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El medio rural andaluz como modelo de resistencia
Se suele contar la anécdota de que en una escuela urbana algún docente pidió a los niños y niñas que pintaran una vaca y un pollo y que algunos niños y niñas colorearon la vaca de morado, como la de la conocida marca de chocolates, y el pollo lo dibujaron ya asado. Es posible que esta anécdota sea algo exagerada pero sí refleja el profundo desarraigo y desconocimiento que existe, y que además se fomenta, del campo. La falta de contacto con la tierra, máxime en estos tiempos en los que la vida se observa desde detrás de algún tipo de pantalla de diverso tamaño, nos hace tener un conocimiento sin experiencia que poco o nada tienen que ver con lo vivencial y por tanto nos dan una visión muy parcial y sesgada de la misma, entre otras cosas además, porque generalmente esos relatos vienen construidos desde el poder con una voluntad clara de transmitir una idea y no otra.
Según el Instituto Nacional de Estadística, sólo 29 municipios andaluces de los 770 totales superan los 50.000 habitantes. Trasladar la imagen de que Andalucía es ya una sociedad urbana, despojada de las huellas del sol en el rostro y el trabajo en las manos, presentar el medio rural andaluz como un reducto o una subcultura es no ajustarse a una realidad palmaria. Andalucía es eminentemente rural aunque haya evolucionado su estructura productiva y sea mayor la simbiosis entre población rural y urbana como consecuencia del desarrollo de los medios de comunicación y transporte.
Sacudidos los prejuicios y también los complejos, quienes habitan los pueblos saben de la importancia que estos juegan en la realidad social, económica, política y cultural de las 55 comarcas de Andalucía. En un contexto de crisis como el que vivimos, mucho se han nombrado las dificultades recientes del modelo económico para salir de su propio barrizal. Sin embargo, y aunque esto no ha salido tanto en los medios, ya desde mucho antes se señalaba la profunda crisis ecológica, social, política, civilizatoria y también humanitaria que venimos padeciendo (claro ejemplo de ello son el desplazamiento masivo de personas buscando un lugar que garantice unas mínimas condiciones de vida). El papel que el medio rural juega en el sostenimiento de unos valores democráticos de ecología, de igualdad, de apoyo mutuo y de sostenibilidad de la vida ha sido poco puesto en valor por la clase política en este país, más bien al contrario. Aún así, la solidaridad sobre la que se construye la vida en los pueblos del medio rural de Andalucía se convierten en ese sentido en un muro de contención que evita la absoluta indefensión del individuo frente a las agresiones del mercado y las finanzas y evita, en un ejercicio de resistencia cotidiano, el éxodo masivo de población rural en nuestra comunidad en comparación con otras zonas de la península.
La agricultura tiene un peso específico en Andalucía que sigue estando por encima de la media estatal. Grandes extensiones de tierra rodean los pueblos con cultivos varios. Durante años vimos lomas llenas de olivares que ofrecían trabajo a los hombres y mujeres por largas temporadas, primero en el verdeo y luego en la recolección de la negra para el aceite. Ahora muchos de esos olivos centenarios han desaparecido con la única esperanza de ser trasplantados como árbol ornamental a las puertas de una mansión o chalet y se nos ofrecen campos de olivar en intensivo que pueden recolectarse a máquina con poco más de dos o tres personas que sustituyen a las antiguas cuadrillas de más de 20 personas. Por supuesto que también hay otros cultivos como el melocotón, la vid, las hortalizas o los cítricos, cuya recolección ha saltado tristemente a la prensa por las condiciones de semiesclavitud en la que viven quienes recogen nuestros alimentos, y sabemos que no es privativo de la campaña de los cítricos. Lo que nos falta, además de condiciones laborales dignas, porque nunca se apostó por ello y lo poco que había se ha desmantelado poco a poco, es industria de transformación para esos productos. En otras zonas, como la sierra sur sevillana y otras, las grandes extensiones y latifundios se conjugan con pequeños propietarios y campesinos. Sin duda el mapa es plural y diverso en una comunidad autónoma con una extensión de 87.268 kilómetros cuadrados.
No obstante, como ya señalábamos nunca hubo una puesta en valor del medio rural, de la tierra no sólo entendida como algo físico y tangible, sino como una manera de estar en el mundo que genera identidad propia, que permite sentirse parte de un todo y no un ente aislado en mitad de la nada. La tierra generadora de vida, la tierra nutricia. Muy por el contrario se ha hecho una construcción negativa de la misma como algo de lo que huir. Esa construcción no es baladí y ha permitido un abandono por parte del campesinado y la gente jornalera de la tierra dejándola libre para que la concentración en manos de unos cuantos sean cada vez mayor.
A día de hoy el 66% de las tierras cultivables se encuentran en manos de menos del 6% de los propietarios, muchas de ellas procedentes de regalos a la nobleza ya como pago por la participación en la llamada “reconquista”, si viajamos por los siglos, como por concesiones tras la ocupación y la dictadura franquista, si nos retrotraemos a algunas décadas. Hoy día existen nuevas formas en la acumulación y acaparamiento de tierras sobre las que casi podemos establecer una similitud con lo que ocurre con las viviendas y los desahucios. Los pequeños campesinos, las pequeñas cooperativas agrarias piden créditos agrarios que les llevan a la quiebra y a la venta de las tierras que acaban en manos de los bancos con el añadido de recibir las subvenciones de la PAC que no están sujetas ni a la producción ni a la generación de empleo y que van a parar a las grandes fortunas. El pequeño campesinado y los jornaleros y jornaleras del campo se ven expulsados de su propia tierra por las políticas que se implementan desde Europa y también por la falta de iniciativa y alternativa de las distintas administraciones estatal y autonómica. No existen políticas públicas de distribución para repartir la tierra ni se fomentan e incentivan los canales comerciales cortos para mejorar la vida de los pequeños campesinos y cooperativas frente a la gran distribución. La competencia entre pequeños y grandes campesinos se hace imposible, lo que lleva en la mayoría de los casos a la quiebra y venta de tierras, entrando en una espiral perversa que deja la tierra en cada vez menos manos y cada vez más paro, pobreza e inmigración en los pueblos de Andalucía.
No existe una política pública en materia laboral que reconozca y mejore la vida de jornaleros y jornaleras que siguen dependiendo de las peonadas y de un campo que no ofrece jornales. Muy por el contrario, ponen su contratación en manos de empresas de servicios y Empresas de Trabajo Temporal que subcontratan y bajan aún más los salarios, incumplen convenios laborales y les someten a la voluntad y humillación del patrón. Por otra parte, la política agraria comunitaria ofrece subvenciones a las grandes superficies sin exigencias de producción, ni de generación de empleo, ni siquiera de cumplimiento de los convenios y la legislación en materia laboral. Ante este panorama la situación se vuelve insostenible para los hombres y mujeres del campo que no encuentran alternativas en un modelo diseñado para servirse a sí mismo y retroalimentarse en la espiral de acumulación.
Cuando a inicios de los 80, incluso antes, las y los jornaleros se empezaron a organizar y movilizar, ante la presión popular el Gobierno de la UCD se vio obligado a ampliar el empleo comunitario ofreciendo 4 días a la semana a los parados. Posteriormente, la movilización y la lucha de las mujeres jornaleras logró su derecho a trabajar también en el empleo comunitario y a poder tener cartilla agrícola. Las mujeres y hombres del medio rural protagonizaron encierros, huelgas de hambre, manifestaciones y marchas que contribuyeron a la desestabilización del Gobierno y la dimisión de Suárez y la llegada de Calvo Sotelo. En esa coyuntura de provisionalidad, la burguesía preparaba el cambio con Felipe González a la cabeza. En el 1982, el PSOE gana las elecciones generales obteniendo 202 diputados, una mayoría amplia que le permitía hacer todas las reformas en favor del pueblo que hubiera querido. Pero no fue así y optó por hacerlas contra el pueblo y las reivindicaciones históricas de Andalucía fueron ignoradas (Reforma Agraria, Industrias de transformación, y Banco Público Agrícola). Así, en Andalucía con la Ley de 1984 se crea el IARA que compró tierras a un precio elevado, no expropiando nada, y que posteriormente ha ido vendiendo a precios simbólicos acabando finalmente en las mismas manos, quedando en la actualidad muy pocas y sin estar a disposición de cooperativas de jornaleros.
Así, en el contexto social y político actual el futuro del medio rural y de sus hombres y mujeres pasa por un cambio estructural y de modelo productivo. Ahora bien, y en consonancia con lo expuesto anteriormente, para que esto sea posible, los colectivos agrarios, las organizaciones de campesinos y jornaleros deben estar en el centro del debate y generar propuestas y medidas, presionar como antaño se hiciera en un grito desesperado por la puesta en valor y el reconocimiento del medio rural andaluz, ser sujetos activos en la reivindicación de derechos y la consecución de mejores condiciones para el mantenimiento de los pueblos. Frente a un modelo insostenible medioambientalmente, socialmente inhumano y explotador, y económicamente desigual, hay que corregir urgentemente la destrucción del tejido productivo y del empleo y el empeoramiento de las condiciones de trabajo y de vida de las comunidades rurales. Urge terminar con la dependencia del requisito de las peonadas y lo que ello supone en cuanto a las construcción de una red de clientelismo y dependencia para su consecución, afectando de manera acuciada a jóvenes y mujeres. Hay que apostar de manera decidida por una agricultura ecológica, menos intensiva y agresiva con el medio ambiente y en definitiva con la vida puesto que esos son los alimentos que ingerimos, acortar los circuitos de distribución, favorecer la economía local, garantizar derechos laborales, hacer una apuesta por la soberanía alimentaria, los cuidados desde una perspectiva amplia entendiendo la inter y la ecodependencia que nos define.
Quienes viven el campo, quienes habitan los pueblos, quienes arrastran la experiencia acumulada de denunciar la situación que vive la gente y de ofrecer alternativas al modelo actual no esperan mandatos capitalinos y quieren ser, como ya fueron, protagonistas de la historia.
Se suele contar la anécdota de que en una escuela urbana algún docente pidió a los niños y niñas que pintaran una vaca y un pollo y que algunos niños y niñas colorearon la vaca de morado, como la de la conocida marca de chocolates, y el pollo lo dibujaron ya asado. Es posible que esta anécdota sea algo exagerada pero sí refleja el profundo desarraigo y desconocimiento que existe, y que además se fomenta, del campo. La falta de contacto con la tierra, máxime en estos tiempos en los que la vida se observa desde detrás de algún tipo de pantalla de diverso tamaño, nos hace tener un conocimiento sin experiencia que poco o nada tienen que ver con lo vivencial y por tanto nos dan una visión muy parcial y sesgada de la misma, entre otras cosas además, porque generalmente esos relatos vienen construidos desde el poder con una voluntad clara de transmitir una idea y no otra.
Según el Instituto Nacional de Estadística, sólo 29 municipios andaluces de los 770 totales superan los 50.000 habitantes. Trasladar la imagen de que Andalucía es ya una sociedad urbana, despojada de las huellas del sol en el rostro y el trabajo en las manos, presentar el medio rural andaluz como un reducto o una subcultura es no ajustarse a una realidad palmaria. Andalucía es eminentemente rural aunque haya evolucionado su estructura productiva y sea mayor la simbiosis entre población rural y urbana como consecuencia del desarrollo de los medios de comunicación y transporte.