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Mary: un relato para el día de la mujer
- ¡Jeremías Colt!, has perdido tu sombra.
Walter McKennie paladeó, arenosas, cada una de las palabras, dejando que el viento las fuese arrastrando como hojas muertas al oído del que, hasta hacía unos minutos, aún se pensaba su amigo.
- ¿Y, qué?
Colt había nacido para devolver un desafío a todo aquel que se atreviese a mirarlo, lo seguiría haciendo cuando su cuerpo estuviese ya inerte y envuelto en madera y tierra.
- Pues que no hay nada más peligroso que un hombre sin sombra. Ya no le queda nada por perder.
Acusó el golpe. Le apretó el corazón sin que sus ojos lo viesen venir. No pestañeó. Llegó a continuación, por unos segundos, el reino más volátil de los tiempos de los hombres duros, el del silencio. Esos instantes que aprovechan los seres insignificantes para hacer acto de presencia en la escena. Como el lejano perro atado que ladra para crearle conciencia a su dueño y no lo deje morir de sed. O el estúpido búho que ulula reclamando pareja en un territorio donde él, es el último individuo de su especie. El roñoso saco de huesos, la eternamente sorprendida rapaz pronto extinta, le arrebatan la corona al silencio, como si esa gloria los fuese a sacar del profundo pozo de su infortunio.
La costra cuarteada, antes roja, en la mejilla de Colt, se había convertido en un mapa del infierno. El que todavía se juraba como el más duro nacido, presentía el temblor subiendo por las rodillas, enfriándole los dedos de las manos. En la mente de los hermanos de sangre se coló un sentimiento que siempre creyeron propio de los rivales, saberse efímeros.
- Estás acabado Jeremy. Solo te queda morir con algo de paz. Confiesa.
- No quiero, no puedo matarte Walt. Sé que has sido tú el que preparaste la emboscada. Nadie podía haberlo hecho tan perfecto. Nadie me conoce tan bien.
- ¿Dónde está el cuerpo de Mary? Colt, ¿dónde está tu hermana? Déjame que la entierre dignamente.
A Colt se le secaron los ojos. Comprende. Walter estaba convencido de que había sido él quien la había matado. Mary era la percutora de esta escena que estaba a punto de sellar su destino. Se aparecía en el centro de este macabro escenario de duelo. Colt no podía decirle la verdad a su amigo, lo destrozaría. Decide en un instante que basta con que uno de los dos pague con su vida todo este despropósito. Saca su revolver de la funda, teatralmente, para darle tiempo a Walter a reaccionar. Siente arder el estómago y el corazón, se desploma hacia delante, para darle la razón a Walter y quedarse sin sombra, para dejarlo solo, colmado de angustias y preguntas que nunca serán respondidas.
XXX
Nadie reconocería jamás haber oído el siniestro relincho de la yegua de Jeremías Colt en medio de aquella noche de carbón y cieno. Como la tormenta al trueno, al grito de rabia del animal lo siguió el estruendo por el que todos supieron de la patada a la puerta del establo. Galope. Silencio. Oscuridad.
XXXX
Apagado pero firme, como el tañido a difunto, como el eco en los desfiladeros de arenisca, entre el cerebro y el ala del sombrero, retumbaba en la cabeza de Colt la disputa de la tarde anterior, en ese rato en que la bola siempre incandescente se apiada del mundo y se torna ascua.
- Sin futuro no hay presente.
- Déjate de estupideces, bastante tenemos con sacar adelante cada día.
- Robar caballos, asaltar viajeros no es llevar adelante el día a día.
- ¿Qué quieres decir Jeremy? ¿Qué asaltemos el banco? ¿El tren con la paga de los mineros?
- No estás entendiendo nada Walter. Digo todo lo contrario. Tenemos que dejar toda esta mierda. Acabaremos con un tiro en la cabeza y comidos por los chacales.
Protegida por el quicio del establo, enseñando media melena negra, media mirada, medio vestido ocre, el ojo de Mary iba nervioso entre los dos hombres de su vida, su hermano y su prometido. Sin saber quien ganaría esta nueva riña, sin saber quién tenía razón.
XXX
Siempre en medio del fuego cruzado de una lucha de gigantes. Se disputan el corral decidiendo por mí. Amor estúpido, el fraternal, el pasional, ambos igual. Nunca me preguntaron, nunca se interesaron, como si fueran los únicos capaces de montar la verdad. Nunca se les ocurrió pensar que no tuve más remedio que adaptarme a lo que no tiene remedio. Mi trébol siempre tuvo tres hojas.
El ratón, aunque sea blanco, cuando encuentra un agujero en la caja, huye. Qué otra cosa pretendían que hiciese. La moneda que me tendían tenía dos caras, si, la de pudrirme en aquel rancho a la espera de la tormenta de arena decisiva, seguir arrastrando mis despojos; o la de ir en busca de esa tormenta o el precipicio, como lo que soy, parte de una banda de cuatreros de segunda sin dignidad suficiente que honre la cruz que pongan sobre la tumba.
No estallé, solo me vacié. A latidos desgarrados se me iba muriendo el corazón. Ni equipaje ni ganas de mirar atrás. Ensillé a Aurora. Un viaje en diligencia es un placer para recordar en el más allá, pero a la libertad, se la cabalga. Obediente, presta, se abrió paso en la oscuridad en busca de mi libertad que sabía la suya. En busca de un mundo sin hombres. Al fin y al cabo, soy yo lo que no hay en ningún hombre.
Sobre este blog
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