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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

¿Y no será que a Mariano Rajoy esto le viene bien?

Estoy convencido de que el presidente de Gobierno sabe que lo que algunos llaman comunidades culturales, los pueblos unidos “exclusivamente” por su lengua, tradiciones, símbolos, rituales, himnos y banderas -la Catalunya autonómica vaya- acaban conformando comunidades nacionales y políticas -esas para las que es natural contemplar la autodeterminación- a través de la comunión de sus ciudadanos en experiencias compartidas.

Es efectivamente en el magma compartido de las emociones que se generan los espacios para el sacrificio, la valentía y la audacia que acaba escribiendo las páginas de la historia y construye relatos de heroicidad y mártires. Por eso los símbolos son clave en la construcción nacional, por eso se toca el himno cuando gana la selección y nos sentimos parte de un todo emocionado, por eso se honra con banderas a los caídos. Los símbolos y los rituales sólo son en tanto parte de una historia común que requiere de la épica.

Y Rajoy sabe también que no hay mejor galvanizador para la construcción de un pueblo, para que que se erijan las fronteras simbólicas que preceden a las físicas, que la construcción de relatos de heroicidad en la resistencia ante un “agresor” exterior que nos agravia. 

Recuerden los amantes de la historia de qué lado se ponían ustedes al leer las hazañas de Bolívar o San Martín, revisionen los amantes del cine la oscarizada Braveheart, a ver si se sentían del lado del orden y la ley o de la épica rebeldía.

Y es que le pese a quien le pese, quieran o no los españoles que no residen en Catalunya, así se forjan los pueblos. Y que eso Rajoy y el PP lo saben.

Lo sabe entre otras cosas porque algunos de ellos fueron testigos del 4D en Andalucía, y de la huelga de hambre de su presidente autonómico, Escudero, no Puigdemont, y de la represión a manos de la UCD, y del resultado de aquel 28F y el destino de quienes cavaron su fin político al menospreciar a los andaluces y andaluzas.

La cuestión es por tanto, ¿si Rajoy lo sabe, por qué actúa de este modo, por qué contrabandea gasolina con aquellos a los que califica de pirómanos?

Porque  es evidente que la creciente fractura en el seno de la sociedad catalana y la grieta entre ésta y la del resto del Estado arriman el ascua a la sardina del proyecto independentista, que sin duda tras las detenciones y el zarandeo a las instituciones de autogobierno están más cerca de su objetivo. Un objetivo recordémoslo para el que el 1-O sólo era una meta volante que gracias al Gobierno de España estarían superando con nota, con el vigoroso ensanchamiento de la base social del independentismo y la voladura de puentes para buscar soluciones alternativas.

Honestamente de la atrevida ignorancia oportunista de Ciudadanos uno podía esperar cualquier cosa, pero a un político con décadas de experiencia sólo le encaja una explicación plausible ante tanta aparente torpeza. Y es que los últimos pasos de Rajoy sólo se explican si uno asume que embarcar a España por un lustro en una senda de inestabilidad abocada al enquistamiento del debate sobre el encaje territorial es parte de los objetivos partidistas del presidente de Gobierno.

Piénsenlo. Por un lado, objetivo 1: las portadas casi han olvidado la podredumbre de la corrupción de su partido, por otro, objetivo 2:  propician un cierre de filas de la sensibilidad más unionista de la sociedad española en torno a su formación política y finalmente, objetivo 3: desarbolan a un titubeante PSOE que no acierta sino a ponerse detrás del presidente para evitar mayores conatos de fractura, y que se fuerza a olvidar una moción de censura que podría tener éxito y desalojar al PP del Gobierno.

Lo que sucede es que estos tres objetivos operan contra el futuro de una España viable y demuestran la mezquindad y mediocridad de los dos partidos más corruptos de Europa, uno en Madrid y otro en Catalunya, dispuestos a arruinar cuantos marcos de convivencia, cuantas economías familiares, cuantos proyectos de vida de ciudadanos catalanes y españoles sean necesarios.

Quienes queremos una España republicana y plurinacional con Catalunya en su seno, pero también quienes la quieren confederal, federal o autonómica, monárquica o republicana deben saber que sólo será viable si está integrada por pueblos libremente imbricados en un proyecto de país común. Y hoy estamos más lejos de lograrlo. Los intereses miopes y/o electoreros de unos y otros y la testosterónica lectura cortoplacista y pendenciera de algunos opinólogos de opereta nos alejan de cualquier proyecto ilusionante que retorne esperanza a los ciudadanos y ciudadanas que siguen golpeados por la precariedad y la pérdida derechos, ya estén en Dos Hermanas o en Martorell.

Por cierto, que a todo esto reaparece la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, de quien se espera que sea representante de todos los andaluces en esta coyuntura, y que sin embargo aprovecha para hacer ganancia en el río revuelto de su partido, a ver si pesca algo.

Y lo hace dándole carta blanca al jacobinismo pueril de Ciudadanos y al nacionalismo obsoleto y sordo de Rajoy. Al hacerlo olvida que los y las andaluzas tenemos un papel histórico que jugar en la futura discusión -que llegará, no lo duden- sobre el modelo territorial del Estado y el papel de Andalucía en el nuevo encaje.

Al hacerlo nos hurta el derecho a ser el puente que estamos llamados a ser por historia -ganada a pulso un 4D y un 28F-, por derecho -porque nuestra gente, nuestro pueblo de acogida y exilio se entrevera con los vecinos de Terrassa o Sabadell- y por destino -porque España no se entiende sin Andalucía, pero Andalucía no se entiende sin su autonomía, sin su autogobierno y sin su soberanía aún por venir-.

Ojalá la mayoría de demócratas, de mujeres y hombres de paz de nuestra patria plurinacional que no conciben una democracia con temas tabú, puedan imponer al fin la sensatez y la apertura sin atavismos ni complejos del debate sobre quién y qué queremos ser en este mundo hiperconectado, en esta Europa en crisis y entre nosotros mismos.

Estoy convencido de que el presidente de Gobierno sabe que lo que algunos llaman comunidades culturales, los pueblos unidos “exclusivamente” por su lengua, tradiciones, símbolos, rituales, himnos y banderas -la Catalunya autonómica vaya- acaban conformando comunidades nacionales y políticas -esas para las que es natural contemplar la autodeterminación- a través de la comunión de sus ciudadanos en experiencias compartidas.

Es efectivamente en el magma compartido de las emociones que se generan los espacios para el sacrificio, la valentía y la audacia que acaba escribiendo las páginas de la historia y construye relatos de heroicidad y mártires. Por eso los símbolos son clave en la construcción nacional, por eso se toca el himno cuando gana la selección y nos sentimos parte de un todo emocionado, por eso se honra con banderas a los caídos. Los símbolos y los rituales sólo son en tanto parte de una historia común que requiere de la épica.