluña como el día en el que Salvador Illa Roca fue investido como presidente de la Generalitat de Cataluña con los votos del PSC y ERC. 14 años después un presidente no nacionalista consigue los votos para gobernar una comunidad que en los últimos años ha estado gobernada por partidos nacionalistas que han hecho de su causa una causa nacional que ha contaminado la política española.
La noticia no es menor, sino que es lo suficientemente importante como para que fuera La Noticia. Sin embargo, un personaje ha robado (y digo bien, robado) el protagonismo a lo realmente importante. Lo anecdótico, lo teatral, lo accesorio, lo prescindible vuelve a ponerse en el foco frente a la transcendencia del momento histórico que se ha vivido.
Y es que la realidad siempre supera la ficción. Un personaje con ganas de protagonismo y escaso sentido de la dignidad ha vuelto a avergonzar a nuestro país en una huida ante la vista de todos. Un truco de escapismo solo apto para miopes que deja en evidencia la decadencia de un sistema y de un cuerpo policial autonómico que ha quedado a los pies de los caballos.
Ese personaje carente de dignidad y de sentido de la responsabilidad ha vuelto a hacer alarde de una cobardía sin precedentes con la clara intención de boicotear la investidura
Ese personaje carente de dignidad y de sentido de la responsabilidad ha vuelto a hacer alarde de una cobardía sin precedentes con la clara intención de boicotear la investidura de un nuevo presidente para su comunidad. Y es que ser expresidente no te da el suficiente nivel de altura ética y moral como para defender y respetar a tu tierra por encima de intereses personales y partidistas. Al menos no si te apellidas Puigdemont.
Huir escondido en un coche no fue lo suficientemente humillante; volver a hacerlo ante la vista de todos ha sido un reto solo apto para cobardes que prefieren huir de la justicia a dar la cara. Venir a España, dar un mitin de 6 minutos y volver a huir es una muestra más de que Puigdemont es un lastre para Cataluña y para España.
Soy de las que prefieren a la gente que va de frente, que dice lo que piensa, lo defiende y asume las consecuencias, sean las que sean. Por eso no me gusta Puigdemont ni lo que representa, no me gustan las desigualdades ni los nacionalismos asimétricos, no me gustan los discursos de odio ni los que dividen territorios, no me gustan los trucos de escapismo ni las humillaciones públicas, no me gustan los personajes que huyen y se esconden convirtiéndose en memes de sí mismos.
Desconozco el motivo por el que Puigdemont ha vuelto para volver a huir, pero lo único que ha conseguido ha sido convertirse en un esperpento, pisotear su legado, corroborar que sus seguidores cada vez son menos numerosos y hundir el prestigio de los Mossos d'Esquadra. Pleno al quince para quien dice amar Cataluña.
La noticia, lo importante, mal que le pese a Puigdemont ,es que Cataluña tiene un nuevo gobierno, un nuevo presidente que, por primera vez en 14 años no es nacionalista. Un nuevo presidente que vuelva a preocuparse por los problemas reales de los catalanes y catalanas y que haga olvidar más pronto que tarde que Cataluña estuvo gobernada por este personaje.
Verónica Pérez es militante del PSOE-A, ex secretaria general del PSOE de Sevilla y ex parlamentaria andaluza
El pasado jueves 8 de agosto pasará a la historia de Cataluña como el día en el que Salvador Illa Roca fue investido como presidente de la Generalitat de Cataluña con los votos del PSC y ERC. 14 años después un presidente no nacionalista consigue los votos para gobernar una comunidad que en los últimos años ha estado gobernada por partidos nacionalistas que han hecho de su causa una causa nacional que ha contaminado la política española.
La noticia no es menor, sino que es lo suficientemente importante como para que fuera La Noticia. Sin embargo, un personaje ha robado (y digo bien, robado) el protagonismo a lo realmente importante. Lo anecdótico, lo teatral, lo accesorio, lo prescindible vuelve a ponerse en el foco frente a la transcendencia del momento histórico que se ha vivido.