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Impunidad

11 de junio de 2024 19:56 h

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Durante un tiempo tocará preguntarnos por las razones del porqué el puzle de las derechas, la clásica, la extrema y la estrafalaria, han obtenido resultados tan favorables en las pasadas elecciones europeas del 9J, por qué constituyen esos resultados un escalón más en un fenómeno político que parece sistémico. Nos tocará tentarnos las ropas para admitir que un tipejo, presunto delincuente, salido de las modernas alcantarillas que son las redes sociales, con un megáfono en la mano, obtenga más audiencia y más votos que honorables formaciones políticas que han dejado horas y anhelos, incluso la vida en una época, en beneficio de las clases empobrecidas de la sociedad.

Obviamente, no hay una explicación fácil; se podría explorar la idea de que el medio es el mensaje, pero no sería suficiente; no está de más echar la vista atrás para acordarse de los marxistas de hace un siglo que decían que el comunismo era la fase ulterior del socialismo; hoy se podría decir que el anarco-capitalismo es la fase ulterior del neo-liberalismo que campeó a sus anchas por los circuitos de la globalización desde los años ochenta hasta la crisis de 2008. Desde la crisis de entonces, cegados en parte los circuitos de la economía global, de vueltas en muchos casos las empresas a las regulaciones nacionales o supranacionales como la de la Unión Europea, vemos aparecer en el escenario político a paladines de la libertad a ultranza que arremeten contra todo aquello que estorba y sirve de dique para negocios especulativos y corrupciones: el Estado de derecho, la democracia, la clase política honesta que se conduce por cauces constitucionales.

En eso no han modificado los trucos que los tramposos, como la tinta del calamar, han usado a lo largo de la historia de España; los culpables son siempre los otros: los infieles, los ilustrados, los republicanos, los rojos, etc.; en definitiva, todos los que se oponen a sus robos y usurpaciones

Si esta gente, pese a su discurso cínico y su aspecto grotesco, gana elecciones es porque ofrece a una parte del electorado lo que quiere oír y espera que se le conceda una vez llegado al poder: impunidad. Vemos al Partido Popular atrincherarse en el Consejo General del Poder Judicial y en una parte de la jurisprudencia para que pasen desapercibidas sus corrupciones de cuando se consideraban impunes; vemos a Vox arropándose de viejos resabios franquistas, añorando los tercios de Flandes, para reproducir lo que hacía Franco desde el poder: no meterse en política, manejar una grandilocuencia sublime y tramposa para llenar impunemente sus bolsillos y los de sus amigos políticos; estos que han salido ahora, como Milei, no necesitan ningún tipo de pretexto para tener impunidad: vienen a acabar con el Estado, con la motosierra, por la cara, en nombre de la libertad.  

En su camino hacia la impunidad las tres derechas utilizan una misma estrategia: ver la paja en el ojo ajeno aun percatándose del madero que tienen en el propio. En eso no han modificado los trucos que los tramposos, como la tinta del calamar, han usado a lo largo de la historia de España; los culpables son siempre los otros: los infieles, los ilustrados, los republicanos, los rojos, etc.; en definitiva, todos los que se oponen a sus robos y usurpaciones. Pueden hurgar como modernos torquemadas, inventar conspiraciones y bulos para señalar a sus enemigos sin el menor pudor o vergüenza a que se les señale: y tú mucho más.

Su corrupción no les pasa factura por la sencilla razón de que forma parte del mensaje: ninguna traba a la iniciativa personal, sea un canto a la “libre empresa” sea el incumplimiento de las normas democráticamente aceptadas. Y no les pasa factura porque es el mensaje que quiere oír su electorado; no pasa factura que mueran miles de ancianos y ancianas en las residencias si permiten esquivar las obligaciones urbanísticas; no pasa factura que se usurpen los servicios públicos si permiten pagar menos impuestos o no pagarlos, ni prescindir del IVA en las facturas, ni abrir pozos ilegales o negarse a pasar controles fitosanitarios, ni explotar vilmente a los inmigrantes por la mañana mientras se le segrega socialmente por la noche, etc., etc. Es impunidad lo que necesita esta gente y lo que reclama a sus políticos.

El Estado fascista no fue sino una acumulación de impunidad disfrazada de testosterona. No es sorprendente que los votantes que reclaman hoy impunidad suelan ser varones. De aquella nefasta experiencia se aprendió tras la Segunda Guerra Mundial con estados ocupados de implementar el pleno empleo y el bienestar

Queda el capítulo de la juventud; hay muchos motivos para su enojo; sienten que el Estado les ha abandonado en capítulos importantes para sus vidas como son la certidumbre de cara al futuro, el empleo y la vivienda, entre otros. A la manera neo-liberal se les ha dicho que se valgan por sí mismos, y una parte, pequeña afortunadamente, ha entendido que, en la competencia, todo vale, y en el todo vale, el mensaje de la impunidad de las derechas, el vivere pericolosamente fascista, es el adecuado.

En la actualidad, podemos situar la historia de la humanidad como en una posguerra: la guerra global que sostuvo desde 2019 a 2021 contra el COVID, y la podemos comparar con las de otras guerras mundiales del siglo XX;  de la Primera Guerra Mundial surgieron los fascismos alimentados por el abandono que el Estado liberal hizo de ex combatientes y trabajadores en la penosa depresión económica de los años veinte y treinta; el Estado fascista no fue sino una acumulación de impunidad disfrazada de testosterona. No es sorprendente que los votantes que reclaman hoy impunidad suelan ser varones. De aquella nefasta experiencia se aprendió tras la Segunda Guerra Mundial con estados ocupados de implementar el pleno empleo y el bienestar.

¿Qué camino quiere tomar Europa y España en la posguerra del COVID? ¿Cuidados o impunidad? Hoy, contra la impunidad del anarco-capitalismo, contra los impunes de pacotilla que reclaman libertad sin mirar cuáles son las consecuencias de sus actos, sólo hay un remedio y se llama Boletín Oficial del Estado.

Durante un tiempo tocará preguntarnos por las razones del porqué el puzle de las derechas, la clásica, la extrema y la estrafalaria, han obtenido resultados tan favorables en las pasadas elecciones europeas del 9J, por qué constituyen esos resultados un escalón más en un fenómeno político que parece sistémico. Nos tocará tentarnos las ropas para admitir que un tipejo, presunto delincuente, salido de las modernas alcantarillas que son las redes sociales, con un megáfono en la mano, obtenga más audiencia y más votos que honorables formaciones políticas que han dejado horas y anhelos, incluso la vida en una época, en beneficio de las clases empobrecidas de la sociedad.

Obviamente, no hay una explicación fácil; se podría explorar la idea de que el medio es el mensaje, pero no sería suficiente; no está de más echar la vista atrás para acordarse de los marxistas de hace un siglo que decían que el comunismo era la fase ulterior del socialismo; hoy se podría decir que el anarco-capitalismo es la fase ulterior del neo-liberalismo que campeó a sus anchas por los circuitos de la globalización desde los años ochenta hasta la crisis de 2008. Desde la crisis de entonces, cegados en parte los circuitos de la economía global, de vueltas en muchos casos las empresas a las regulaciones nacionales o supranacionales como la de la Unión Europea, vemos aparecer en el escenario político a paladines de la libertad a ultranza que arremeten contra todo aquello que estorba y sirve de dique para negocios especulativos y corrupciones: el Estado de derecho, la democracia, la clase política honesta que se conduce por cauces constitucionales.